Luis Vicente León
Arranquemos con un ejercicio pragmático:
si usted revisa los supermercados, abastos, bodegas, farmacias,
mercados y otros canales de distribución en la mayoría de los países del
mundo, incluyendo los más cercanos aliados del gobierno venezolano, no
va a conseguir colas para adquirir productos. Usted podrá comprar lo que
necesite sin restricciones, conseguirá múltiples composiciones,
presentaciones, empaques y, también, tendrá el derecho a elegir la marca
que más le convenga a su necesidad.
En Brasil, por ejemplo, no hay
contrabando de extracción y el país no necesita cerrar sus fronteras
compulsivamente para evitar que la gente se lleve los productos hacia
los países vecinos y venderlos a un precio que resulte infinitamente
mayor que el de origen.
Usted no conseguirá en Nicaragua nuevas
categorías de empleo informal que se dediquen a hacer colas (en familia)
en los puntos de venta para comprar bienes esenciales cuyos precios
están controlados, para luego venderlos en el mercado informal a un
precio que oscila entre 5 y 10 veces el precio de adquisición. Y más
importante: usted tampoco conseguiría a nadie que esté interesado en
pagar ese monto para adquirirlo.
Si va a Bolivia no verá jamás a un grupo
de bolivianos contratados para hacer cola y comprarle a un “agente”
productos regulados y recibir un sueldo mensual por hacerlo. Tampoco los
verá madrugando en la calle aledaña a un local, ni en La Paz ni en
Cochabamba, para luego venderle su puesto a alguien que llegue
desesperado porque no consigue dónde comprar leche o pañales para sus
hijos.
Pocos industriales ecuatorianos
declararán que el gobierno lo hostiliza y amenaza. Mucho menos que
restringen sus asignaciones de divisas para importar insumos, pagar
deudas o repatriar dividendos. Tampoco se verá obligado a vender
productos o liquidar sus inventarios a un precio que esté por debajo del
costo de producción.
2
Algunas personas afectas al gobierno
venezolano han dicho que la situación de crisis perversa que vive
Venezuela se debe a que los empresarios de aquí son diferentes,
señalándolos como los responsables directos de todas las distorsiones
económicas que no tienen los demás países. Una especie de “tesis
especial” que plantea que los empresarios venezolanos (y, por supuesto,
los extranjeros que operan aquí) adquieren una especie de virus de la
maldad que los hace distintos a los del resto del mundo.
Sería interesante ver a estos pensadores
intentar demostrar empíricamente esta afirmación. Sobre todo cuando,
del otro lado, es facilito mostrar las diferencias que existen entre el
modelo económico de los otros países donde hay equilibrios y el modelo
económico actual de Venezuela, donde no los hay.
Venezuela, un país hermoso donde brilla
el sol… pero ahora lo hace sobre las cabezas de una población que es
obligada a hacer colas para comprar bienes básicos o, más duro aún, que
se ve motivada a hacerlo como negocio: un trabajo ilegal, sí… pero
rentable. Y es rentable por una sola razón: las distorsiones
características del modelo de control e intervención extremo que el
gobierno escogió aplicar y mantener, pese al fracaso estrambótico que
han vivido los controles ahora y a lo largo de toda la historia de la
humanidad.
Mientras tanto, el resto de los países que hemos citado se alejan de todo eso como quien se aleja de la lepra.
3
Que un país invite a los empresarios
extranjeros a invertir, cuando al mismo tiempo les impiden repatriar sus
dividendos es como una invitación a meter su dinero (voluntariamente)
en una cárcel de máxima seguridad donde, además, serán maltratados.
Hablamos de un mercado donde no hay
libertad cambiaria y una parte fundamental del tiempo debe dedicarse a
jalar mecate, a diestra y siniestra, para que le autoricen una limosna
de divisas, irregular e implanificable, que luego demorará meses (y
hasta años) en ser pagada. Si no es que simplemente deciden impagar,
luego de que las empresas han traído las mercancías y vendido a precios
regulados, que son imposibles de cubrir a costo del cambio paralelo, que
todos sabemos está varios miles por ciento por encima de la tasa
oficial prometida.
Hablamos de un sistema que le ha
permitido al gobierno expropiar una parte importante de las empresas
productoras de alimentos, poseer el total de la producción nacional de
cemento, controlar la gran empresa de producción de cabillas (¿o debería
decir “improducción”?), además de tener la mayoría de la capacidad
instalada para producir azúcar, café y otras yerbas aromáticas. Y los
números demuestran que en todos los lugares donde se ha metido la mano
del gobierno la producción y la productividad se ha reducido
significativamente.
Hablamos de un gobierno que controla una
capacidad instalada para producir harina de maíz precocida que le
permitiría abastecer la mitad de la demanda nacional, pero sus marcas no
se ven en los anaqueles del mercado. Hablamos de un Estado que se
adueñó de grandes sistemas de distribución de bienes de consumo masivo
pero que, a pesar de obligar por ley a los privados a que le despachen
de manera privilegiada, tienen colas kilométricas frente a sus locales
que son imposibles de ocultar. Hablamos de quienes, tras tener esa gran
“experiencia”, ofrecen resolver el problema de las colas en los
comercios privados interviniéndolos y apresando empresarios, cuando todo
es originado por la escasez y el bachaqueo que origina su modelo
económico.
4
¡Claro que hay colas en Venezuela! Son
el resultado evidente de haber desestimulado de forma dramática la
producción local de bienes y las inversiones privadas. Son el resultado
de haber sustituido buena parte de las importaciones privadas por
importaciones públicas, ineficientes y corrompidas. Son el resultado de
no haber ajustado el valor de la moneda y generar con eso una
impresionante sobrevaluación que híperestimula la demanda de divisas
baratas, pero además promueve la sobrefacturación, la corrupción, el
acaparamiento, la especulación, el contrabando y la destrucción de
inversiones y producción local.
Las colas son el resultado de un
estímulo perverso al buhonerismo, al que se ha volcado buena parte de la
población y del cual cada vez se hace más dependiente. Y esto no tiene
nada que ver con “la izquierda” o “la derecha”, ni con el socialismo ni
con el capitalismo: tiene que ver con la racionalidad o la
irracionalidad.
En los países donde hay abastecimiento
pleno no hay colas, ni contrabando, ni especulación ni sobrefacturación.
No hay colas donde los precios de los productos son racionales y cubren
adecuadamente los costos de producción. No hay colas donde la empresa
privada es estimulada para que invierta, crezca y produzca. No hay colas
donde el gobierno estimula el diálogo y el acuerdo nacional para el
desarrollo.
Y en Venezuela, obviamente, hay colas…
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