Por Juan Carlos Zapata.-
Se puede afirmar que la más experimentada figura del poder chavista es Diosdado Cabello. Ha pasado por todos los cargos gubernamentales. Ha sido gobernador. Es el presidente de la Asamblea Nacional y es el jefe del partido, del PSUV. Fue vicepresidente de la República. Y en los días del golpe de abril, Presidente por horas, y bajo su responsabilidad estuvo devolverle la banda presidencial a Chávez, gesto al que este no le dio la importancia debida en su momento, y menos sus adversarios en el chavismo.
El ascenso, vertiginoso, no ha sido fácil, tampoco. Nunca lo fue con Chávez, quien en varias ocasiones lo humilló en público, en otras lo marginó, y en otras lo puso a prueba. De los otros experimentados en el poder, destacan Rafael Ramírez, a quien han mandado ahora para la ONU, y el propio Maduro, que pasó por la Asamblea y la Cancillería. Los años en la Cancillería, sin embargo, lo mantuvieron un tanto alejado del día a día de la lucha interna, por lo cual, en ello Cabello le lleva ventaja. Y es que Diosdado Cabello ha tenido que cargar con varias cruces, todas provenientes desde lo interno del mismo chavismo: el de ser el boliburgués más rico de Venezuela, el de haberse escondido y traicionado a Chávez en abril de 2002; el de ser el líder de la derecha endógena. Lo peor es que en el chavismo aún se le resisten y en la oposición es visto como una de las figuras más odiadas.
Este resumen forja una personalidad que ha salido a flote tras la muerte de Chávez, el primer caudillo político y militar del siglo XXI, si se condensara en él la visión de Laureano Vallenilla Lanz.
En verdad, Cabello explotó con Chávez enfermo. Como lo afirma Pedro Benítez en su análisis de hoy (El mundo chavista se hace más pequeño y por ello se atrinchera en los poderes), solo Maduro y Ramírez aparecían flanqueando a Chávez cada vez que este se dirigía al país. ¿Dónde estaba Cabello? Los demás factores lo querían fuera. Y en vez de replegarse pasó a la ofensiva. Primero, contradiciendo a Chávez en público cuando quiso ratificar en la presidencia de la Asamblea Nacional a Fernando Soto Rojas: no todo está dicho, dijo Cabello, y el gesto era insólito en un subalterno. Ganó Cabello. Se garantizó la Asamblea Nacional y desde esa posición reafirmó su jefatura: primero, diseñando la operación para sacar al Gato Briceño de la gobernación de Monagas, lo cual Chávez aceptó sin chistar; segundo, amarrando las cuerdas flojas en el PSUV; tercero consolidando su posición en la bancada chavista de la Asamblea; cuarto proponiendo nombres para la gobernación, de lo cual vale decir que uno de los sacrificados, a uno de los que puso en la mira para sacarlo del juego, fue al gobernador de Anzoátegui, Tarek William Saab, hoy nuevo defensor del Pueblo, llevado allí como parte del acuerdo Cabello-Maduro en el reparto de los poderes. Dicho esto, Cabello terminó siendo reconocido por Chávez en su agonía; y si no le entregó el testigo de la sucesión, fue o porque Maduro representaba la opción electoralmente más viable; o porque Chávez aún conservaba la esperanza de volver.
Cuando Maduro movió sus piezas, disminuyó a Ramírez e intentó, también disminuir a Cabello, en aquello que se dio a llamar el sacudón. Pero Cabello no se amilanó. Si Chávez no pudo con él, menos podría Maduro.
De allí en adelante la historia es más conocida, por lo reciente. Las vueltas dadas a la legalidad y a la Constitución para sostener a Maduro en la posición presidencial, sin reclamar lo que por derecho le correspondía en tanto presidente de la Asamblea Nacional. No iba Cabello a desconocer la orden, el deseo y el mandato del caudillo Chávez, muerto pero vivo en el imaginario chavista. No era el momento de ponerse a inventar. Ganaba más obedeciendo, y no era la primera vez que obedecía, aunque no podía esconder –de eso hablan sus amigos más cercanos- que hubiera preferido ser el sucesor. De hecho, esos amigos son lo que acuñaron de primero la impresión de que el gobierno de Maduro sería de transición. El caso es que frente a lo esperado, en esa circunstancia, y luego ya en 2014, desatado el clima de violencia que hizo vivir al gobierno horas y días de incertidumbre al punto de aceptar un cruce (y un chaparrón) de palabras con la oposición en el Palacio de Miraflores, Cabello se mostraba como el pilar clave del régimen. Lo demostraba en la Asamblea Nacional, y lo demostraba en la calle y en televisión. Maduro llegó a reconocerlo como el duro entre los duros. El más duro.
Saltemos páginas. Vayamos a la carta de renuncia de Jorge Giordani de mediados de año. El ex ministro de economía mentor y preferido de Chávez, nos revela que con Maduro hay un vacío de liderazgo y con Ramírez en PDVSA, demasiados apetitos. Por datos concretos se sabe que Giordani no mantenía mejores relaciones con Cabello. Pero la sorpresa de la carta es que Giordani no va contra él, no lo ataca. Por deducción, por lo que dice de Maduro y Ramírez, se puede afirmar que hay una admisión implícita de Cabello como sostén del poder. El alerta de Giordani estaba centrada en la economía. En los riesgos que se encimaban. Y en ello tuvo razón. Maduro no es el líder para las dificultades. Al mismo tiempo, el alerta anticipaba lo que era el plan económico diseñado por Ramírez, a quien observaba con demasiada autonomía de poder. El tiempo le dio la razón a Giordani. Ni Plan ni Poder para Ramírez. Cuando Maduro movió sus piezas, disminuyó a Ramírez e intentó, también disminuir a Cabello, en aquello que se dio a llamar el sacudón. Pero Cabello no se amilanó. Si Chávez no pudo con él, menos podría Maduro. De hecho, Cabello lo venía confirmando en la estrategia de armar las condiciones del III Congreso del PSUV. Aquí impone la estructura de base, aunque la aclamación de Maduro sea el plato fuerte del evento. Una formalidad. Un trámite. Pues había un aspecto de mayor urgencia que debía encarar Maduro: la crisis económica apretaba, y las encuestas reflejaban el rechazo y la pérdida de confianza del chavista hacia el gobierno y el Presidente, lo cual no tenía otra traducción que el riesgo de perder las parlamentarias del 2015. La caída de los precios del petróleo le pone el acento a la crisis económica que puede transformarse en derrota electoral y crisis política.
Por los momentos, el chavista de base aprecia la maña, la viveza, la audacia y la falta de escrúpulos de Cabello en función de alcanzar los objetivos de sostenimiento del poder. Así se van forjando los caudillos. Los jefes tutelares. Y en la oposición no hay uno que le haga contrapeso.
En ese contexto, es que los factores del chavismo juegan a la renovación de los poderes, sin perder de vista el horizonte, y el horizonte se parece a la vez en que Cabello le dijo no a la propuesta de Chávez en torno a Soto Rojas. Es decir, en 2011, Cabello estaba obligado a garantizarse una posición institucional que le garantizara fuerza a futuro: la presidencia de la Asamblea Nacional. En esta ocasión tenía que ver con el CNE, el TSJ y el Poder Moral. La lucha interna era menos complicada, si se quiere, ya sin Ramírez en el anillo de mayor influencia. Era una lucha a dos, que así es como se ha decantado el poder en el chavismo. Ceder en torno a Tarek William Saab es una minucia frente a la operación montada, y no hay duda de que ha sido Cabello el principal artífice. Violar la Constitución no le quita el sueño. Jugar con el miedo y la presión, está en su naturaleza. Tensar la cuerda, es parte de lo cotidiano. No a otro, sino a él, fue a quien el país observó montado en la operación de los poderes. Puede venderse como si le estuviera resolviendo un problema a Maduro. Y la verdad es que la intención es el amarre de posiciones clave en las instituciones en caso de un revés en las parlamentarias, que es lo más seguro. Pero no se trata de un favor a Maduro. Se trata de garantizarle bases de fuerza al chavismo. Así, se jugó la carta de la inconstitucionalidad, y se jugó la carta de enredar a la oposición en negociaciones que no eran tales. Cabello es de la tesis, (lo sé por una fuente directa), de que a la oposición no se le pueden entregar posiciones porque de todas maneras seguirá conspirando. Y en cuanto al madurismo y Maduro, entiende que es importante para la supervivencia del poder, pero tampoco lo considera confiable en su falta de voluntad y riesgo. En fin, está por verse, lo dirá el curso de 2015, si la operación es sostenible. Por los momentos, el chavista de base aprecia la maña, la viveza, la audacia y la falta de escrúpulos de Cabello en función de alcanzar los objetivos de sostenimiento del poder. Así se van forjando los caudillos. Los jefes tutelares. Y en la oposición no hay uno que le haga contrapeso.
Se puede afirmar que la más experimentada figura del poder chavista es Diosdado Cabello. Ha pasado por todos los cargos gubernamentales. Ha sido gobernador. Es el presidente de la Asamblea Nacional y es el jefe del partido, del PSUV. Fue vicepresidente de la República. Y en los días del golpe de abril, Presidente por horas, y bajo su responsabilidad estuvo devolverle la banda presidencial a Chávez, gesto al que este no le dio la importancia debida en su momento, y menos sus adversarios en el chavismo.
El ascenso, vertiginoso, no ha sido fácil, tampoco. Nunca lo fue con Chávez, quien en varias ocasiones lo humilló en público, en otras lo marginó, y en otras lo puso a prueba. De los otros experimentados en el poder, destacan Rafael Ramírez, a quien han mandado ahora para la ONU, y el propio Maduro, que pasó por la Asamblea y la Cancillería. Los años en la Cancillería, sin embargo, lo mantuvieron un tanto alejado del día a día de la lucha interna, por lo cual, en ello Cabello le lleva ventaja. Y es que Diosdado Cabello ha tenido que cargar con varias cruces, todas provenientes desde lo interno del mismo chavismo: el de ser el boliburgués más rico de Venezuela, el de haberse escondido y traicionado a Chávez en abril de 2002; el de ser el líder de la derecha endógena. Lo peor es que en el chavismo aún se le resisten y en la oposición es visto como una de las figuras más odiadas.
Este resumen forja una personalidad que ha salido a flote tras la muerte de Chávez, el primer caudillo político y militar del siglo XXI, si se condensara en él la visión de Laureano Vallenilla Lanz.
En verdad, Cabello explotó con Chávez enfermo. Como lo afirma Pedro Benítez en su análisis de hoy (El mundo chavista se hace más pequeño y por ello se atrinchera en los poderes), solo Maduro y Ramírez aparecían flanqueando a Chávez cada vez que este se dirigía al país. ¿Dónde estaba Cabello? Los demás factores lo querían fuera. Y en vez de replegarse pasó a la ofensiva. Primero, contradiciendo a Chávez en público cuando quiso ratificar en la presidencia de la Asamblea Nacional a Fernando Soto Rojas: no todo está dicho, dijo Cabello, y el gesto era insólito en un subalterno. Ganó Cabello. Se garantizó la Asamblea Nacional y desde esa posición reafirmó su jefatura: primero, diseñando la operación para sacar al Gato Briceño de la gobernación de Monagas, lo cual Chávez aceptó sin chistar; segundo, amarrando las cuerdas flojas en el PSUV; tercero consolidando su posición en la bancada chavista de la Asamblea; cuarto proponiendo nombres para la gobernación, de lo cual vale decir que uno de los sacrificados, a uno de los que puso en la mira para sacarlo del juego, fue al gobernador de Anzoátegui, Tarek William Saab, hoy nuevo defensor del Pueblo, llevado allí como parte del acuerdo Cabello-Maduro en el reparto de los poderes. Dicho esto, Cabello terminó siendo reconocido por Chávez en su agonía; y si no le entregó el testigo de la sucesión, fue o porque Maduro representaba la opción electoralmente más viable; o porque Chávez aún conservaba la esperanza de volver.
Cuando Maduro movió sus piezas, disminuyó a Ramírez e intentó, también disminuir a Cabello, en aquello que se dio a llamar el sacudón. Pero Cabello no se amilanó. Si Chávez no pudo con él, menos podría Maduro.
De allí en adelante la historia es más conocida, por lo reciente. Las vueltas dadas a la legalidad y a la Constitución para sostener a Maduro en la posición presidencial, sin reclamar lo que por derecho le correspondía en tanto presidente de la Asamblea Nacional. No iba Cabello a desconocer la orden, el deseo y el mandato del caudillo Chávez, muerto pero vivo en el imaginario chavista. No era el momento de ponerse a inventar. Ganaba más obedeciendo, y no era la primera vez que obedecía, aunque no podía esconder –de eso hablan sus amigos más cercanos- que hubiera preferido ser el sucesor. De hecho, esos amigos son lo que acuñaron de primero la impresión de que el gobierno de Maduro sería de transición. El caso es que frente a lo esperado, en esa circunstancia, y luego ya en 2014, desatado el clima de violencia que hizo vivir al gobierno horas y días de incertidumbre al punto de aceptar un cruce (y un chaparrón) de palabras con la oposición en el Palacio de Miraflores, Cabello se mostraba como el pilar clave del régimen. Lo demostraba en la Asamblea Nacional, y lo demostraba en la calle y en televisión. Maduro llegó a reconocerlo como el duro entre los duros. El más duro.
Saltemos páginas. Vayamos a la carta de renuncia de Jorge Giordani de mediados de año. El ex ministro de economía mentor y preferido de Chávez, nos revela que con Maduro hay un vacío de liderazgo y con Ramírez en PDVSA, demasiados apetitos. Por datos concretos se sabe que Giordani no mantenía mejores relaciones con Cabello. Pero la sorpresa de la carta es que Giordani no va contra él, no lo ataca. Por deducción, por lo que dice de Maduro y Ramírez, se puede afirmar que hay una admisión implícita de Cabello como sostén del poder. El alerta de Giordani estaba centrada en la economía. En los riesgos que se encimaban. Y en ello tuvo razón. Maduro no es el líder para las dificultades. Al mismo tiempo, el alerta anticipaba lo que era el plan económico diseñado por Ramírez, a quien observaba con demasiada autonomía de poder. El tiempo le dio la razón a Giordani. Ni Plan ni Poder para Ramírez. Cuando Maduro movió sus piezas, disminuyó a Ramírez e intentó, también disminuir a Cabello, en aquello que se dio a llamar el sacudón. Pero Cabello no se amilanó. Si Chávez no pudo con él, menos podría Maduro. De hecho, Cabello lo venía confirmando en la estrategia de armar las condiciones del III Congreso del PSUV. Aquí impone la estructura de base, aunque la aclamación de Maduro sea el plato fuerte del evento. Una formalidad. Un trámite. Pues había un aspecto de mayor urgencia que debía encarar Maduro: la crisis económica apretaba, y las encuestas reflejaban el rechazo y la pérdida de confianza del chavista hacia el gobierno y el Presidente, lo cual no tenía otra traducción que el riesgo de perder las parlamentarias del 2015. La caída de los precios del petróleo le pone el acento a la crisis económica que puede transformarse en derrota electoral y crisis política.
Por los momentos, el chavista de base aprecia la maña, la viveza, la audacia y la falta de escrúpulos de Cabello en función de alcanzar los objetivos de sostenimiento del poder. Así se van forjando los caudillos. Los jefes tutelares. Y en la oposición no hay uno que le haga contrapeso.
En ese contexto, es que los factores del chavismo juegan a la renovación de los poderes, sin perder de vista el horizonte, y el horizonte se parece a la vez en que Cabello le dijo no a la propuesta de Chávez en torno a Soto Rojas. Es decir, en 2011, Cabello estaba obligado a garantizarse una posición institucional que le garantizara fuerza a futuro: la presidencia de la Asamblea Nacional. En esta ocasión tenía que ver con el CNE, el TSJ y el Poder Moral. La lucha interna era menos complicada, si se quiere, ya sin Ramírez en el anillo de mayor influencia. Era una lucha a dos, que así es como se ha decantado el poder en el chavismo. Ceder en torno a Tarek William Saab es una minucia frente a la operación montada, y no hay duda de que ha sido Cabello el principal artífice. Violar la Constitución no le quita el sueño. Jugar con el miedo y la presión, está en su naturaleza. Tensar la cuerda, es parte de lo cotidiano. No a otro, sino a él, fue a quien el país observó montado en la operación de los poderes. Puede venderse como si le estuviera resolviendo un problema a Maduro. Y la verdad es que la intención es el amarre de posiciones clave en las instituciones en caso de un revés en las parlamentarias, que es lo más seguro. Pero no se trata de un favor a Maduro. Se trata de garantizarle bases de fuerza al chavismo. Así, se jugó la carta de la inconstitucionalidad, y se jugó la carta de enredar a la oposición en negociaciones que no eran tales. Cabello es de la tesis, (lo sé por una fuente directa), de que a la oposición no se le pueden entregar posiciones porque de todas maneras seguirá conspirando. Y en cuanto al madurismo y Maduro, entiende que es importante para la supervivencia del poder, pero tampoco lo considera confiable en su falta de voluntad y riesgo. En fin, está por verse, lo dirá el curso de 2015, si la operación es sostenible. Por los momentos, el chavista de base aprecia la maña, la viveza, la audacia y la falta de escrúpulos de Cabello en función de alcanzar los objetivos de sostenimiento del poder. Así se van forjando los caudillos. Los jefes tutelares. Y en la oposición no hay uno que le haga contrapeso.
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