Eddy
Reyes Torres
En un ensayo titulado “Sólo la madre basta”, Alejandro Moreno señala que el estudio
de las “historias de vida” tiene su propio estatuto en la ciencia social. Al
respecto, cita un libro de 1981 que se transformó en un clásico (Historia e historias de vida) del
sociólogo italiano Franco Ferrarotti, en el cual se planteó el estudio de las
historias de vida como una manera totalmente original de investigar,
resaltándose además que en la historia de cada sujeto están en síntesis todos
los grupos por los que ese sujeto ha discurrido y, por lo mismo, toda la
sociedad en la que vive. De esa forma, en una sola historia de vida puede
estudiarse una sociedad entera. De modo parecido, un pequeño episodio -oculto
entre grandes acontecimientos- también debería reflejar a cabalidad toda una
cultura política y social de un momento dado.
La experiencia vivida por Ruth de Krivoy en la fase final
de su desempeño como presidente del Banco Central de Venezuela es aleccionadora
y retrata en sus detalles las diferencias que existen entre el mundo técnico y
el político, así como entre los intereses privados y los públicos, todo lo cual
dificulta la adopción de decisiones correctas para la solución de problemas
estructurales.
Ante los múltiples problemas económicos y financieros que
afectaban al país, Krivoy fue invitada a Miraflores para reunirse con el
Presidente de la República y su ministro de Hacienda, Julio Sosa, al inicio del
segundo mandato de Rafael Caldera. Llegó puntualmente a la cita pero tuvo que
esperar varias horas hasta que al fin la hicieron pasar al despacho del
ministro de la Secretaría. Allí se encontró con Sosa y otros ministros. La
conversación se inició con la exigencia de que el Banco Central aprobara una
regulación especial para que la banca reestructurara los préstamos otorgados a
la agricultura. También se planteó el deseo de que las tasa aplicable a la
deuda del gobierno bajara. Un silencio cortante se adueñó de la sala por varios
segundos. Entonces Krivoy intervino y señaló que una regulación en el sentido
expuesto exigía previamente que se precisaran varios asuntos: la política
agrícola general, de la cual formaba parte la reestructuración de la deuda
agrícola; qué tipo de programa de reestructuración tenía en mente el Gobierno;
cuál era el monto de reducción de la tasa de interés que se necesitaba para
resolver el problema; cómo pensaba el Gobierno financiar ese subsidio implícito
a los prestatarios agrícolas; si habría una exención de impuesto sobre la renta
a los ingresos provenientes de los préstamos agrícolas u otras disposiciones
dirigidas a la banca comercial; cómo podía afectar esa medida a la solvencia
bancaria en general; y de qué modo se ajustaría a los objetivos de la política
monetaria. Sobre las tasas de interés, la funcionaria explicó los problemas que
el Banco Central estaba enfrentando: fuerte presión en el mercado de divisas en
virtud de la pérdida de confianza causada por la crisis bancaria, el déficit
fiscal, la incertidumbre acerca del programa económico del Gobierno, la
reciente suspensión de las garantías económicas, el empeoramiento del mercado
petrolero y una multitud de otros problemas. Por tanto, la simple reducción de
las tasas de interés no resolvería ninguno de esos problemas; por el contrario,
haría que muchos de ellos se agravaran. Además –agregó- la política fiscal del
Gobierno parecía estar agravando otros problemas. Claramente se avizoraba un
déficit sustancial y no se tenía indicios acerca de cómo el Gobierno lo
financiaría. En conclusión –sostuvo Krivoy-, sería un error centrar las
conversaciones en las altas tasas de interés y lo que podía hacer el Banco
Central para bajarlas cuando, más bien, debía discutirse las soluciones
posibles para la crisis bancaria, el programa de Fogade y los programas de
privatización y estabilización macroeconómica. La reunión avanzó sin que
ninguno de los temas que planteó la presidente del Banco Central se discutiera.
La conclusión era obvia: el propósito principal del encuentro era el de
presionar al BCV para que bajara las tasas de interés. Nadie explicó por qué la
reunión original se hacía sin la presencia del Presidente Caldera.
Los días siguientes fueron intensos. Las reuniones se
multiplicaron por doquier. Krivoy fue nuevamente convocada a Miraflores, el
domingo 24 de abril, en horas de la tarde. En esta ocasión, el cónclave incluía
a seis ministros y cinco banqueros. Se habló entonces de un plan (pacto de
solidaridad) entre el Gobierno, el Banco Central y los bancos privados, en el
que el segundo asumiría los costos y los demás participantes los beneficios
inmediatos. En esencia, firmándose ese pacto el BCV se comprometía a una
política de tipo de cambio nominal estable y unas tasas de interés bajas que no
se justificaban por las condiciones macroeconómicas del país y el programa
fiscal del Gobierno. Ese programa –según Krivoy- alimentaría la inflación y
devoraría las reservas internacionales sin ningún propósito particular; el
control de cambio se haría inevitable, puesto que la fuga de capitales
destruiría rápidamente lo que pudiera quedar del sistema financiero venezolano.
Por encima de todo, si el Banco Central sucumbía a esa presión política,
quedaría comprometida su autonomía, por la cual se habían hecho tan duros
esfuerzos.
Por su relevancia, el tema fue llevado a la consideración
del Directorio del BCV. El Gobierno exigía una respuesta expedita. Luego de su
evaluación, el Directorio resolvió no firmar el pacto. Pero el Gobierno no se
dio por vencido. Trató de presionar al instituto emisor señalando que el
Presidente ya había fijado un acto solemne para la firma del pacto, que se
llevaría a efecto en menos de una hora. Los bancos privados lo habían aceptado
y el Banco Central ¡tenía que estar ahí! Krivoy reiteró la decisión del BCV: la
respuesta era no. El Gobierno y la directiva del Banco Central habían llegado a
un impasse y uno de los dos tenía que ceder. Como la cuerda siempre revienta
por lo más delgado, Krivoy y dos miembros del Directorio (Eloy Lares Martínez y
Carlos Guillermo Rangel) decidieron renunciar, el 26 de abril de 1994. La
gravedad de la noticia provocó fugas de capitales y el desplome del bolívar.
Las consecuencias más profundas las sufriría después el país entero.
El corolario de tan singular episodio es más que obvio:
para los políticos es siempre más cómodo correr la arruga que tomar el toro por
los cachos. Lo último es siempre un acto de heroísmo que exige, más de las
veces, el sacrificio inevitable. Eso marca la diferencia entre mantenerse a
toda costa en el poder y arriesgar todo (los intereses políticos y partidistas
más inmediatos) por el bien de la patria.
27 de diciembre de 2014
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