Octavio Montiel
19 Enero, 2012
Te escuché una vez, azote,
de manera repentina
querer a María Corina
corriendo en tu mismo lote.
No es raro que en ese brote
de expresión pudiera haber
el deseo de complacer
tu misoginia inconsciente,
teniendo de contendiente
obviamente a una mujer.
Y como se pudo ver
en el show de la Asamblea,
buscabas esa pelea
aludiéndola a placer
con ese tu proceder
de patanería babosa
que en vez de florear acosa
mostrando su poderío.
Pero se te volvió un lío,
porque aquello era otra cosa.
Esta dama talentosa,
digna y además valiente
no andaba pelando el diente
cual la bancada apestosa
que en tus testículos posa
mientras aplaude en cadena.
(Rabia que no me fue ajena
cuando miré de este lado
a uno que otro diputado
sonriéndole a tu faena).
Ella me quitó la pena
de ver a la oposición
callada en esa sesión
ante tu mentira plena.
Y allí está, pues, en la arena,
como tu instinto quería :
rodeada por la jauría
rabiosa que te obedece
o brinca cuando aparece
frente a ti la valentía.
Pero es la hora y el día
de pintar con acuarela
el mapa de Venezuela
en el rostro de María.
Virgen, que la patria mía
tenga un nuevo amanecer,
que el demonio y su poder
dejen tranquilo al país,
que la nación sea feliz,
guiada por esta mujer.
Pero debe comprender
María Corina Machado
que eso está condicionado
al sacrificio de hacer
lo más duro en su deber,
lo que se dice un suceso.
Porque parte del proceso,
ya electa y sin propaganda,
es que junto con la banda,
el azote le dé un beso.
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