JUAN ANTONIO GONZÁLEZ
| EL UNIVERSAL
miércoles 29 de octubre de 2014 08:26 AM
Aunque se trata, en esencia,
de una comedia pensada originalmente para el formato de microteatro, el
éxito de público que la obra ¿Tequila o ron? tuvo en Urban Cuplé, llevó a su autora Gennys Pérez a adaptarla a una duración mayor de 15 minutos.
Material de sobra tenía la dramaturga venezolana, conocida en el medio escénico nacional e internacional por Yo soy Carlos Marx, pieza por la que un exministro de Cultura pegó el grito en el cielo cuando se enteró de que en el texto el mentado Marx era un indigente.
Si alguien ha vivido en primera persona lo que significa ser inmigrante esa es Gennys Pérez, escritora y también libretista residencia actualmente en Ciudad de México.
Muchas de sus experiencias están en las situaciones y parlamentos de ¿Tequila o ron?, que hasta el mes de diciembre se estará presentando en la Sala Experimental del Centro Cultural BOD, de La Castellana, los viernes, a las 10:00 pm, y los sábados y domingos, a las 8:00 pm.
El desarraigo, la pérdida de la identidad, la soledad, la indigencia, la indiferencia y la nostalgia son algunas de las sensaciones por las que transitan sus dos protagonistas: Carlota, una actriz que sueña con trabajar para Televisa, y Diego, un cantante de música llanera cansado de hacer de mariachi en la plaza Garibaldi para ganarse los pesos justos para sobrevivir junto a su esposa y su hijo, a punto de comenzar a estudiar en la universidad.
El montaje, dirigido por José Jesús González, posee los gags, silencios y las canciones justas para entender el proceso interior por el que atraviesan los idos; los que, como Carlota y Diego, decidieron dejar su país en busca de una mejor vida lejos. Se fueron, sí, pero jamás exiliaron de sí mismos sus afectos y el amor por el terruño.
Los actores Véronica Cortez (Carlota) y Henry Soto (Diego) emprenden, desde la emocionalidad a flor de piel, el viaje de sus personajes. Lo realizan: van de la risa al llanto, de la lucidez a la embriaguez, y en su trayecto involucran al espectador, que los acompaña al borde de la carcajada y la lágrima.
¿Nos vamos o nos quedamos? ¿Seguimos lejos o volvemos? Tales disyuntivas marcan como cicatrices a los venezolanos de hoy. En la función del pasado sábado, un señor del público, conminaba a Soto: "¡No se vaya!". Le hablaba al actor, no al personaje.
Como se trata de decisiones personales, yo me quedo con el ron, aunque, como el país, me baje la tensión...
Material de sobra tenía la dramaturga venezolana, conocida en el medio escénico nacional e internacional por Yo soy Carlos Marx, pieza por la que un exministro de Cultura pegó el grito en el cielo cuando se enteró de que en el texto el mentado Marx era un indigente.
Si alguien ha vivido en primera persona lo que significa ser inmigrante esa es Gennys Pérez, escritora y también libretista residencia actualmente en Ciudad de México.
Muchas de sus experiencias están en las situaciones y parlamentos de ¿Tequila o ron?, que hasta el mes de diciembre se estará presentando en la Sala Experimental del Centro Cultural BOD, de La Castellana, los viernes, a las 10:00 pm, y los sábados y domingos, a las 8:00 pm.
El desarraigo, la pérdida de la identidad, la soledad, la indigencia, la indiferencia y la nostalgia son algunas de las sensaciones por las que transitan sus dos protagonistas: Carlota, una actriz que sueña con trabajar para Televisa, y Diego, un cantante de música llanera cansado de hacer de mariachi en la plaza Garibaldi para ganarse los pesos justos para sobrevivir junto a su esposa y su hijo, a punto de comenzar a estudiar en la universidad.
El montaje, dirigido por José Jesús González, posee los gags, silencios y las canciones justas para entender el proceso interior por el que atraviesan los idos; los que, como Carlota y Diego, decidieron dejar su país en busca de una mejor vida lejos. Se fueron, sí, pero jamás exiliaron de sí mismos sus afectos y el amor por el terruño.
Los actores Véronica Cortez (Carlota) y Henry Soto (Diego) emprenden, desde la emocionalidad a flor de piel, el viaje de sus personajes. Lo realizan: van de la risa al llanto, de la lucidez a la embriaguez, y en su trayecto involucran al espectador, que los acompaña al borde de la carcajada y la lágrima.
¿Nos vamos o nos quedamos? ¿Seguimos lejos o volvemos? Tales disyuntivas marcan como cicatrices a los venezolanos de hoy. En la función del pasado sábado, un señor del público, conminaba a Soto: "¡No se vaya!". Le hablaba al actor, no al personaje.
Como se trata de decisiones personales, yo me quedo con el ron, aunque, como el país, me baje la tensión...
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