Tuesday, December 30, 2014

Juan Carlos Escotet nunca fue novato

En: http://konzapata.com/2014/12/juan-carlos-escotet-nunca-fue-un-novato/

Por Juan Carlos Zapata.-

¿No lo recuerda? ¿Lo identifica en esta tarjeta? En efecto, Juan Carlos Escotet fue nombrado presidente del Banco República y ese día –comenzaba la década de los 90-, batió un récord: con solo 30 años, pasó a ser el más joven presidente de banco en la historia de Venezuela. Para entonces, nadie detenía a Orlando Castro y a su grupo en el empeño de comprar entidades financieras, entre otras, el Banco de Venezuela, el Banco Exterior, y el recién privatizado Banco República. Antes había adquirido el Banco Zulia, transformado en Banco Progreso, entidad que formaba parte del Grupo Latinoamericana-Progreso. Desde los 25 años, el joven Escotet era la mano derecha de Orlando Castro. Un efectivo lugarteniente. Luego entró en escena, en calidad de asesor, el analista financiero Francisco Faraco, quien dirigía la primera firma de análisis y riesgo bancario del país. Faraco le metió la lupa a los números del Banco República. Este era un instituto en manos del Estado que el gobierno de Carlos Andrés Pérez deseaba privatizar. Faraco le pone precio. Faraco también había armado el esquema mediante el cual el Banco Latino había adquirido el Banco de Maracaibo. Y es quien también había hecho posible la compra del Banco Internacional por parte de los hermanos Víctor, Carlos y Rafael Gill Ramírez. Faraco parecía estar en todas las operaciones. Con el gobierno de Pérez había llegado el momento de la privatización de los bancos. Era una fiebre. Todos querían un banco. Van a subasta el Italo, el Banco Occidental de Descuento, BOD y el República, entre otros. Bancor de Juan Santaella se queda con el BOD. José Francisco Otero con el Italo, a pesar de que la recomendación de Faraco fue que debía ser liquidado, no privatizado. ¿Y quién se hace del República? Orlando Castro. No tuvo competidores. Dijo que al único contrario que temía era al Banco Mercantil, pero éste se abstuvo de participar en la subasta y, de haberlo hecho, Castro no habría dudado en aumentar la postura en unos cuantos millones más. En esos días, el Banco Latino se desataba comprando. Los rumores eran de este tenor: con Pedro Tinoco en la presidencia del Banco Central cualquiera se atreve. Tinoco era accionista del Latino, también Gustavo Cisneros. Tinoco y Cisneros eran amigos del presidente Carlos Andrés Pérez. David Brillembourg intentó, sin éxito, venderle al Latino el 22% de acciones del Banco Unión. No hubo acuerdo en el precio. Brillembourg vendía caro y Gustavo Gómez López, presidente del Latino, quería comprar barato. Lo que hace Brillembourg, más tarde, es cambiar las acciones del Unión por el control de Seguros Caracas. Pero al caer su grupo, Confinanzas, en la crisis bancaria, cae también Seguros Caracas, la cual más tarde es adquirida por The Liberty Mutual. En 1990 el mercado hervía de plata. Arrecian los rumores sobre el origen de los fondos. El presidente de la Bolsa de Caracas, Juan Domingo Cordero, lanza esta perla que estremece el sistema: el narcotráfico está penetrando la banca. Los banqueros arrugan la cara, se ponen en movimiento, desmintiendo, aclarando, y hasta solicitando sanciones para Cordero. En efecto, este es el mismo Cordero que reaparece, fugazmente, décadas más tarde en la directiva de Globovisión. Los hermanos Gill Ramírez de Bancentro concertaron reunión con el embajador de los Estados Unidos al que ofrecieron explicaciones. Dentro de un año protagonizarían la compra del Banco Internacional, con una ayudita del Banco Latino y Gómez López. A Cordero se le notaba la intención: entraba en el juego de los que veían con aprehensión las compras de algunos, como si estuvieran comprando en botica. Es que previo a la compra del República, casi simultáneamente, Castro había logrado hacerse del 11% del Banco Exterior, una tacita de plata, bien administrado, controlado por el Grupo Fierro de España, los mismos de Fosforera Nacional. Paradójicamente, después Cordero aparecía adquiriendo el Banco Barinas y el Banco Principal, barridos también en la crisis bancaria. Los Fierro eran amigos de Carlos Andrés Pérez. Potentados en la España franquista, Idelfonso, el patriarca de la familia-de viaje en 1948 por Sudamérica- había ayudado a un joven dirigente político que iba camino al exilio; era Carlos Andrés Pérez, a quien no conocía, y a quien de manera voluntaria colocó en sus manos una cantidad de dólares. La anécdota se contaba una y otra vez en las noches de cocteles caraqueños. Fierro vio a aquel joven flanqueado por agentes de seguridad que entraba al avión. Una vez que la nave despegó se le acercó, hablaron y allí comenzó la amistad entre el empresario y quien había sido secretario del presidente Rómulo Betancourt entre 1945 y 1947. Es el mismo Pérez que llegará a ser presidente de Venezuela entre 1974 y 1979; y una década después repetía como mandatario.

El 4 de julio de 1990 se da la primera cita entre Castro e Ignacio Fierro Viña –de la saga del primer Fierro- y una semana después Escotet procede con el abordaje del Banco República. Ya la historia del Banco de Venezuela ha entrado en una nueva etapa pues José Alvarez Stelling y el Banco Consolidado se inmiscuyen en la pelea, tomando partido a favor de Castro y Escotet. El Exterior significaba para Castro la admisión en un club exclusivo de accionistas. El República era el triunfo en una puja pública, ante los ojos del país. De Castro se decía: si no gana, empata. Y él, eufórico, se exhibía sin remilgos en distintos escenarios. El República tenía otro significado, el más importante de cara al futuro. El 12 de julio de 1990, Juan Carlos Escotet estará a semana y media de celebrar 31 años y Castro lo escoge, entre sus ejecutivos, como el indicado para presidir el Banco República. Pasará a ser el presidente de banco más joven en la historia del país. El récord lo conservaba Carmelo Lauría en el Banco de Venezuela quien había llegado a tan alta posición cumplido los 33 años, en la década de los setenta. Claro, el Banco de Venezuela era y es el Banco de Venezuela, y el República, era y no será: desaparecerá en manos de Castro, aunque no de Escotet, quien ya se habrá ido a fundar Banesco.

Hay que decir que Escotet pudo haber batido su propio récord, pues antes, con 27 años, ejecutando una orden de Orlando Castro, había comprado el Banco Zulia. Es la entidad que luego será el Banco Progreso del Grupo Latinoamericana-Progreso. Pero él mismo se vio en el espejo y se sintió demasiado joven para presidir el instituto, cediéndole el testigo a un amigo y conservando para sí la vicepresidencia. Sin embargo, el prurito de aquella ocasión se le curó para siempre. A raíz de la experiencia no desperdiciará oportunidades que se le presenten. No obstante, hay que decir que la adquisición del Banco Zulia puede inventariarse dentro de las negociaciones épicas que concretará con éxito el joven Escotet en el rol de ejecutivo de Castro. Viajaba en aviones comerciales. En el madrugador de Avensa que volaba a Maracaibo. De allí, alquilaba taxis para desplazarse de una ciudad a otra, de Cabimas a Ciudad Ojeda, y otra vez a Maracaibo. Aquel ejecutivo –gordo aún- soportaba el sol del Zulia, el calor de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, el polvo, y el desplazamiento en aquellos taxis, paradójicamente helados por el aire acondicionado. También tenía que soportar el desplante de la parte contraria con la que negociaba. El Banco Zulia pertenecía al grupo Colón y el mayor accionista era Iván Camacho, un productor ganadero complicado, difícil, igual de complicado que sus socios.

A Orlando Castro le habían cerrado las puertas en el Banco de Venezuela. Con las operaciones en bolsa, Escotet y él ganaron dinero a montones pero no habían concretado el sueño de entrar al selecto club de burgueses. La historia con Fierro y el Exterior se asoma distinta. Ocurrió así, en julio de 1990: Castro llegó con sus pasos cortos pero decididos. Ignacio Fierro Viña, nuevo presidente del Banco Exterior, le tendió la mano y lo que vino a continuación fue un apretón fuerte, caluroso. Castro lo sintió sincero y, por ello, se creyó en casa. Era el jueves 4 de julio y la primera reunión entre el jefe del Grupo Latinoamericana de Seguros y la administración del Banco Exterior, del cual había adquirido el 11% del capital el martes anterior.

-¿Usted como que es coleccionista de bancos? –dijo Fierro Viña.

-De ninguna manera. Creo que esta es una buena inversión –respondió Castro.

-Sepa, señor Castro, que usted, tal como lo establecen los estatutos, cuenta con el derecho de un puesto en la junta directiva.

-Y lo vamos a ejercer de la manera más cordial.

-Puede ingresar a la junta directiva cuando quiera. No lo puede hacer hoy mismo porque comprenderá que hay que celebrar primero la asamblea de accionistas.

-Estoy al tanto de las disposiciones legales. Es usted muy amable.

-¿Qué le parece si celebramos la asamblea el 26 de julio?

-Oiga, no es mala idea. Es la fecha del asalto al Moncada. Una gran fecha para los cubanos.

-Sólo le pido una cosa. Que sea usted mismo el director del banco.

-Así será. Es una gran deferencia de su parte.

Mientras esta conversación se desarrollaba, 4 de julio de 1991, en la sede del Banco Exterior de La Candelaria, en la Sociedad Financiera Latinoamericana, en Las Mercedes, Juan Carlos Escotet y Francisco Faraco repasaban la estrategia que les había permitido que el grupo de Orlando Castro se quedara con el Banco Rerpublica.

-La compra ha resultado ser un buen negocio –dijo Escotet.

Faraco, armado de carpetas, afirmaba que la situación del banco era realmente positiva.

-Esta ha sido una operación muy hermosa –señaló Escotet.

El 12 de julio sería la fecha del abordaje y el 23 de julio Escotet celebraría 31 años. Escotet estaba agradecido del equipo que hizo posible su meteórico ascenso dentro de la organización de Castro: de José Luis Lagoa, de Luis Xavier Luján, de José Antonio Míguez.

-El equipo de análisis funcionó muy bien –observó Faraco.

-Ninguno de los competidores se percató del 10% de las acciones que están en manos de las filiales del banco que, a su vez, son propiedad del República. De ese modo hay un ahorro de más de 340 millones de bolívares. Si se suman los 500 millones que el Estado les dará para sanearlo, entonces el precio del Banco República no fue de 3.400 millones sino de 2.600 millones de bolívares. Una ganga.

(Abro y cierre este breve este paréntesis para advertir de los precios y de la evolución del mercado. Es que superado el caracazo de 1989, el ajuste macroeconómico generaba confianza y las cifras se inflaban. Aún recuerdo la manera como Gerver Torres, el ministro de la privatización, se llevó las manos la cabeza, en un gesto incontenible porque no podía creer el monto ofrecido por la CANTV por el consorcio ganador. Así pasaba con los bancos. Así pasaba en la Bolsa de Caracas. Los precios subían como la espuma).

Orlando Castro se ganó 7.000 millones de bolívares en la operación Banco de Venezuela, al venderle a José Alvarez Stelling y al Banco Consolidado el 17% del capital. Se reservó un 4% que, a precio de mercado, se ubicaba en 3.000 millones de bolívares. De modo que había invertido menos de la mitad de las utilidades en la compra del Banco República y, apenas miseria, 100 millones de bolívares por el 11% del Banco Exterior.

-Quienes estuvieron detrás del 11% no cerraron el negocio porque querían controlar el banco, querían que Ignacio Fierro Viña les vendiera también el 80% que estaba en su poder.

Quien decía esto era el mismo Orlando Castro el viernes 5 de julio en una mesa del salón de desayuno del Hotel Tamanaco. Evidentemente se refería a David Brillembourg, Grupo Confinanzas, y a Nelson Mezerhane, Banco Federal.

Escotet reveló que desde hacía seis meses se había comenzado a cocinar la negociación con José Cordido Freites, ex-presidente del Banco Exterior, quien era dueño del 11% en cuestión. Cordido Freites era un prestigioso abogado amigo de Pedro Tinoco. De los amigos realmente cercanos. Estuvieron juntos en el Movimiento Desarrollista, que lanzó a Tinoco a la presidencia de la República en 1973. En el Country Club de Caracas se decía que el principal activo de Cordido Freites era la suerte. Era de esos hombres con buena estrella, una estrella que se traducía en fortuna y en algunos ceros en su cuenta personal. Cuando murió en 2013, el comentario en el club fue este: algún día se le iba acabar la suerte. A Castro también se le acabó cuando su grupo se derrumbó en 1993 y tuvo que huir al exterior. En Estados Unidos purgó cárcel. Volvió en 1999. Intentó regresar a la rueda de los negocios. Y murió en 2014, sin empresas, sin bienes de fortuna.

La operación con el Exterior se mantuvo en secreto hasta última hora. La licitación por el República funcionó como cortina de humo y, por ello, causó revuelo cuando la transacción ya era un hecho. El martes 2 de julio, la gente de Castro, socios y amigos, celebraron en el Club Member’s el éxito de las operaciones. Hubo un open house en el que el White Label no llegó a agotarse. Los invitados se marcharon nada más porque en las próximas horas había que trabajar. Aquel fin de semana, Escotet decidió descansar en La Romana, República Dominicana, aceptando una invitación, aplazada dos veces, del hijo de Orlando Castro. En República Dominicana, la familia de Castro pertenecía al Country Club. En Caracas, los Castro no eran admitidos. Tampoco Escotet. Y este es un fardo que Escotet siempre cargará sobre sí aunque jamás lo reconozca. Lo sacará a relucir en diferentes episodios. Se referirá de manera despectiva hacia los amos del valle. Pero en el fondo lo que subyace era la necesidad del reconocimiento.

Con la unión de los Banco República-Banco Progreso, Castro desplazó del séptimo lugar del ranking financiero a Bancor, que a su vez se había colocado en tal posición tras la compra del Banco Occidental de Descuento, BOD. El estatal Banco Industrial también había quedado rezagado. Hay que aclarar que el 11% del Banco Exterior le confería a Castro injerencia en todo el grupo financiero, no sólo en el instituto per se.

Además, las empresas de seguros de Orlando Castro Llanes eran ganadoras, en virtud de que ni el República ni el Exterior contaban con aseguradoras. Se suponía que los negocios de estos dos bancos irán a parar a Latinoamericana y a Seguros Progreso. La Seguridad –Grupo Boulton- perdería los seguros del Banco República.

-Lo siento por La Seguridad –señaló Castro.

-Por donde se le mire han sido dos buenos negocios –me confirmaba Escotet.

La oficina de Escotet se convirtió en bunker. Allí se definió la estrategia. Las paredes se llenaron de papeles. El lunes primero de julio se acostaron en la madrugada y se levantaron muy de mañana, a las 7, para repasar los términos de la Operación República.

Lo que sobraba era información, algo que al parecer les faltó a los otros participantes. Los vencedores contaron con la ventaja de que en los últimos meses, veinticuatro ejecutivos del Banco República se habían pasado para las filas del Banco Progreso. Es decir, un ejército de funcionarios que aportó los más mínimos detalles. Además, también estaba Francisco Faraco con todos sus cálculos y números. El investigador bancario que conocía el corazón de cada uno de los institutos financieros del país. Y si faltaba poco, el equipo que salió airoso de la guerra por el Banco de Venezuela: Castro, Escotet, José Luis Lagoa, Luis Xavier Luján, Trina Vallera y, en la parte legal, Oswaldo Padrón Amaré.

-¿Pero qué se gana? –le preguntó un amigo a Escotet.

-Pues nada más que la ventaja de un negocio en marcha. Montar un banco como el República tarda años. Además, es un buen nombre. Es un movimiento acertado, como reza el slogan publicitario. Es un nombre que el venezolano está acostumbrado a oír.

-Más que el Banco Progreso –le comenté.

-Es verdad, pero el Banco Progreso es más grande. Lo mejor del asunto es que el Banco República no está saqueado.

Aquí está la clave de Escotet y, seguramente, de Faraco. Escotet declaró en los días cercanos a la licitación que el banco acusaba pérdidas por más de 1.000 millones de bolívares. Nunca aclaró –no tenía que hacerlo- que el banco poseía de sí mismo un 10% de las acciones en tesorería. Es decir, Escotet informaba de las cosas malas para que, según él, los oponentes conocieran solo una versión del estado del instituto y presentaran un precio razonable. Sin embargo, ¿por qué no dijo nada del 10% aquel? Esto indica que el manejo de la información fue clave en la victoria y en la conformación del precio.

El equipo manejó varias cifras, entre ellas 4.000 millones de bolívares, pero al final se decidió por ofrecer 3.444 millones de bolívares. Pero si el Banco Mercantil –admitió Castro- hubiera ido a la subasta, habrían aumentado la apuesta en 200 millones de bolívares.

-La estrategia fue efectiva. Nadie levantó el vuelo en cuanto propuso el precio –dijo Escotet.

Lo que restaba era que el República se convirtiera en un gran banco. La gente de Latinoamericana de Seguros estimaba que a la vuelta de un año estaría completamente saneado, lo cual sería la base para que el instituto pasara a ser una empresa Saica. El capital sería aumentado a 1.600 millones de bolívares el mismo 12 de julio, el día en que Escotet se convertía en presidente. La idea era mayor patrimonio para captar más recursos.

-Unos 32.000 millones. 20.000 millones en un año –señaló Escotet.

Para el momento de la compra, los depósitos sumaban 5.000 millones de bolívares y anunciaban que, en los 15 días siguientes, los clientes del Banco Progreso y el Banco República, podrían gozar de la complementariedad de los servicios y adquirir pólizas de Latinoamericana y de Seguros Progreso así como participaciones de la Sociedad Financiera. El binomio de oro dispondrá de dos tarjetas, Mastercard del República, y Visa del Progreso. Los plásticos se manejarían a través de una sola empresa: Progreso TDC.

Cuando Orlando Castro se reunió con Ignacio Fierro Viña y éste le observó si estaba coleccionando bancos, él le respondió: “No, amigos”.

Casi todo el plan con el Banco República se dio de otra manera. A los pocos meses, Escotet se marchaba del Grupo Latinoamericana a montar tienda aparte con Banesco. Dos elementos de primer orden producen la decisión. La aspiración de que Castro lo incluya como accionista del Grupo Latinoamericana-Pregreso no prospera y la oportunidad que se le brinda de que los hermanos Gill le vendan Bancentro, el pequeño banco que se transforma en Banesco. A la vuelta de un año comienzan a notarse los problemas en el sistema bancario. Luego, a finales de 1993 estalla la crisis y, en 1994, Castro huye del país, cae preso en Estados Unidos, y solo regresa a principios de 1999 cuando Chávez asume el poder. Pero esta es otra historia. Por lo pronto, intentamos aproximarnos a este antecedente. El de esta tarjeta de presentación que nos lleva al origen de un banquero y uno de los grupos financiero más poderosos del país. Tanto, que ahora Escotet compra bancos en España por más de 1.000 millones de euros. Sus amigos juran que en tres años será el magnate venezolano con mayor fortuna.

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