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Pedro A. Palma 8 de septiembre 2014
- 12:01 am
El politólogo Samuel Huntington, profesor de la Universidad de
Harvard ya
fallecido, escribió un famoso libro titulado Political order in
changing
societies (Harvard University, 1968), en el que identificaba una
serie de
fenómenos que caracterizaban a todas las revoluciones, basando su
estudio
en las investigaciones que había hecho de varias revoluciones, entre
ellas
la francesa, la rusa, la mexicana y la cubana. Sostenía Huntington que
el
objetivo central de toda revolución no es alcanzar el bienestar
económico,
sino cambiar rápidamente los valores de la sociedad en los que se
han
basado los sistemas políticos anteriores, los cuales, de acuerdo con
los
nuevos líderes, deben ser abolidos.
Normalmente, esos cambios de
valores generan destrucción de la estructura
económica tradicional,
traduciéndose ello en caídas de la producción y de
la inversión,
desabastecimiento, ineficiencia, descalabros fiscales,
desempleo e inflación,
es decir, penuria económica. Sin embargo, los
líderes revolucionarios
sostienen que ese es el precio que hay que pagar
por el triunfo del nuevo
sistema político, que busca la igualdad, la
equidad y la fraternidad de los
ciudadanos, objetivos que son
permanentemente vendidos a la gran masa
poblacional que tradicionalmente se
ha sentido excluida en el pasado, con la
finalidad de captar adeptos
incondicionales a la revolución, por más fatídica
que ella sea.
Sostiene Huntington que, en consecuencia, el éxito
económico no es
prioritario para las revoluciones. Por el contrario, las
privaciones y
penurias pueden ser muy útiles para consolidar los
procesos
revolucionarios. Eso puede explicar lo que para muchos nos
resulta
incomprensible, cuando hemos escuchado a altos voceros
gubernamentales
decir que la revolución necesita a los pobres para su
consolidación, razón
por la que hay que mantenerlos en esa condición, pero
dándoles esperanzas
de que superarán su precaria condición, objetivo para el
cual está luchando
denodadamente la revolución. En otras palabras, hay que
mantener la
miseria, pues ella crea dependencia del Estado y abona el terreno
para el
clientelismo político, asegurándose el apoyo incondicional de una
amplia
masa poblacional a través de la manipulación informativa y de
la
explotación descarada de su ignorancia y buena fe. Eso, a su vez,
facilita
el logro de uno de los objetivos buscados, cual es la eliminación de
la
vieja oligarquía del anterior sistema político, para substituirla por
otra,
pero revolucionaria.
Dice Huntington que las revoluciones
limitan la libertad, pero generan
identidad de la masa con el nuevo sistema y
una ilusión de igualdad, lo
cual lleva a buena parte de la población,
principalmente a la más
desposeída, a aceptar la escasez y las cargas
materiales propias de esos
procesos políticos. Quizá esa sea la razón por la
que el gobierno se niega
obstinadamente a implementar los necesarios ajustes
y reformas para
afrontar los profundos desequilibrios y problemas que padece
nuestra
economía, prefiriendo no hacer nada para que nada cambie, o
profundizar en
sus erradas y fracasadas políticas del pasado, asegurando de
esta forma la
profundización de la crisis, sin importarle que esa
irresponsable actitud a
lo que llevará es a una mayor penuria y
depauperación, particularmente de
la población de menores
ingresos.
Posiblemente eso responda a un consejo que le pudiera haber
dado Fidel
Castro a nuestro presidente durante su último viaje a La Habana,
ya que
después de 55 años de miseria a la que ha sido sometido el pueblo
cubano,
el viejo dictador debe estar plenamente convencido de que las
crisis
económicas no tumban gobiernos revolucionarios, recomendándole a
nuestro
bisoño e indeciso gobernante que en vez de implementar incómodas
y
dolorosas medidas de ajuste, deje todo igual, o incluso profundice en
las
abyectas políticas de controles y privaciones tradicionales, para que
nada
cambie, sin importar las dramáticas consecuencias que ello
acarrearía.
Sin embargo, esto lleva al caos y a la destrucción de la
institucionalidad,
aniquilándose una de las condiciones de base para la
perdurabilidad,
consolidación y estabilidad de los sistemas políticos,
razones por las
cuales las revoluciones tienden a ser breves, pues la
debilidad e
inoperatividad institucional que ellas crean las condenan a
desaparecer.
Luego viene el largo, prolongado y difícil período de
reconstrucción,
necesario para corregir el caos dejado por la fatídica
revolución,
echándose las bases institucionales, políticas, económicas y
sociales sobre
las que se fundamentará el nuevo orden político, que permitirá
avanzar en
el deseado proceso de desarrollo sustentable.
Este artículo
no apareció en la versión impresa del diario por la crítica
escasez de papel
que padece.
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