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En: http://www.lapatilla.com/site/2014/10/28/ibsen-martinez-maduro-y-el-saharan-blend/
Ibsen Martínez
La “denominación de origen” de un barril de petróleo evoca un bar bien provisto de imaginarios whiskys o improbables vinos, procedentes todos de diversas comarcas petrolíferas del mundo.
Considérese: McCullough, Vasconia, Albian Premium, Louisiana Sweet,
Canadian Par, Tempa Rossa, Volve, Peregrino, Griffin, Bonny Light, Ural,
Forties Blend, Palanca, San Joaquin Valley, Cañadón Seco, White Rose,
Tapis, Forcados, Loreto, Port Hudson, Sidra.
Durante muchas décadas, las “cepas” venezolanas fueron sumamente
cotizadas por su escasa viscosidad, atributo decisivo en la obtención de
gasolina y otros derivados. Quizá el crudo venezolano más exitoso y
afamado haya sido el Tía Juana Light que, durante más de medio siglo,
surtió nuestras grandes refinerías en Paraguaná. Hasta hace poco tiempo,
éstas constituían el mayor complejo refinador del hemisferio y uno de
los más grandes del mundo.
Hablo de un tiempo anterior a 2003, cuando, luego de una
fracasada huelga petrolera opositora, Hugo Chávez desguazó como
represalia la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA). A finales de los
años noventa, PDVSA llegó a contarse entre las primeras multinacionales
del planeta en volumen de negocios y eficiencia.
PDVSA sufrió el despido masivo de casi 20.000 empleados de rango
medio y alto. ¿Cuántas corporaciones podrían sobrevivir a semejante
hecatombe? La diáspora forzada por Chávez se ha extendido hasta países
del Golfo Pérsico, Estados Unidos, México, Guinea Ecuatorial, Nigeria,
Noruega, Abu Dabi y Sudáfrica. La fuga de cerebros petroleros
venezolanos ha sido decisiva en el desarrollo comercial de las arenas
bituminosas canadienses o en el papel que hoy juega el petróleo en la
economía colombiana.
Once años más tarde, la PDVSA de Nicolás Maduro, desangrada por más
de una década de subsidio masivo a Cuba, el descocado gasto público, la
petrodiplomacia y una corrupción sin precedentes, se ha visto en el
ignominioso trance de ordenar un envío de petróleo argelino: el Saharan
Blend, crudo extraligero usado como diluyente de nuestros crudos
extrapesados, única manera de refinarlos.
Que Venezuela importe, ya no solamente gasolina estadounidense o
iraní, como lo viene haciendo desde hace varios años, forzada por la
creciente disfuncionalidad de sus refinerías, sino ¡también crudo
argelino! ha herido hondamente el orgullo patrio de opositores y
chavistas por igual. El hecho deja ver uno de los peores enemigos del
“socialismo del siglo XXI”: una palmaria y nefanda ineptitud que
erosiona cada día más y más su credibilidad entre los pobres que son,
teóricamente, su sustrato social y político.
De cada 100 dólares que ingresan al fisco venezolano, 96 provienen de
la actividad petrolera. El precio de la “cesta” de crudo venezolano ha
venido cayendo por efecto de la fuerte contracción de la demanda global
de petróleo. Desde finales de septiembre, la cotización del barril
venezolano ha perdido casi 15 dólares: de un promedio de 96,2 dólares
durante los primeros siete meses del año, ha caído hasta los 82,7
dólares.
Arabia Saudita, el hermano mayor que “corta el bacalao” dentro del
cartel de países de la OPEP, se niega a empujar el precio del barril
hacia arriba disminuyendo el flujo de crudo al mercado. Los saudíes
apuestan a ganar una guerra de precios con los productores
estadounidenses del shale oil, un tipo de crudo inaccesible
hasta hace poco. Su estrategia es soportar la caída de precios. Podría
hacerlo, incluso durante un par de años, sin merma de su mercado hasta
hacer menos rentables las inversiones en tecnología que podrían
convertir a EE UU en el mayor exportador de crudo del mundo.
En esa guerra de precios, Venezuela, con su magra producción, nada
puede hacer. Es la irrelevante y atribulada cucaracha en un baile de
gallinas del que habla un refrán criollo. Tanto es así, que su urgente
solicitud de una reunión extraordinaria de la OPEP para fines de este
mes ha sido tratada, en el mejor de los casos, con displicencia.
Por cada dólar que cae el precio del crudo de referencia brent,PDVSA
recibe 500 millones de dólares menos al año. Venezuela necesitaría que
el precio de su cesta de crudos rebasase los 120 dólares por barril —¡Y
un mago al frente de las finanzas públicas!— para satisfacer su
dramática necesidad de divisas y equilibrar su desastrosa balanza
fiscal, cuyo déficit respecto del PIB roza ya el 18%.
La actual contracción de la demanda global de crudo supondrá una
caída de 10.000 millones de dólares en sus ingresos para el año
entrante. El peso de la deuda externa, cuyo cumplimiento rondará los
15.000 millones de dólares en 2015, alienta aún temores de undefault venezolano.
Con la tasa de inflación más grande del planeta —el 63,7%, según
muchos observadores—, Nicolás Maduro se ha permitido, sin embargo,
proclamar patéticamente que su Gobierno tiene la capacidad de capear la
guerra de precios que, en su retórica, es solo otra conspiración gringa
contra la “revolución bolivariana”.
Lo cierto es que, solo con muchísima suerte, los petrodólares que
Maduro rasca del fondo del cajón para tratar de contener, sin lograrlo,
el ya inocultable descontento del chavista de a pie, y ganar las
parlamentarias del año que viene, tal vez solo alcancen para ordenar
otra ronda de Saharan Blend.
Con mucha soda.
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