En: http://konzapata.com/2014/12/juan-carlos-escotet-nunca-fue-un-novato/
Por Juan Carlos Zapata.-
¿No lo recuerda? ¿Lo identifica en esta
tarjeta? En efecto, Juan Carlos Escotet fue nombrado presidente del
Banco República y ese día –comenzaba la década de los 90-, batió un
récord: con solo 30 años, pasó a ser el más joven presidente de banco en
la historia de Venezuela. Para entonces, nadie detenía a Orlando Castro
y a su grupo en el empeño de comprar entidades financieras, entre
otras, el Banco de Venezuela, el Banco Exterior, y el recién privatizado
Banco República. Antes había adquirido el Banco Zulia, transformado en
Banco Progreso, entidad que formaba parte del Grupo
Latinoamericana-Progreso. Desde los 25 años, el joven Escotet era la
mano derecha de Orlando Castro. Un efectivo lugarteniente. Luego entró
en escena, en calidad de asesor, el analista financiero Francisco
Faraco, quien dirigía la primera firma de análisis y riesgo bancario del
país. Faraco le metió la lupa a los números del Banco República. Este
era un instituto en manos del Estado que el gobierno de Carlos Andrés
Pérez deseaba privatizar. Faraco le pone precio. Faraco también había
armado el esquema mediante el cual el Banco Latino había adquirido el
Banco de Maracaibo. Y es quien también había hecho posible la compra del
Banco Internacional por parte de los hermanos Víctor, Carlos y Rafael
Gill Ramírez. Faraco parecía estar en todas las operaciones. Con el
gobierno de Pérez había llegado el momento de la privatización de los
bancos. Era una fiebre. Todos querían un banco. Van a subasta el Italo,
el Banco Occidental de Descuento, BOD y el República, entre otros.
Bancor de Juan Santaella se queda con el BOD. José Francisco Otero con
el Italo, a pesar de que la recomendación de Faraco fue que debía ser
liquidado, no privatizado. ¿Y quién se hace del República? Orlando
Castro. No tuvo competidores. Dijo que al único contrario que temía era
al Banco Mercantil, pero éste se abstuvo de participar en la subasta y,
de haberlo hecho, Castro no habría dudado en aumentar la postura en unos
cuantos millones más. En esos días, el Banco Latino se desataba
comprando. Los rumores eran de este tenor: con Pedro Tinoco en la
presidencia del Banco Central cualquiera se atreve. Tinoco era
accionista del Latino, también Gustavo Cisneros. Tinoco y Cisneros eran
amigos del presidente Carlos Andrés Pérez. David Brillembourg intentó,
sin éxito, venderle al Latino el 22% de acciones del Banco Unión. No
hubo acuerdo en el precio. Brillembourg vendía caro y Gustavo Gómez
López, presidente del Latino, quería comprar barato. Lo que hace
Brillembourg, más tarde, es cambiar las acciones del Unión por el
control de Seguros Caracas. Pero al caer su grupo, Confinanzas, en la
crisis bancaria, cae también Seguros Caracas, la cual más tarde es
adquirida por The Liberty Mutual. En 1990 el mercado hervía de plata.
Arrecian los rumores sobre el origen de los fondos. El presidente de la
Bolsa de Caracas, Juan Domingo Cordero, lanza esta perla que estremece
el sistema: el narcotráfico está penetrando la banca. Los banqueros
arrugan la cara, se ponen en movimiento, desmintiendo, aclarando, y
hasta solicitando sanciones para Cordero. En efecto, este es el mismo
Cordero que reaparece, fugazmente, décadas más tarde en la directiva de
Globovisión. Los hermanos Gill Ramírez de Bancentro concertaron reunión
con el embajador de los Estados Unidos al que ofrecieron explicaciones.
Dentro de un año protagonizarían la compra del Banco Internacional, con
una ayudita del Banco Latino y Gómez López. A Cordero se le notaba la
intención: entraba en el juego de los que veían con aprehensión las
compras de algunos, como si estuvieran comprando en botica. Es que
previo a la compra del República, casi simultáneamente, Castro había
logrado hacerse del 11% del Banco Exterior, una tacita de plata, bien
administrado, controlado por el Grupo Fierro de España, los mismos de
Fosforera Nacional. Paradójicamente, después Cordero aparecía
adquiriendo el Banco Barinas y el Banco Principal, barridos también en
la crisis bancaria. Los Fierro eran amigos de Carlos Andrés Pérez.
Potentados en la España franquista, Idelfonso, el patriarca de la
familia-de viaje en 1948 por Sudamérica- había ayudado a un joven
dirigente político que iba camino al exilio; era Carlos Andrés Pérez, a
quien no conocía, y a quien de manera voluntaria colocó en sus manos una
cantidad de dólares. La anécdota se contaba una y otra vez en las
noches de cocteles caraqueños. Fierro vio a aquel joven flanqueado por
agentes de seguridad que entraba al avión. Una vez que la nave despegó
se le acercó, hablaron y allí comenzó la amistad entre el empresario y
quien había sido secretario del presidente Rómulo Betancourt entre 1945 y
1947. Es el mismo Pérez que llegará a ser presidente de Venezuela entre
1974 y 1979; y una década después repetía como mandatario.
El 4 de julio de 1990 se da la primera cita entre Castro e Ignacio
Fierro Viña –de la saga del primer Fierro- y una semana después Escotet
procede con el abordaje del Banco República. Ya la historia del Banco de
Venezuela ha entrado en una nueva etapa pues José Alvarez Stelling y el
Banco Consolidado se inmiscuyen en la pelea, tomando partido a favor de
Castro y Escotet. El Exterior significaba para Castro la admisión en un
club exclusivo de accionistas. El República era el triunfo en una puja
pública, ante los ojos del país. De Castro se decía: si no gana, empata.
Y él, eufórico, se exhibía sin remilgos en distintos escenarios. El
República tenía otro significado, el más importante de cara al futuro.
El 12 de julio de 1990, Juan Carlos Escotet estará a semana y media de
celebrar 31 años y Castro lo escoge, entre sus ejecutivos, como el
indicado para presidir el Banco República. Pasará a ser el presidente de
banco más joven en la historia del país. El récord lo conservaba
Carmelo Lauría en el Banco de Venezuela quien había llegado a tan alta
posición cumplido los 33 años, en la década de los setenta. Claro, el
Banco de Venezuela era y es el Banco de Venezuela, y el República, era y
no será: desaparecerá en manos de Castro, aunque no de Escotet, quien
ya se habrá ido a fundar Banesco.
Hay que decir que Escotet pudo haber batido su propio récord, pues
antes, con 27 años, ejecutando una orden de Orlando Castro, había
comprado el Banco Zulia. Es la entidad que luego será el Banco Progreso
del Grupo Latinoamericana-Progreso. Pero él mismo se vio en el espejo y
se sintió demasiado joven para presidir el instituto, cediéndole el
testigo a un amigo y conservando para sí la vicepresidencia. Sin
embargo, el prurito de aquella ocasión se le curó para siempre. A raíz
de la experiencia no desperdiciará oportunidades que se le presenten. No
obstante, hay que decir que la adquisición del Banco Zulia puede
inventariarse dentro de las negociaciones épicas que concretará con
éxito el joven Escotet en el rol de ejecutivo de Castro. Viajaba en
aviones comerciales. En el madrugador de Avensa que volaba a Maracaibo.
De allí, alquilaba taxis para desplazarse de una ciudad a otra, de
Cabimas a Ciudad Ojeda, y otra vez a Maracaibo. Aquel ejecutivo –gordo
aún- soportaba el sol del Zulia, el calor de la Costa Oriental del Lago
de Maracaibo, el polvo, y el desplazamiento en aquellos taxis,
paradójicamente helados por el aire acondicionado. También tenía que
soportar el desplante de la parte contraria con la que negociaba. El
Banco Zulia pertenecía al grupo Colón y el mayor accionista era Iván
Camacho, un productor ganadero complicado, difícil, igual de complicado
que sus socios.
A Orlando Castro le habían cerrado las puertas en el Banco de
Venezuela. Con las operaciones en bolsa, Escotet y él ganaron dinero a
montones pero no habían concretado el sueño de entrar al selecto club de
burgueses. La historia con Fierro y el Exterior se asoma distinta.
Ocurrió así, en julio de 1990: Castro llegó con sus pasos cortos pero
decididos. Ignacio Fierro Viña, nuevo presidente del Banco Exterior, le
tendió la mano y lo que vino a continuación fue un apretón fuerte,
caluroso. Castro lo sintió sincero y, por ello, se creyó en casa. Era el
jueves 4 de julio y la primera reunión entre el jefe del Grupo
Latinoamericana de Seguros y la administración del Banco Exterior, del
cual había adquirido el 11% del capital el martes anterior.
-¿Usted como que es coleccionista de bancos? –dijo Fierro Viña.
-De ninguna manera. Creo que esta es una buena inversión –respondió Castro.
-Sepa, señor Castro, que usted, tal como lo establecen los estatutos, cuenta con el derecho de un puesto en la junta directiva.
-Y lo vamos a ejercer de la manera más cordial.
-Puede ingresar a la junta directiva cuando quiera. No lo puede hacer
hoy mismo porque comprenderá que hay que celebrar primero la asamblea
de accionistas.
-Estoy al tanto de las disposiciones legales. Es usted muy amable.
-¿Qué le parece si celebramos la asamblea el 26 de julio?
-Oiga, no es mala idea. Es la fecha del asalto al Moncada. Una gran fecha para los cubanos.
-Sólo le pido una cosa. Que sea usted mismo el director del banco.
-Así será. Es una gran deferencia de su parte.
Mientras esta conversación se desarrollaba, 4 de julio de 1991, en la
sede del Banco Exterior de La Candelaria, en la Sociedad Financiera
Latinoamericana, en Las Mercedes, Juan Carlos Escotet y Francisco Faraco
repasaban la estrategia que les había permitido que el grupo de Orlando
Castro se quedara con el Banco Rerpublica.
-La compra ha resultado ser un buen negocio –dijo Escotet.
Faraco, armado de carpetas, afirmaba que la situación del banco era realmente positiva.
-Esta ha sido una operación muy hermosa –señaló Escotet.
El 12 de julio sería la fecha del abordaje y el 23 de julio Escotet
celebraría 31 años. Escotet estaba agradecido del equipo que hizo
posible su meteórico ascenso dentro de la organización de Castro: de
José Luis Lagoa, de Luis Xavier Luján, de José Antonio Míguez.
-El equipo de análisis funcionó muy bien –observó Faraco.
-Ninguno de los competidores se percató del 10% de las acciones que
están en manos de las filiales del banco que, a su vez, son propiedad
del República. De ese modo hay un ahorro de más de 340 millones de
bolívares. Si se suman los 500 millones que el Estado les dará para
sanearlo, entonces el precio del Banco República no fue de 3.400
millones sino de 2.600 millones de bolívares. Una ganga.
(Abro y cierre este breve este paréntesis para advertir de los
precios y de la evolución del mercado. Es que superado el caracazo de
1989, el ajuste macroeconómico generaba confianza y las cifras se
inflaban. Aún recuerdo la manera como Gerver Torres, el ministro de la
privatización, se llevó las manos la cabeza, en un gesto incontenible
porque no podía creer el monto ofrecido por la CANTV por el consorcio
ganador. Así pasaba con los bancos. Así pasaba en la Bolsa de Caracas.
Los precios subían como la espuma).
Orlando Castro se ganó 7.000 millones de bolívares en la operación
Banco de Venezuela, al venderle a José Alvarez Stelling y al Banco
Consolidado el 17% del capital. Se reservó un 4% que, a precio de
mercado, se ubicaba en 3.000 millones de bolívares. De modo que había
invertido menos de la mitad de las utilidades en la compra del Banco
República y, apenas miseria, 100 millones de bolívares por el 11% del
Banco Exterior.
-Quienes estuvieron detrás del 11% no cerraron el negocio porque
querían controlar el banco, querían que Ignacio Fierro Viña les vendiera
también el 80% que estaba en su poder.
Quien decía esto era el mismo Orlando Castro el viernes 5 de julio en
una mesa del salón de desayuno del Hotel Tamanaco. Evidentemente se
refería a David Brillembourg, Grupo Confinanzas, y a Nelson Mezerhane,
Banco Federal.
Escotet reveló que desde hacía seis meses se había comenzado a
cocinar la negociación con José Cordido Freites, ex-presidente del Banco
Exterior, quien era dueño del 11% en cuestión. Cordido Freites era un
prestigioso abogado amigo de Pedro Tinoco. De los amigos realmente
cercanos. Estuvieron juntos en el Movimiento Desarrollista, que lanzó a
Tinoco a la presidencia de la República en 1973. En el Country Club de
Caracas se decía que el principal activo de Cordido Freites era la
suerte. Era de esos hombres con buena estrella, una estrella que se
traducía en fortuna y en algunos ceros en su cuenta personal. Cuando
murió en 2013, el comentario en el club fue este: algún día se le iba
acabar la suerte. A Castro también se le acabó cuando su grupo se
derrumbó en 1993 y tuvo que huir al exterior. En Estados Unidos purgó
cárcel. Volvió en 1999. Intentó regresar a la rueda de los negocios. Y
murió en 2014, sin empresas, sin bienes de fortuna.
La operación con el Exterior se mantuvo en secreto hasta última hora.
La licitación por el República funcionó como cortina de humo y, por
ello, causó revuelo cuando la transacción ya era un hecho. El martes 2
de julio, la gente de Castro, socios y amigos, celebraron en el Club
Member’s el éxito de las operaciones. Hubo un open house en el que el
White Label no llegó a agotarse. Los invitados se marcharon nada más
porque en las próximas horas había que trabajar. Aquel fin de semana,
Escotet decidió descansar en La Romana, República Dominicana, aceptando
una invitación, aplazada dos veces, del hijo de Orlando Castro. En
República Dominicana, la familia de Castro pertenecía al Country Club.
En Caracas, los Castro no eran admitidos. Tampoco Escotet. Y este es un
fardo que Escotet siempre cargará sobre sí aunque jamás lo reconozca. Lo
sacará a relucir en diferentes episodios. Se referirá de manera
despectiva hacia los amos del valle. Pero en el fondo lo que subyace era
la necesidad del reconocimiento.
Con la unión de los Banco República-Banco Progreso, Castro desplazó
del séptimo lugar del ranking financiero a Bancor, que a su vez se había
colocado en tal posición tras la compra del Banco Occidental de
Descuento, BOD. El estatal Banco Industrial también había quedado
rezagado. Hay que aclarar que el 11% del Banco Exterior le confería a
Castro injerencia en todo el grupo financiero, no sólo en el instituto
per se.
Además, las empresas de seguros de Orlando Castro Llanes eran
ganadoras, en virtud de que ni el República ni el Exterior contaban con
aseguradoras. Se suponía que los negocios de estos dos bancos irán a
parar a Latinoamericana y a Seguros Progreso. La Seguridad –Grupo
Boulton- perdería los seguros del Banco República.
-Lo siento por La Seguridad –señaló Castro.
-Por donde se le mire han sido dos buenos negocios –me confirmaba Escotet.
La oficina de Escotet se convirtió en bunker. Allí se definió la
estrategia. Las paredes se llenaron de papeles. El lunes primero de
julio se acostaron en la madrugada y se levantaron muy de mañana, a las
7, para repasar los términos de la Operación República.
Lo que sobraba era información, algo que al parecer les faltó a los
otros participantes. Los vencedores contaron con la ventaja de que en
los últimos meses, veinticuatro ejecutivos del Banco República se habían
pasado para las filas del Banco Progreso. Es decir, un ejército de
funcionarios que aportó los más mínimos detalles. Además, también estaba
Francisco Faraco con todos sus cálculos y números. El investigador
bancario que conocía el corazón de cada uno de los institutos
financieros del país. Y si faltaba poco, el equipo que salió airoso de
la guerra por el Banco de Venezuela: Castro, Escotet, José Luis Lagoa,
Luis Xavier Luján, Trina Vallera y, en la parte legal, Oswaldo Padrón
Amaré.
-¿Pero qué se gana? –le preguntó un amigo a Escotet.
-Pues nada más que la ventaja de un negocio en marcha. Montar un
banco como el República tarda años. Además, es un buen nombre. Es un
movimiento acertado, como reza el slogan publicitario. Es un nombre que
el venezolano está acostumbrado a oír.
-Más que el Banco Progreso –le comenté.
-Es verdad, pero el Banco Progreso es más grande. Lo mejor del asunto es que el Banco República no está saqueado.
Aquí está la clave de Escotet y, seguramente, de Faraco. Escotet
declaró en los días cercanos a la licitación que el banco acusaba
pérdidas por más de 1.000 millones de bolívares. Nunca aclaró –no tenía
que hacerlo- que el banco poseía de sí mismo un 10% de las acciones en
tesorería. Es decir, Escotet informaba de las cosas malas para que,
según él, los oponentes conocieran solo una versión del estado del
instituto y presentaran un precio razonable. Sin embargo, ¿por qué no
dijo nada del 10% aquel? Esto indica que el manejo de la información fue
clave en la victoria y en la conformación del precio.
El equipo manejó varias cifras, entre ellas 4.000 millones de
bolívares, pero al final se decidió por ofrecer 3.444 millones de
bolívares. Pero si el Banco Mercantil –admitió Castro- hubiera ido a la
subasta, habrían aumentado la apuesta en 200 millones de bolívares.
-La estrategia fue efectiva. Nadie levantó el vuelo en cuanto propuso el precio –dijo Escotet.
Lo que restaba era que el República se convirtiera en un gran banco.
La gente de Latinoamericana de Seguros estimaba que a la vuelta de un
año estaría completamente saneado, lo cual sería la base para que el
instituto pasara a ser una empresa Saica. El capital sería aumentado a
1.600 millones de bolívares el mismo 12 de julio, el día en que Escotet
se convertía en presidente. La idea era mayor patrimonio para captar más
recursos.
-Unos 32.000 millones. 20.000 millones en un año –señaló Escotet.
Para el momento de la compra, los depósitos sumaban 5.000 millones de
bolívares y anunciaban que, en los 15 días siguientes, los clientes del
Banco Progreso y el Banco República, podrían gozar de la
complementariedad de los servicios y adquirir pólizas de Latinoamericana
y de Seguros Progreso así como participaciones de la Sociedad
Financiera. El binomio de oro dispondrá de dos tarjetas, Mastercard del
República, y Visa del Progreso. Los plásticos se manejarían a través de
una sola empresa: Progreso TDC.
Cuando Orlando Castro se reunió con Ignacio Fierro Viña y éste le
observó si estaba coleccionando bancos, él le respondió: “No, amigos”.
Casi todo el plan con el Banco República se dio de otra manera. A los
pocos meses, Escotet se marchaba del Grupo Latinoamericana a montar
tienda aparte con Banesco. Dos elementos de primer orden producen la
decisión. La aspiración de que Castro lo incluya como accionista del
Grupo Latinoamericana-Pregreso no prospera y la oportunidad que se le
brinda de que los hermanos Gill le vendan Bancentro, el pequeño banco
que se transforma en Banesco. A la vuelta de un año comienzan a notarse
los problemas en el sistema bancario. Luego, a finales de 1993 estalla
la crisis y, en 1994, Castro huye del país, cae preso en Estados Unidos,
y solo regresa a principios de 1999 cuando Chávez asume el poder. Pero
esta es otra historia. Por lo pronto, intentamos aproximarnos a este
antecedente. El de esta tarjeta de presentación que nos lleva al origen
de un banquero y uno de los grupos financiero más poderosos del país.
Tanto, que ahora Escotet compra bancos en España por más de 1.000
millones de euros. Sus amigos juran que en tres años será el magnate
venezolano con mayor fortuna.
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