Tuesday, September 16, 2014

Revoluciones fatídicas

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Pedro A. Palma 8 de septiembre 2014 - 12:01 am

El politólogo Samuel Huntington, profesor de la Universidad de Harvard ya
fallecido, escribió un famoso libro titulado Political order in changing
societies (Harvard University, 1968), en el que identificaba una serie de
fenómenos que caracterizaban a todas las revoluciones, basando su estudio
en las investigaciones que había hecho de varias revoluciones, entre ellas
la francesa, la rusa, la mexicana y la cubana. Sostenía Huntington que el
objetivo central de toda revolución no es alcanzar el bienestar económico,
sino cambiar rápidamente los valores de la sociedad en los que se han
basado los sistemas políticos anteriores, los cuales, de acuerdo con los
nuevos líderes, deben ser abolidos.

Normalmente, esos cambios de valores generan destrucción de la estructura
económica tradicional, traduciéndose ello en caídas de la producción y de
la inversión, desabastecimiento, ineficiencia, descalabros fiscales,
desempleo e inflación, es decir, penuria económica. Sin embargo, los
líderes revolucionarios sostienen que ese es el precio que hay que pagar
por el triunfo del nuevo sistema político, que busca la igualdad, la
equidad y la fraternidad de los ciudadanos, objetivos que son
permanentemente vendidos a la gran masa poblacional que tradicionalmente se
ha sentido excluida en el pasado, con la finalidad de captar adeptos
incondicionales a la revolución, por más fatídica que ella sea.

Sostiene Huntington que, en consecuencia, el éxito económico no es
prioritario para las revoluciones. Por el contrario, las privaciones y
penurias pueden ser muy útiles para consolidar los procesos
revolucionarios. Eso puede explicar lo que para muchos nos resulta
incomprensible, cuando hemos escuchado a altos voceros gubernamentales
decir que la revolución necesita a los pobres para su consolidación, razón
por la que hay que mantenerlos en esa condición, pero dándoles esperanzas
de que superarán su precaria condición, objetivo para el cual está luchando
denodadamente la revolución. En otras palabras, hay que mantener la
miseria, pues ella crea dependencia del Estado y abona el terreno para el
clientelismo político, asegurándose el apoyo incondicional de una amplia
masa poblacional a través de la manipulación informativa y de la
explotación descarada de su ignorancia y buena fe. Eso, a su vez, facilita
el logro de uno de los objetivos buscados, cual es la eliminación de la
vieja oligarquía del anterior sistema político, para substituirla por otra,
pero revolucionaria.

Dice Huntington que las revoluciones limitan la libertad, pero generan
identidad de la masa con el nuevo sistema y una ilusión de igualdad, lo
cual lleva a buena parte de la población, principalmente a la más
desposeída, a aceptar la escasez y las cargas materiales propias de esos
procesos políticos. Quizá esa sea la razón por la que el gobierno se niega
obstinadamente a implementar los necesarios ajustes y reformas para
afrontar los profundos desequilibrios y problemas que padece nuestra
economía, prefiriendo no hacer nada para que nada cambie, o profundizar en
sus erradas y fracasadas políticas del pasado, asegurando de esta forma la
profundización de la crisis, sin importarle que esa irresponsable actitud a
lo que llevará es a una mayor penuria y depauperación, particularmente de
la población de menores ingresos.

Posiblemente eso responda a un consejo que le pudiera haber dado Fidel
Castro a nuestro presidente durante su último viaje a La Habana, ya que
después de 55 años de miseria a la que ha sido sometido el pueblo cubano,
el viejo dictador debe estar plenamente convencido de que las crisis
económicas no tumban gobiernos revolucionarios, recomendándole a nuestro
bisoño e indeciso gobernante que en vez de implementar incómodas y
dolorosas medidas de ajuste, deje todo igual, o incluso profundice en las
abyectas políticas de controles y privaciones tradicionales, para que nada
cambie, sin importar las dramáticas consecuencias que ello acarrearía.

Sin embargo, esto lleva al caos y a la destrucción de la institucionalidad,
aniquilándose una de las condiciones de base para la perdurabilidad,
consolidación y estabilidad de los sistemas políticos, razones por las
cuales las revoluciones tienden a ser breves, pues la debilidad e
inoperatividad institucional que ellas crean las condenan a desaparecer.
Luego viene el largo, prolongado y difícil período de reconstrucción,
necesario para corregir el caos dejado por la fatídica revolución,
echándose las bases institucionales, políticas, económicas y sociales sobre
las que se fundamentará el nuevo orden político, que permitirá avanzar en
el deseado proceso de desarrollo sustentable.

Este artículo no apareció en la versión impresa del diario por la crítica
escasez de papel que padece.

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