En: http://www.eluniversal.com/2011/01/20/opi_art_una-presidenta-para_20A5009251.shtml
Una presidenta para Venezuela
RICARDO GIL OTAIZA | EL UNIVERSAL
jueves 20 de enero de 2011 02:51 PM
Debo confesar que después de 12 años de gobierno, es la primera vez que estoy "casi" de acuerdo con una afirmación de Hugo Chávez. En su reciente Memoria y Cuenta ante la Asamblea Nacional (AN) el Presidente expresó —palabras más, palabras menos— que le gustaría cuando se vaya (después de varios períodos, por supuesto, ¡no faltaba más!) entregarle la presidencia a una mujer. Es más, agregó con un dejo de nostalgia: "alguna vez tendré que irme". Guao, ¡claro que tendrá que irse!, en el 2013, cuando para estas fechas de año nuevo le entregue la banda presidencial a un líder (mujer u hombre) de la verdadera democracia, para reconstruir a esta rica y joven nación latinoamericana dejada prácticamente en la ruina.
¿Una mujer? Podría ser. Para nadie es un secreto el empuje que ostenta la mujer venezolana, que tiene que llevar adelante a una familia en medio de esta inmensa crisis económica y social que desanima a cualquiera. Pero esa hipotética mujer tendría que estar blindada con múltiples fortalezas, que le permitan enfrentar el maremagno de batallas a dar por la conquista de una mayor calidad de vida para todos. Estamos claros: no podríamos pensar jamás en una Cilia, una Iris, una Tibisay, o en una Luisa. No, no, no. Ni de broma.
Estaríamos hablando —eso sí— de una mujer con la templanza de una Mercedes Pulido de Briceño, quien en el ejercicio de la actividad pública frente a sus inmensas responsabilidades, dejó bien sentado su equilibrio emocional, su pulso firme, y un espíritu de sacrificio de lo personal en aras de lo colectivo.
Pensaríamos también en una Cecilia Sosa Gómez, quien habiendo tenido todo el poder en sus manos, supo equilibrar la balanza de la justicia sin distingos de ninguna naturaleza, para imprimirle al Poder Judicial la honorabilidad y la seriedad que exige.
Podría ser una Cecilia García Arocha, quien desde el rectorado de la Universidad Central de Venezuela ha dado muestras fehacientes de ser una mujer bien plantada, una gerente a tiempo completo; de estar plenamente consciente de su función y de la trascendencia histórica de sus relevantes acciones.
Y ni decir de una María Corina Machado, quien al parecer no sólo es admirada desde la bancada opositora de la AN, sino que atrae la atención del mismo Presidente, quien en el acto de Memoria y Cuenta tuvo la deferencia de acercarse a ella, estrecharle la mano y dedicarle unos instantes para un intercambio de palabras.
¿Estaría pensando el mandatario en ella cuando dejó caer su deseo de ser sucedido por una mujer? ¿Acaso es esa frase un destello de un suceso anticipado?
Mujer u hombre (como terminó por aceptar Hugo Chávez, en su soliloquio frente a las cámaras de la televisión), lo que más interesa es que en nuestro país se requiere con urgencia un cambio de estilo en la Presidencia de la República, y en la manera de hacerse política en nuestro patio. Es perentorio el que se renueven los cuadros de la administración pública y del ejercicio del poder. Tanto así, que el mandatario se lo plantea en su fuero interno y lo hace público, como quien advierte que saldrá y debe pensar por lo tanto en quién lo pueda suceder.
Ya ni siquiera se trata del respeto a la denominada alternabilidad política, que aquí se perdió hace años (por el deseo desmedido de poder de parte de quien llegó al palacio con el voto popular en el marco de una legalidad jurídica, y muy pronto se olvidó de su juramento). Se trata de reconocer que esto no da para más, que la cobija se estiró hasta más no poder, y el autoritarismo está haciendo añicos una institucionalidad que reclama a gritos la confluencia de voluntades para salvar lo que todavía se pueda salvar.
¿Una mujer? Podría ser. Para nadie es un secreto el empuje que ostenta la mujer venezolana, que tiene que llevar adelante a una familia en medio de esta inmensa crisis económica y social que desanima a cualquiera. Pero esa hipotética mujer tendría que estar blindada con múltiples fortalezas, que le permitan enfrentar el maremagno de batallas a dar por la conquista de una mayor calidad de vida para todos. Estamos claros: no podríamos pensar jamás en una Cilia, una Iris, una Tibisay, o en una Luisa. No, no, no. Ni de broma.
Estaríamos hablando —eso sí— de una mujer con la templanza de una Mercedes Pulido de Briceño, quien en el ejercicio de la actividad pública frente a sus inmensas responsabilidades, dejó bien sentado su equilibrio emocional, su pulso firme, y un espíritu de sacrificio de lo personal en aras de lo colectivo.
Pensaríamos también en una Cecilia Sosa Gómez, quien habiendo tenido todo el poder en sus manos, supo equilibrar la balanza de la justicia sin distingos de ninguna naturaleza, para imprimirle al Poder Judicial la honorabilidad y la seriedad que exige.
Podría ser una Cecilia García Arocha, quien desde el rectorado de la Universidad Central de Venezuela ha dado muestras fehacientes de ser una mujer bien plantada, una gerente a tiempo completo; de estar plenamente consciente de su función y de la trascendencia histórica de sus relevantes acciones.
Y ni decir de una María Corina Machado, quien al parecer no sólo es admirada desde la bancada opositora de la AN, sino que atrae la atención del mismo Presidente, quien en el acto de Memoria y Cuenta tuvo la deferencia de acercarse a ella, estrecharle la mano y dedicarle unos instantes para un intercambio de palabras.
¿Estaría pensando el mandatario en ella cuando dejó caer su deseo de ser sucedido por una mujer? ¿Acaso es esa frase un destello de un suceso anticipado?
Mujer u hombre (como terminó por aceptar Hugo Chávez, en su soliloquio frente a las cámaras de la televisión), lo que más interesa es que en nuestro país se requiere con urgencia un cambio de estilo en la Presidencia de la República, y en la manera de hacerse política en nuestro patio. Es perentorio el que se renueven los cuadros de la administración pública y del ejercicio del poder. Tanto así, que el mandatario se lo plantea en su fuero interno y lo hace público, como quien advierte que saldrá y debe pensar por lo tanto en quién lo pueda suceder.
Ya ni siquiera se trata del respeto a la denominada alternabilidad política, que aquí se perdió hace años (por el deseo desmedido de poder de parte de quien llegó al palacio con el voto popular en el marco de una legalidad jurídica, y muy pronto se olvidó de su juramento). Se trata de reconocer que esto no da para más, que la cobija se estiró hasta más no poder, y el autoritarismo está haciendo añicos una institucionalidad que reclama a gritos la confluencia de voluntades para salvar lo que todavía se pueda salvar.
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