ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 31 de enero de 2012 12:00 AM
Una de los complejos aún no superados por muchos venezolanos es la creencia de la imposibilidad del cambio político. Si en algo ha tenido éxito Hugo Chávez es en sembrar la idea de que su gobierno será vitalicio y que el proceso de confiscación de todos los poderes y derechos ha llegado a un punto de no retorno. Pese a los esfuerzos por alcanzar la unidad y a la demostración de ejercicio democrático, que se concretará con las primarias del 12 de febrero, parece subsistir un fatalismo inducido por la incredulidad, según el cual la intentona totalitaria terminará consolidándose como algo definitivo.
Ese pesimismo no carece, sin embargo de razones, para lucir convincente y ciertamente estamos ante un hombre cuya determinación, de morirse con el poder en un puño, se sostiene sobre la total ausencia de escrúpulos a la hora de utilizar todos los recursos a su alcance, incluyendo decena de miles de millones de dólares, para lograr su objetivo. No será fácil, la campaña promete dureza, golpes bajos y toda clase de ventajismo, pero también es cierto que nunca antes las fuerzas democráticas habían estado tan bien posicionadas y dispuestas a dar la pelea.
En perspectiva, desde el año 2006 hasta ahora no ha habido sino avances significativos en el intento de darle cohesión, plataforma organizativa y unidad de criterios a una estructura sobre la cual se ha montado un proyecto cuya finalidad básica es el gran aglutinante: el rescate de la democracia. Y se ha hecho desechando la imposición, la exclusión, los personalismos y las diferencias ideológicas porque no se puede acudir al "centralismo democrático" (suerte de eufemismos detrás del cual aparece el autoritarismo) para restablecer un sistema de libertades.
Frente a esa creación política, tanto más amplia y potente cuanto más obstáculos se le han colocado, aparece un gobierno cerrado sobre sí mismo, antítesis de todo cuanto representa un sentimiento nacional que reclama se hagan reales y en libertad los aspavientos sobre igualdad y crecimiento del nivel de vida porque si los logros en vivienda, empleo, salud y educación fueran reales, Chávez sería invencible y eso, ya se sabe, no es así.
El discurso de la redención, después de trece años de continuismo, luce estéril, desgastado y mentiroso. Esta revolución que, "vino para quedarse", hace agua en medio de la corrupción y el desencanto. De manera que ante un proceso que se desvanece poco a poco y una opción democrática capaz, en algunos de sus dirigentes (sobre todos los gobernadores) de mostrar obra tangible, esa sensación artificial de derrota carece de todo sentido. Es posible ganar y ganar, además, con holgura.
Ese pesimismo no carece, sin embargo de razones, para lucir convincente y ciertamente estamos ante un hombre cuya determinación, de morirse con el poder en un puño, se sostiene sobre la total ausencia de escrúpulos a la hora de utilizar todos los recursos a su alcance, incluyendo decena de miles de millones de dólares, para lograr su objetivo. No será fácil, la campaña promete dureza, golpes bajos y toda clase de ventajismo, pero también es cierto que nunca antes las fuerzas democráticas habían estado tan bien posicionadas y dispuestas a dar la pelea.
En perspectiva, desde el año 2006 hasta ahora no ha habido sino avances significativos en el intento de darle cohesión, plataforma organizativa y unidad de criterios a una estructura sobre la cual se ha montado un proyecto cuya finalidad básica es el gran aglutinante: el rescate de la democracia. Y se ha hecho desechando la imposición, la exclusión, los personalismos y las diferencias ideológicas porque no se puede acudir al "centralismo democrático" (suerte de eufemismos detrás del cual aparece el autoritarismo) para restablecer un sistema de libertades.
Frente a esa creación política, tanto más amplia y potente cuanto más obstáculos se le han colocado, aparece un gobierno cerrado sobre sí mismo, antítesis de todo cuanto representa un sentimiento nacional que reclama se hagan reales y en libertad los aspavientos sobre igualdad y crecimiento del nivel de vida porque si los logros en vivienda, empleo, salud y educación fueran reales, Chávez sería invencible y eso, ya se sabe, no es así.
El discurso de la redención, después de trece años de continuismo, luce estéril, desgastado y mentiroso. Esta revolución que, "vino para quedarse", hace agua en medio de la corrupción y el desencanto. De manera que ante un proceso que se desvanece poco a poco y una opción democrática capaz, en algunos de sus dirigentes (sobre todos los gobernadores) de mostrar obra tangible, esa sensación artificial de derrota carece de todo sentido. Es posible ganar y ganar, además, con holgura.
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