Nicolle Yapur
La historia recopilada por Carlos Carpio en su libro El colapso del mercado de valores en Venezuela no
es simplemente la de uno de los más funestos episodios del sistema
financiero nacional. Ahí se relatan también injusticias, abusos de poder
y corrupción, elementos que se han repetido en muchas otras ocasiones
en las que aparentemente se busca regular la economía venezolana.
Tal vez por este motivo esta historia en
ocasiones suena repetida. En aquel momento (mes de mayo de 2010, punto
de inicio de la crónica de Carpio) la inflación, el diferencial
cambiario y la escasez aumentaban por la reducción en las asignaciones
de divisas. La diferencia es que en aquel entonces el gobierno encontró a
un culpable con nombre y apellido: el mercado de valores venezolano.
La ira contra el sistema capitalista se
desató sin piedad y rápidamente, encausándose al mercado de valores y a
algunos de sus más conocidos directivos. Econoinvest Casa de Bolsa se
convirtió en la cara más visible de quienes las autoridades acusaban de
especuladores y estafadores, incluso antes de presentar prueba alguna.
Sin recurrir a interpretaciones, el
autor recoge estrictamente declaraciones de las autoridades, destacando
una en particular: la emitida por quien entonces era el presidente de la
Comisión Nacional de Valores, Tomás Sánchez, al asegurar a los clientes
de la casa de bolsa, luego de su intervención, que su dinero estaba
asegurado, ya que el problema de la firma “no es de orden patrimonial,
sino que obedece a una serie de pruebas que hacen presumir la ejecución
de operaciones irregulares”.
Aún así, los inversionistas no
recibieron la justa indemnización. No fue sino hasta el cambio de la
primera junta interventora, liderada por la señora Nahunimar Castillo
(denunciada en fiscalía) que los clientes pudieron recibieron sus
ahorros, demostrándose así que el colapso del mercado de valores cobró
muchas víctimas inocentes.
Carpio recuerda muy acertadamente las
motivaciones para esta arremetida: más allá de refugiarse en la excusa
de que en el mercado de valores se especulaba con el valor de la divisa y
que era necesario controlarlo –en la práctica: eliminarlo–, el autor no
deja escapar como parte importante del contexto que por esos días se
habían descubierto toneladas de alimentos descompuestos importados por
PDVAL, un caso que llegó a convertirse en uno de los más emblemáticos
ejemplos de la corrupción del poder.
El entonces presidente Hugo Chávez, como
parte de una campaña de desprestigio, empezó a utilizar el término
“Pudreinvest” para referirse a la principal casa de bolsa, afirmando que
el nivel de “podredumbre” de las operaciones que allí se realizaban era
mucho peor que la de los contenedores de alimentos que el Gobierno
había dejado descomponer en los puertos venezolanos.
Carpio no sólo relata la destrucción del
sistema de casas de bolsa. También hace hincapié en las fallas del
sistema de justicia y en la corrupción del proceso de intervención. Los
manejos sucios, el capital desaparecido, los retardos procesales, la
liquidación injustificada de la empresa, la aplicación retroactiva de la
ley y, sobre todo, la ignorancia de la junta interventora sobre el
funcionamiento básico de una casa de bolsa, quedó demostrado en las
acusaciones que pesaron sobre sus ejecutivos.
Por lo emblemático del caso, Carpio
decidió centrar su análisis en Econoinvest. Para explorar los hechos sin
dejar de lado sus distintos matices, se hizo eco de la voz de
periodistas, líderes de opinión y expertos, a través de la recopilación
cuidadosa de artículos de prensa escrita y medios digitales, haciendo
que el lector se traslade en el tiempo de forma sencilla y
didáctica. Incluyó también las tribunas de opinión inclinadas hacia el
oficialismo, que publicaron análisis sobre las acciones, en ocasiones
injustificables, del gobierno contra las casas de bolsa. Toda
esta información se intercala con explicaciones técnicas sobre el
mercado de valores y las casas de bolsa, cada uno de sus actores, su
evolución, quiénes participaban de él, sin olvidar el protagonismo de
los pequeños inversionistas.
El libro, sin embargo, no importuna a
los más conocedores. Más bien despierta el interés de los periodistas
especializados, siempre ávidos de precisión y contexto, quienes
encontrarán allí una línea de tiempo minuciosa de los acontecimientos
que marcaron la crisis del mercado de valores. Documentos, circulares y
balances financieros figuran entre las ilustraciones del caso de
Econoinvest.
Pero tal vez lo más importante es el recordatorio de que en Venezuela la seguridad jurídica no está garantizada para nadie.
Ninguno de quienes dirigían las casas de
bolsa imaginó que el mercado de valores, utilizado por el propio
gobierno para colocar más de 40 millardos de dólares en títulos durante
los últimos nueve años, sería destruido sin arrepentimientos. Al menos
no de quienes se encontraban en ese momento al frente del gabinete
económico. Ninguno pensó que el gobierno anunciaría, como supuesta
estocada al capitalismo, la destrucción de un sistema que utilizó a sus
anchas para captar recursos. El esfuerzo por hacer un balance entre los
argumentos del gobierno y los de las casas de bolsa queda difuso ante la
contundencia de los acontecimientos, narrados a través de terceros de
todas las tendencias.
La historia contada por Carlos Carpio también es, de este modo, la historia de un doble discurso.
Su crónica culmina en octubre de 2011,
cuando considera que se cierra un ciclo con la remoción del grupo de
funcionarios que actuaron como interventores de las casas de bolsa y las
sociedades de corretaje. Sin embargo, la historia no terminó sino este
año, cuando los directivos de Econoinvest y de otras casas de bolsa
fueron sobreseídos, al ser modificada la Ley contra Ilícitos Cambiarios.
El tribunal levantó la prohibición de salida del país y la congelación
de sus cuentas. Con este simple acto culminó una pesadilla de casi
cuatro años para los directivos de la casa de bolsa, quienes siempre
afirmaron, como recuerda Carpio, “Tenemos la conciencia limpia”.
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