Vladimir Villegas
No es fácil la situación de la izquierda venezolana. Está dividida, como el país, y sumida en una severa crisis de identidad, producto de las circunstancias de estos últimos tres lustros.
Hay gente que se identifica con la izquierda y respalda al Gobierno. Pero también en la oposición hay un sector que reivindica su condición socialista, su compromiso con la justicia social y con una sociedad que avance hacia un mundo mejor.
Digo y repito que no toda la izquierda está en el Gobierno, como tampoco toda la derecha está en la oposición. Es una tamaña mentira que todo aquel que se opone a la forma de gobernar de Hugo Chávez es de por sí un individuo cautivado por el pensamiento de derecha, como tampoco el ponerse la franela roja, aprenderse viejas canciones de Carlos Puebla o de Alí Primera impida que se le note la impostura a más de un “socialista” que se viste de rojo rojito y jura lealtad al mesiánico jefe del Estado que tenemos en Venezuela, sin disimular sus desenfrenos por el poder, por la acumulación de riquezas y por los privilegios de toda índole.
Ese falso axioma según el cual todo el que se oponga a Chávez es de derecha y sólo se es de izquierda si se le endosa el apoyo al “comandante presidente”, forma parte del chantaje ideológico y hasta sentimental al cual son sometidos miles y miles de venezolanos.
Constituye una inmensa estafa calificar de proyecto o modelo socialista esta mezcla de verborrea radical, culto a la personalidad, intolerancia, clientelismo exacerbado, apartheid político, burocracia extrema y ausencia de justicia que imperan en la Venezuela de hoy.
El Gobierno y el Psuv están logrando que la sola mención de la palabra socialismo convoque cada vez un rechazo mayor. ¡Tremendo logro revolucionario! Por eso digo que para la izquierda es un momento muy duro. La que apoya a Chávez ha hipotecado su derecho de pensar, de discutirle al líder sus órdenes, sus imposiciones y, sobre todo, sus errores.
Es una izquierda expropiada, aferrada al poder como el náufrago al tronco de madera. Una izquierda acrítica, que se refugia en las consignas de antaño y en una fraseología que le sirve de comodín para salirle al paso a la protesta del propio pueblo chavista.
Una izquierda que algún día tendrá que responder por la bochornosa acción de domesticar el movimiento sindical bajo su influencia y ponerlo al servicio del patrono mayor. Una izquierda que justifica con insólitos argumentos el abuso de poder que ayer cuestionaba, o cuando menos se hace la pendeja.
La izquierda no chavista también se debate en sus propios problemas. Sabe lo cuesta arriba que es definirse como socialista cuando el Gobierno ha secuestrado y caricaturizado ese concepto.
Y sabe del peligro de diluirse en fuerzas que no son iguales a ella, pero con las cuales se comparte el objetivo de rescatar espacios para el juego democrático. Esa izquierda entiende que urge la más amplia unidad nacional para dar un salto hacia un nuevo momento político, de inclusión, de reconocimiento del otro, de respeto y promoción de la diversidad como elemento esencial de una sociedad democrática.
Y tiene además una responsabilidad: la de velar por la defensa de los derechos de los sectores populares, por los cuales ha luchado durante toda su existencia. Esa izquierda es necesaria, imprescindible para convocar voluntades a favor del cambio progresista que propone Henrique Capriles, a quien se puede apoyar sin pagar el peaje de incondicionalidad que exige el comandante presidente a sus subalternos.
Paradójicamente, una verdadera opción de izquierda, democrática y con proyecto propio sólo podrá emerger de la derrota de este sancocho ideológico denominado socialismo del siglo XXI.
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