Manuel Malaver
28 Diciembre, 2014
Aunque la mayoría de los analistas, formadores de opinión, comunicadores sociales y políticos predijeron que el 2014 venezolano seguiría las pautas del 2013 en cuanto a violencia y corrupción, se les escapó que se agregaría un nuevo jinete del Apocalipsis, el desabastecimiento, que haría de la realidad venezolana un caso único en América y hasta en el mundo occidental.
Lo característico del fenómeno, sin embargo, es que tal calamidad no devino como consecuencia de una catástrofe natural, o incidencia de factores externos, sino como producto del modelo socialista que, de manera tan irracional, como anacrónica, un grupo de políticos desintegrados, y fuera de ley, siguen empeñados en imponerle al país a trancas y barrancas.
Quiere decir que, la tragedia venezolana se está desovillando como resultado de la insistencia en la comisión de un error, uno que ya corrigieron los rusos, chinos, y países de Europa del Este a comienzos de los 90 del siglo pasado, en el que aún persisten Cuba y Corea del Norte y era impensable que se ensayara en un país de América del Sur que contaba con la democracia más estable de la región y tenía índices de desarrollo no óptimos, pero si aceptables.
Por tanto, el “caso Venezuela” está agendado en este momento en universidades y centros de estudio de América y el mundo, no como un issue de política, de desequilibrios económicos, o de filosofía de la historia, sino de psicología clínica aplicada al extremo de, hasta dónde puede llegar una secta ideológica si se le ofrece la oportunidad de hacer realidad los extravíos de su mundo desadaptado e inapropiado.
Al efecto, es importante destacar que “la caída” venezolana sucedió después de la caída del muro de Berlín, del comunismo y la “Guerra Fría” y se decretó como imposible que ninguna otra sociedad en el mundo occidental incurriese en el desatino de ver destruidos su pasado, presente y futuro.
La ironía es que, justamente, por eso, “porque se creía imposible”, es por lo que el establecimiento político de la época trata como una cuestión menor el intento de un teniente coronel, Hugo Chávez, de derrocar un gobierno legítimo y democrático, y después, le permite acceder a la cabeza del Poder Ejecutivo camuflándose de democrático y electoralista.
Lo más grave, sin embargo, fue que, ni en Venezuela ni en el exterior, aparte de indultar al golpista de un delito expresamente condenado por la Constitución, se reparó en el ideario perfectamente colectivista y neototalitario que se escondía tras una presunta democracia popular, participativa y protagónica.
De ahí que, pareciera un caso de absoluto desarraigo en el tiempo, cuando Chávez, ya presidente, no solo se empeñara en conducir a Venezuela por la vía que en su respectivos tiempos y países ya habían ensayado Lenin, Stalin, Mao y Fidel Castro, sino que, señaladamente, regresara al lenguaje, las imágenes y los símbolos que, por ineficaces, ya se consideraban fósiles de la historia.
“Antiimperialismo”, “lucha de clases” o de “pobres contra ricos”, “dictadura del proletariado”, “izquierdas y derechas”, “oligarquías”, “el cuartel de la montaña”, “el comandante en jefe”, “el presidente eterno”, son algunos de los terminejos con que los revolucionarios chavistas quisieron repetir una experiencia histórica que, no es solo que está condenada al fracaso, sino que maltrataba la realidad, la conciencia, y los oídos.
Sobre todo después que Raúl Castro asumió el poder en Cuba, y fue alejándose del castromarxismo de los 60 y emprendió el camino que la semana pasada ya cruzaba por el fin del congelamiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos.
Acontecimiento que deja al presidente Nicolás Maduro, en el más profundo aislamiento, porque, o civiliza un proyecto político que cada día parece más identificado con el fundamentalismo islámico del Medio Oriente, con los llamados “talibanes” y yihadistas o lo mantiene en los términos de las utopías religiosas de comienzos del II milenio.
Pero el drama para los venezolanos, por supuesto, que es mucho más que semántica y traslación de significados y símbolos a tiempos que le son absolutamente inversos y se traducen en un día a día donde la normalidad se destruye y la existencia es picoteada por buitres que no cesan en su obra de destrucción y disolución.
Violencia, corrupción y desabastecimiento, es la cosecha que 15 años de sistema socialista han ido urdiendo en una Venezuela que, cada día, despierta en un engranaje que, parece, no le dejará otra pulsión que respirar.
Libertad, democracia, propiedad, libertad de expresión, derecho al trabajo y al libro tránsito, a la educación y la vida, son ramas que van cayendo de una árbol que una vez fue frondoso y ahora es solo fantasma mutilado sin referencia con ninguno de los cuerpos que hacen la totalidad de la organización humana.
Lo desmembran leñadores de una ideología rancia, mohosa, decimonónica, dogmática de una religión atea, cuya catesis impone la lucha contra enemigos que realmente no existen y, si existen, no son como los prescribe el misal.
Hay odio en todo este trasego y con el odio viene la corrupción que le da oxígeno y después de tales, el desabastecimiento de los bienes básicos sin los cuales es imposible que una sociedad pueda sobrevivir.
Por el odio murieron 25 mil venezolanos en el 2013, y en el 2014 se calcula que la cifra puede extenderse a 27 o 28 mil.
Por el odio fueron asesinados también 43 estudiantes que tomaron las calles entre febrero y junio para protestas por la situación de pobreza, ilegalidad y corrupción en que se hunde Venezuela.
Y por el odio, el empeño de imponer una sociedad inviable y en contravención a los signos elementales de la racionalidad que destruyó el aparato productivo público y privado para “socializarlo” y dejarlo en una estado de inoperatividad que no produce ni trenzas de zapatos.
La predicciones para el futuro inmediato, en consecuencia, no puede ser otras que libreta de racionamiento, y tras la libreta de racionamiento, las hambrunas que fueron tan recurrentes en China y la Unión Soviética y perduran en Cuba y la Corea del Norte.
Realidades, en definitiva, y no símbolos ni semántica fósil sino el encuentro de los venezolanos con un visitante que hace tiempo los anda buscando: la verdad.
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