Maestro de combate
Carlos Rangel: lástima que no se quedó a ver su gran victoria, el tsunami que se llevó el comunismo
CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ | EL UNIVERSAL
sábado 29 de enero de 2011 12:00 AM
Carlos Rangel es el más grande pensador teórico latinoamericano y no hay que temer injusticias en el juicio, porque incluso Vargas Llosa y Montaner se han declarado discípulos suyos, y Paz, también en sus ensayos, para gracia del idioma, uno de nuestros mayores poetas. Cierto que hay muchos autores interesantes y muchas obras de política en Latinoamérica, pero carcomidas por un gusanillo "progresista", que tiene poco que ver con el progreso y bastante con la justificación de dictaduras menos o más siniestras. Desde la sutileza y elegancia del "noveno comandante" sandinista Carlos Fuentes, hasta la pedagogía totalitaria de Galeano, vestal de Castro. Tal tendencia de la reflexión sociohistórica continental hizo un hito con la aparición de Del Buen salvaje al buen revolucionario, y El Tercermundismo - en otro lugar hablaremos de un pensador práctico, Betancourt y su estatura sideral-, una revolución copernicana en el mundo de las ideas, que saludaron de México a la Argentina con cañonazos de odio, intentos de linchamiento, ordalías y quemas simbólicas.
En medio de la primavera intelectual de la teoría de la dependencia a comienzos de los setenta, Dos Santos, Furtado, Marini, Fals Borda, Faletto, Gunder Frank, Quijano, Cardoso, habían conseguido la piedra filosofal del fracaso del proyecto latinoamericano: la propia existencia de Europa primero y en la actualidad de EEUU. Había que romper radicalmente con "el imperio", destruir "el capitalismo" en el interior de nuestros países, expropiar la "burguesía local" e imponer un "nuevo tipo de democracia" (socialista, directa, revolucionaria, popular o como se quiera) que eliminara las "libertades burguesas". El proyecto era reproducir el régimen cubano y el "socialismo africano" de los good fellas Seku Ture, Senghor, Nyerere, NKrumah y Keniata. La vía para llegar ahí era naturalmente la fuerza, y no debería escatimarse si hay que fusilar algún contrarrevolucionario.
Entonces parecía inevitable el triunfo del comunismo en el contexto de la guerra fría. Además del "Mundo Socialista" que incluía la URSS, Europa Oriental, China y Cuba, se incorporaban gran parte de África y países del sudeste asiático, Vietnam, Cambodia y Laos. América Latina se poblaba de gobiernos "progre", Nicaragua "en transición" y Guatemala y El Salvador en guerra revolucionaria. El Eurocomunismo y el Eurosocialismo estilo del primer Mitterrand eran la política "del futuro". Estados Unidos vivía la decadencia que condujo a Carter.
Vino el venezolano Carlos Rangel a desafinar en aquella cantata (pese a que estaba profundamente convencido de que la pelea por la libertad estaba perdida) y a disparar ráfagas constantes contra desvaríos y chifladuras, como lo hizo hasta el día lúgubre que acabó con su vida. No analizaremos en esta ocasión sus argumentos sobre la teoría de la dependencia. Vale destacar la condición heroica de su espíritu inundado por la idea de la libertad en estado práctico. No era un vociferante o un fanático y comprendió que la libertad no existía -era un valor, una palabra, flatus vocis-, que lo que existía era la democracia (la imperfecta democracia) y que a la democracia, a su vez, la sostenían los partidos políticos llenos de defectos y miserias. Podía ver a través de la neblina ideológica de la izquierda, pero también de los propios demócratas, confundidos a veces, acobardados otras, frente a la arremetida. T. P .Neill dice que el liberalismo es "ecuménico... la actitud innata de un occidental civilizado ante la existencia... que se identifica con la generosidad y la amplitud de espíritu", nunca con un fanatismo de signo contrario.
Su lucidez era estoica, la de quien para no cerrar los ojos los mantiene abiertos con ganchos. A diferencias de tantos otros que jugaban a cultivar simpatías, tuvo el coraje de declararse en lucha abierta por ideas impopulares, "enemigo del pueblo". La izquierda lo aborrecía, y de los que lo apreciaban, incluso la derecha, bastantes lo trataban con condescendencia, como un excéntrico o un cuáquero. Era un solitario orgulloso de serlo, pero capaz de mantener un diálogo con los opuestos, como demostraban él y Sofía en su programa de televisión que hizo historia. Lástima que no se quedó a ver su gran victoria, el tsunami que se llevó al comunismo y los demás colectivismos a escala universal, apenas a un año de su viaje final en 1988. Lamentablemente su muerte me tomó a traición y sin darme la oportunidad de agradecerle todo lo que le quedé debiendo.
En medio de la primavera intelectual de la teoría de la dependencia a comienzos de los setenta, Dos Santos, Furtado, Marini, Fals Borda, Faletto, Gunder Frank, Quijano, Cardoso, habían conseguido la piedra filosofal del fracaso del proyecto latinoamericano: la propia existencia de Europa primero y en la actualidad de EEUU. Había que romper radicalmente con "el imperio", destruir "el capitalismo" en el interior de nuestros países, expropiar la "burguesía local" e imponer un "nuevo tipo de democracia" (socialista, directa, revolucionaria, popular o como se quiera) que eliminara las "libertades burguesas". El proyecto era reproducir el régimen cubano y el "socialismo africano" de los good fellas Seku Ture, Senghor, Nyerere, NKrumah y Keniata. La vía para llegar ahí era naturalmente la fuerza, y no debería escatimarse si hay que fusilar algún contrarrevolucionario.
Entonces parecía inevitable el triunfo del comunismo en el contexto de la guerra fría. Además del "Mundo Socialista" que incluía la URSS, Europa Oriental, China y Cuba, se incorporaban gran parte de África y países del sudeste asiático, Vietnam, Cambodia y Laos. América Latina se poblaba de gobiernos "progre", Nicaragua "en transición" y Guatemala y El Salvador en guerra revolucionaria. El Eurocomunismo y el Eurosocialismo estilo del primer Mitterrand eran la política "del futuro". Estados Unidos vivía la decadencia que condujo a Carter.
Vino el venezolano Carlos Rangel a desafinar en aquella cantata (pese a que estaba profundamente convencido de que la pelea por la libertad estaba perdida) y a disparar ráfagas constantes contra desvaríos y chifladuras, como lo hizo hasta el día lúgubre que acabó con su vida. No analizaremos en esta ocasión sus argumentos sobre la teoría de la dependencia. Vale destacar la condición heroica de su espíritu inundado por la idea de la libertad en estado práctico. No era un vociferante o un fanático y comprendió que la libertad no existía -era un valor, una palabra, flatus vocis-, que lo que existía era la democracia (la imperfecta democracia) y que a la democracia, a su vez, la sostenían los partidos políticos llenos de defectos y miserias. Podía ver a través de la neblina ideológica de la izquierda, pero también de los propios demócratas, confundidos a veces, acobardados otras, frente a la arremetida. T. P .Neill dice que el liberalismo es "ecuménico... la actitud innata de un occidental civilizado ante la existencia... que se identifica con la generosidad y la amplitud de espíritu", nunca con un fanatismo de signo contrario.
Su lucidez era estoica, la de quien para no cerrar los ojos los mantiene abiertos con ganchos. A diferencias de tantos otros que jugaban a cultivar simpatías, tuvo el coraje de declararse en lucha abierta por ideas impopulares, "enemigo del pueblo". La izquierda lo aborrecía, y de los que lo apreciaban, incluso la derecha, bastantes lo trataban con condescendencia, como un excéntrico o un cuáquero. Era un solitario orgulloso de serlo, pero capaz de mantener un diálogo con los opuestos, como demostraban él y Sofía en su programa de televisión que hizo historia. Lástima que no se quedó a ver su gran victoria, el tsunami que se llevó al comunismo y los demás colectivismos a escala universal, apenas a un año de su viaje final en 1988. Lamentablemente su muerte me tomó a traición y sin darme la oportunidad de agradecerle todo lo que le quedé debiendo.
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