Elías Pino Iturrieta
Los sucesos del 23 de Enero de 1958 se han conmemorado de manera diversa a través del tiempo. Inmediatamente después del regreso de la democracia representativa fue entusiasta la celebración de la fecha, pero después los fastos se volvieron rutinarios y vacíos. El filósofo José Luis da Silva ha estudiado la evolución de los discursos relacionados con tales ceremonias en un libro publicado por la UCAB que da cuenta de su languidecimiento. Mientras el suceso se aleja en el tiempo y el sistema restaurado se asienta, según podemos comprobar en su acuciosa investigación, los actos apenas se ajustan sin pena ni gloria a las necesidades del protocolo como para no dejar. Solo en ocasiones excepcionales, cuando toman la palabra en el Congreso pesadores y políticos como Miguel Otero Silva y Luis Castro Leiva, se vuelve con entusiasmo y rigor sobre la trascendencia del hecho.
Parece razonable tal conducta. Solo cuando la necesidad lo impone, los trabajos de los hombres para la adquisición de metas relacionadas con el bien común se reconstruyen como asunto próximo, caliente y urgente. De lo contrario, desfilan en el repertorio de los momentos que suelen recordarse por inercia, sin que por su olvido se nos vaya la vida como pueblo. Así ha sucedido con la memoria del derrocamiento de Pérez Jiménez, extraviada poco a poco en los rincones de la amnesia. Chávez en el principio de su mandato quiso desprenderse de una evocación que le resultaba incómoda, no en balde significaba la derrota de uno de los cabecillas de las fuerzas armadas por cuya obra no ocultó reverencia, pero después le dio la vuelta al rompecabezas hasta convertirlo en un regocijo relacionado con las tropas bajo su mando que, ahora sí, nos harían prósperos y felices. ¿No había sido esencialmente, el 23 de Enero de 1958, un movimiento de uniformados al cual debía asociarse para anunciarlo como un capítulo del trabajo de sus antecesores que él continuaba para bien de la patria? Sin embargo, la conmemoración “socialista” no tardó en caer en el fastidio de las que la habían precedido para que se volviera a las pompas sin hueso estudiadas por Da Silva.
Hoy no se advierte entusiasmo en torno a lo que entonces sucedió. La lejanía de los hechos, ya comentada, pero quizá la proximidad de una gesta predominantemente civil e indudablemente cívica, como la sucedida el 6 de diciembre, han aconsejado una distancia mayor. Pese a que también el pueblo se jugó el pellejo en 1958 para salir de Tarugo, es evidente cómo las fuerzas armadas pusieron entonces más carne en el asador. ¿Será por eso que el enero de renacimiento democrático pasa hoy por debajo de la mesa, sin que ni siquiera la nueva AN haya anunciado las ceremonias de rigor? Mala cosa, si es así, debido a que, justo ahora, los civiles levantados pacíficamente con el arma de su voto tienen mucho que decir a los militares que se han enseñoreado como apéndices de un partido político que se resiste a la pérdida de una pretendida hegemonía, que se han mostrado, sin que para esto exista cabal explicación, como supuestos continuadores de una tradición iniciada en 1958 que condujo al recato de los cuarteles y al predominio de una autoridad sin uniforme.
Hechos fundamentales de la actualidad, como el control del Ejecutivo sobre el resto de los poderes públicos, ahora con la trabajada excepción de la AN; como la pérdida cada vez más evidente de la convivencia democrática acorralada por una bandería de orientación hegemónica; como la exagerada e indeseable participación de los militares en la política de todos los días, contraria a la historia contemporánea y a la sensibilidad de la ciudadanía, imponen la obligación de mirar con ojos curiosos los sucesos de 1958, para ver cómo se han desvirtuado y traicionado. También pavorosos hechos puntuales, como el vejamen al que fueron sometidas hace poco en una prisión militar la madre y la esposa de Leopoldo López, nos conminan en el mismo sentido. No solo para que el profesor Da Silva le dé nuevo rumbo a sus investigaciones, es decir, para que la historia se torne más transparente y útil; sino también para que los venezolanos quedemos en paz con nuestra conciencia. Hay fechas que no deben permanecer en el limbo.
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