WILLIAM ANSEUME| EL UNIVERSAL
lunes 1 de julio de 2013 12:00 AM
La censura es un problema grave; de muchas aristas además: existen censuras morales y políticas que a veces se desplazan hermanadas o se usan como pretexto. Digamos: usan la moralina para detener expresiones o acciones de carácter político y viceversa. Antes he manifestado, menos públicamente, y no me retracto, que aborrezco la censura. Censurar es limitar; imponer poder, por tanto también es humillar, reducir al otro, hasta apropiárselo: empequeñecer y destruir conciencias y posibilidades de acción. Es también expresión del miedo porque lo que el otro diga o haga es señal a veces de supina hipocresía. Censurar es matar; limitar la proyección del ser.
En el término y sus derivados se aprecian los actos de reprobación (dar por malo) y prohibición. Del Diccionario de la Real Academia Española me luce un tanto más actualizada la voz "censor": "Persona que es propensa a murmurar o criticar las acciones o cualidades de los demás".
Los actos de prohibición hipócritas son fácilmente detectables y detestables, especialmente aquellos de limitación como el del fumar en niños y adolescentes que llegan a casa, sin embargo, con los dedos amarillos o la ropa hedionda: "delante de mí no lo hace", parece decir o dice el progenitor, también como el cartelito acusador que "impide" vender esos objetos a los menores. No me voy a detener en los zarcillos, cortes, tintes, afeites diversos, ropas sensuales y demás actitudes o atuendos de infantes retadores contra sus padres, ni en las películas y/o videos. O, mucho peor, por la menor aceptación legal y uso desmedido que mueve a burla, en las sustancias llamadas "psicotrópicas". Por razones de espacio, no por callar, por si acaso. Aquí la guía orientadora, la educación y formación juegan siempre mejor papel que la persecución y el castigo. Sabemos, no de ahora, que lo prohibido es deseado.
Me interesa hoy, altamente, la censura política, mucho más dañina. Ésa, la que se enmarca en la "libertad de expresión". Podemos considerar que donde habita una expresión limitada sencillamente ésta no existe, no hay lugar para ambages allí, y ello me lleva a afirmar sin miramientos que en nuestro país no hay tal libertad, que es discursivamente de las más caras a los venezolanos porque así lo enunciamos, aunque nos cueste a veces defenderla y aceptar que en verdad carecemos de ella y debemos luchar de inmediato para restituirla. Ya que de diversas maneras aparece establecida en la Constitución; en el artículo 20, donde se señala claramente: "Toda persona tiene derecho al libre desenvolvimiento de su personalidad" y, muy especialmente en los artículos 57 y 58: "Toda persona tiene derecho a expresar libremente sus pensamientos, sus ideas u opiniones de viva voz...". "La comunicación es libre y plural...". "Toda persona tiene derecho a la información oportuna, veraz e imparcial, sin censura...".
Comidos por ella existen los perseguidos y presos políticos, así como los que pudieran estarlo: momento en que aflora la autocensura: "si hago o digo lo mismo me apresan o me persiguen", así que "chito". Usted carece de información oficial fidedigna de casi todo. Me encantaría ver la "contraloría social" o cualquier otra en Pdvsa, en Miraflores, en algún ministerio, especialmente en aquellos que compran armas, en las misiones viviendas con chinos desplazando a los obreros venezolanos. Pues bien, el censor le prohíbe saber y, por tanto, cuestionar. Así: compran televisoras o las cierran, se hacen de diarios afamados, impiden el ingreso de periodistas a las fuentes de información, prohíben la presentación de obras de teatro como las de Luis Chataing u otros en algunos sitios, como la Secretaría de Educación de Carabobo impidiendo recientemente que se lleve al público en general el montaje de la escuela Ramón Zapata "Yo Bertold Brecht", nada menos, un autor que fue comunista. Ríase tranquilo.
Pero, ¿cuánta libertad de expresión puede haber aquí, si usted no puede enterarse ni decir pública y legalmente el costo del dólar paralelo? Guará de ocultamiento mentiroso. De no mentarlo para que no aparezca. Allí salen a relucir los eufemismos propios de la mayor hipocresía: lechugas, aguacaticos, limones y plátanos, cuanta caterva vegetal hay, para designar lo innombrable entre todos.
Y en esta mezcla perversa de judicialización, hipocresía, miedo, imposición de poder rayano en lo ridículo, no hay nada como que una jueza le otorgue una libertad tan condicionada a otra, como a la jueza Afiuni y le diga, legalmente: usted no puede hablar ni escribir por Twitter. Con esa acción, que podrá ser muy judicial, ofende, humilla, cercena las libertades de ella y de todos.
Podrán intentar convencerme por cualquier medio de lo contrario, pero en Venezuela no hay libertad de expresión un carrizo, aquí lo que existe es pura censura dosificada; soportada y, como lo dije antes: la censura mata: callar es una forma de morir tanto como hablar y actuar formas de vivir son.
En el término y sus derivados se aprecian los actos de reprobación (dar por malo) y prohibición. Del Diccionario de la Real Academia Española me luce un tanto más actualizada la voz "censor": "Persona que es propensa a murmurar o criticar las acciones o cualidades de los demás".
Los actos de prohibición hipócritas son fácilmente detectables y detestables, especialmente aquellos de limitación como el del fumar en niños y adolescentes que llegan a casa, sin embargo, con los dedos amarillos o la ropa hedionda: "delante de mí no lo hace", parece decir o dice el progenitor, también como el cartelito acusador que "impide" vender esos objetos a los menores. No me voy a detener en los zarcillos, cortes, tintes, afeites diversos, ropas sensuales y demás actitudes o atuendos de infantes retadores contra sus padres, ni en las películas y/o videos. O, mucho peor, por la menor aceptación legal y uso desmedido que mueve a burla, en las sustancias llamadas "psicotrópicas". Por razones de espacio, no por callar, por si acaso. Aquí la guía orientadora, la educación y formación juegan siempre mejor papel que la persecución y el castigo. Sabemos, no de ahora, que lo prohibido es deseado.
Me interesa hoy, altamente, la censura política, mucho más dañina. Ésa, la que se enmarca en la "libertad de expresión". Podemos considerar que donde habita una expresión limitada sencillamente ésta no existe, no hay lugar para ambages allí, y ello me lleva a afirmar sin miramientos que en nuestro país no hay tal libertad, que es discursivamente de las más caras a los venezolanos porque así lo enunciamos, aunque nos cueste a veces defenderla y aceptar que en verdad carecemos de ella y debemos luchar de inmediato para restituirla. Ya que de diversas maneras aparece establecida en la Constitución; en el artículo 20, donde se señala claramente: "Toda persona tiene derecho al libre desenvolvimiento de su personalidad" y, muy especialmente en los artículos 57 y 58: "Toda persona tiene derecho a expresar libremente sus pensamientos, sus ideas u opiniones de viva voz...". "La comunicación es libre y plural...". "Toda persona tiene derecho a la información oportuna, veraz e imparcial, sin censura...".
Comidos por ella existen los perseguidos y presos políticos, así como los que pudieran estarlo: momento en que aflora la autocensura: "si hago o digo lo mismo me apresan o me persiguen", así que "chito". Usted carece de información oficial fidedigna de casi todo. Me encantaría ver la "contraloría social" o cualquier otra en Pdvsa, en Miraflores, en algún ministerio, especialmente en aquellos que compran armas, en las misiones viviendas con chinos desplazando a los obreros venezolanos. Pues bien, el censor le prohíbe saber y, por tanto, cuestionar. Así: compran televisoras o las cierran, se hacen de diarios afamados, impiden el ingreso de periodistas a las fuentes de información, prohíben la presentación de obras de teatro como las de Luis Chataing u otros en algunos sitios, como la Secretaría de Educación de Carabobo impidiendo recientemente que se lleve al público en general el montaje de la escuela Ramón Zapata "Yo Bertold Brecht", nada menos, un autor que fue comunista. Ríase tranquilo.
Pero, ¿cuánta libertad de expresión puede haber aquí, si usted no puede enterarse ni decir pública y legalmente el costo del dólar paralelo? Guará de ocultamiento mentiroso. De no mentarlo para que no aparezca. Allí salen a relucir los eufemismos propios de la mayor hipocresía: lechugas, aguacaticos, limones y plátanos, cuanta caterva vegetal hay, para designar lo innombrable entre todos.
Y en esta mezcla perversa de judicialización, hipocresía, miedo, imposición de poder rayano en lo ridículo, no hay nada como que una jueza le otorgue una libertad tan condicionada a otra, como a la jueza Afiuni y le diga, legalmente: usted no puede hablar ni escribir por Twitter. Con esa acción, que podrá ser muy judicial, ofende, humilla, cercena las libertades de ella y de todos.
Podrán intentar convencerme por cualquier medio de lo contrario, pero en Venezuela no hay libertad de expresión un carrizo, aquí lo que existe es pura censura dosificada; soportada y, como lo dije antes: la censura mata: callar es una forma de morir tanto como hablar y actuar formas de vivir son.
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