Alberto Barrera Tyszka
Lo intenté. Lo juro. Me senté frente al decreto seriamente, dispuesto a fajarme con cada línea, con cada enunciado. Es cierto que tenía algunos prejuicios, una desconfianza natural ante un presidente que, después de gozar de súper poderes habilitantes, no ha logrado ni siquiera administrar bien su propio fracaso. Aun así, decidí que esta vez yo mismo, con todas mis fragilidades matemáticas, iba a tratar de entender el decreto de emergencia económica que propuso el gobierno.
No pude llegar al principio. Ni siquiera logré alcanzar a leer la primera proposición. Me quedé en las consideraciones iniciales, en el contexto. No logré superar la justificación. El asunto es duro, engorroso. El texto comienza así: “En ocasión de la muerte del Comandante Supremo de la Revolución Bolivariana”… Metí el primer frenazo. Pensé que me había equivocado de documento. Di dos vueltas, regresé, entré por otro lado. Y volví a caer en lo mismo. Y vi que el texto proseguía igual, con el mismo tumbao, refiriéndose a desestabilizaciones y a un “malestar social inducido”, a la “guerra económica” y a la burguesía, a las estrategias que “han provocado una caída abrupta de nuestra principal fuente de ingresos”…Y entonces metí el segundo, y ya definitivo, frenazo ¿Era en serio? Después de perder las elecciones, ¿todavía seguían diciendo lo mismo?
Es muy insólito esto de que alguien venga a pedirte auxilio pero, antes, trate de embaucarte. Es absurdo. Necesito que me salves pero primero quiero cotorrearte. Insistir con la idea de que los otros tienen la culpa es también ya un problema aritmético ¿Cuántas veces se puede equivocar, de la misma manera, un gobierno? El oficialismo ha derrochado tanto que ya se gastó todo el enemigo externo que existe en este costado del planeta. No terminan de entender que no podrán sobrevivir políticamente si no reconocen que este desastre también les pertenece.
Pero, lamentablemente, son muy testarudos. Siguen empeñados en señalar todo el tiempo hacia otro lado. La técnica del “yo no fui” parece ya un componente genético del chavismo. Quizás debamos comenzar a pensar que aquel 4 de febrero del 92, Chávez no fue responsable sino narcisista. En realidad, no quería asumir la culpa del golpe, tal vez sólo estaba buscando presentarse mediáticamente como su protagonista. Cuando dijo yo lo hice, más que honesto quizás fue estratégicamente vanidoso.
Empieza muy mal el decreto de emergencia económica. Comienza, de hecho, negando la emergencia. Escamoteando su naturaleza y su verdadera dimensión. Comienza como un paso en falso. No hay, tan siquiera, una duda, la hipótesis de una equivocación, la posibilidad de un error. Actúan como siempre. Es decir: no actúan, hablan. Un ejemplo: esto fue lo que dijo el presidente en noviembre de 2014: “El año 2015 va a ser un año productivo, será el primer año del resto de la segunda década del siglo XXI, para convertir al país en una Venezuela potencia, en una patria potencia en lo económico”. Otro ejemplo, dice el ministro Luis Salas esta semana: “Este año vamos a salir de la crisis”.
Los poderosos no hacen colas. Nunca les falta la plata. Nunca les falta nada. Tampoco necesitan desesperadamente poner el nombre de un remedio en el Twitter. No tienen que realizar un crucero por todas las farmacias del país para conseguir una medicina indispensable. Los enchufados no pisan un hospital público. No tienen que sacar cuentas cada noche. No tienen un ay en la quincena. No madrugan para llegar a tiempo a esa larga fila de gente que aguarda junto a la puerta cerrada de un supermercado. No se palpan los bolsillos y encuentra solo ceros. Los poderosos escriben decretos. Hablan de la muerte del comandante, de la guerra económica, del saboteo, del imperialismo, de las crisis inducidas. Los poderosos piden más poder.
Una emergencia es una angustia. Y está en la calle. No en la Gaceta Oficial 6214. Para la mayoría de los venezolanos, la economía no es una fábula.
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