SOLEDAD MORILLO BELLOSO
| EL UNIVERSAL
viernes 17 de octubre de 2014 12:00 AM
Ojalá la lluvia incesante que
moja Caracas sirviera para lavar los odios, para enfriar las pasiones
decadentes, para hacernos entender que enguerrillados todos perdemos. Yo
festejo las pasiones que nos convierten en mejores seres humanos;
condeno las que nos tornan en seres barbáricos.
Le hago cirugía a mi vida. No busco ser más linda. Ni sacarme de encima unos cuantos años. Ni disimular cicatrices. Ni hacerle lavado y engrase al motor. Ni repintar la carrocería. Es más bien tratar de hacerle una profunda remodelación a mi existencia. A mi manera de caminar por la vida. Algo así como reinventarme. Seguir siendo yo pero abrirle la puerta a una yo distinta.
Me cuesta a veces conciliar el sueño. El olor a desastre invade todo. No tengo rabia incurable, ni pánico. Es una infinita tristeza. De esas que se nos meten en los huesos como el frío húmedo. La vanidad acabó con los héroes que querían ser dioses. Estos los castigaron. Pero los simples mortales pagaron los costos. Y nosotros... Seguimos buscando el unicornio azul.
Carezco de muchas cosas: de la prudencia que me haría sospechosa ante de mí misma; de la ligereza para el insulto que algunos les sale tan fácil; de la habilidad para fingir amores que no siento; de la confianza en quienes suponen que la vida se mide en cuanto tenemos; de la destreza para odiar a los que son diferentes; de la pedantería de las mujeres que se creen únicas; de la capacidad para las emociones intrascendentes. De todo eso y mucho más carezco y no quiero dejar de carecer.
En la oscuridad no podemos vernos a los ojos. La penumbra en cambio nos invita a intuirnos, a presentirnos, a imaginarnos. La oscuridad es a la penumbra lo que el silencio al susurro. Y en el susurro mi corazón habla en voz baja y mis rabias se quedan sin aliento.
Yo tengo una soledad intrincada y concurrida, difícil de entender y transitar. Soy esclava de ella o acaso ella lo sea de mí. Yo habito en una soledad cobarde. Ella me teme y yo a ella. Mi soledad está repleta de claves. No sé leerla y ella no sabe leerme. Mi soledad es dulce. Ella me abraza y yo la acaricio. Nos hemos reconciliado la una con la otra.
Las letras que escribo son los susurros de mis pasiones. Son las calles por las que transito... y caigo... y vuelvo a levantarme. Y sonrío... y se me mojan las ojeras. Y vivo... y sobrevivo aunque nade contracorriente. Mis letras son los adoquines de mi soledad en voz baja. Ellas dicen lo que mi boca no se atreve. Yo escribo con la única tinta que conozco, domino y tolero, la de la pasión.
Mis arrugas son los sellos de entrada y salida marcados en mi hoja de vida de todos esos lugares en los que he estado. Cada una de las líneas en mi rostro es guardiana de una historia, de una emoción, de un sentimiento. Aun si con un escalpelo me las borraran, jamás podría desandar lo transitado y lo que quedó tatuado en mi piel. Yo decidí quitarme los velos, no para que me vean bien sino para yo ver mejor. Me gusta mirar a la vida de frente y dejar que ella me mire.
Despierto todos los días muy temprano. Costumbres pueblerinas, dirán algunos. Duermo poco porque la noche me produce ganas de escribir. El alba en cambio me toma con la mente perezosa. A esa hora soy apenas una espectadora de la vida. Tomo un café en silencio. Es un intento de reconciliación conmigo misma, un gesto a veces desesperado de curar mis rabias, de tratar de entender quién he terminado siendo luego de una vida que ha sido un carrusel de pasiones. Concluyo que no sé, que sólo sé que mis ojos y mis dedos son aliados consecuentes. A ellos y a mi país debo lealtad. Y siempre le doy la bienvenida al cambio.
Le hago cirugía a mi vida. No busco ser más linda. Ni sacarme de encima unos cuantos años. Ni disimular cicatrices. Ni hacerle lavado y engrase al motor. Ni repintar la carrocería. Es más bien tratar de hacerle una profunda remodelación a mi existencia. A mi manera de caminar por la vida. Algo así como reinventarme. Seguir siendo yo pero abrirle la puerta a una yo distinta.
Me cuesta a veces conciliar el sueño. El olor a desastre invade todo. No tengo rabia incurable, ni pánico. Es una infinita tristeza. De esas que se nos meten en los huesos como el frío húmedo. La vanidad acabó con los héroes que querían ser dioses. Estos los castigaron. Pero los simples mortales pagaron los costos. Y nosotros... Seguimos buscando el unicornio azul.
Carezco de muchas cosas: de la prudencia que me haría sospechosa ante de mí misma; de la ligereza para el insulto que algunos les sale tan fácil; de la habilidad para fingir amores que no siento; de la confianza en quienes suponen que la vida se mide en cuanto tenemos; de la destreza para odiar a los que son diferentes; de la pedantería de las mujeres que se creen únicas; de la capacidad para las emociones intrascendentes. De todo eso y mucho más carezco y no quiero dejar de carecer.
En la oscuridad no podemos vernos a los ojos. La penumbra en cambio nos invita a intuirnos, a presentirnos, a imaginarnos. La oscuridad es a la penumbra lo que el silencio al susurro. Y en el susurro mi corazón habla en voz baja y mis rabias se quedan sin aliento.
Yo tengo una soledad intrincada y concurrida, difícil de entender y transitar. Soy esclava de ella o acaso ella lo sea de mí. Yo habito en una soledad cobarde. Ella me teme y yo a ella. Mi soledad está repleta de claves. No sé leerla y ella no sabe leerme. Mi soledad es dulce. Ella me abraza y yo la acaricio. Nos hemos reconciliado la una con la otra.
Las letras que escribo son los susurros de mis pasiones. Son las calles por las que transito... y caigo... y vuelvo a levantarme. Y sonrío... y se me mojan las ojeras. Y vivo... y sobrevivo aunque nade contracorriente. Mis letras son los adoquines de mi soledad en voz baja. Ellas dicen lo que mi boca no se atreve. Yo escribo con la única tinta que conozco, domino y tolero, la de la pasión.
Mis arrugas son los sellos de entrada y salida marcados en mi hoja de vida de todos esos lugares en los que he estado. Cada una de las líneas en mi rostro es guardiana de una historia, de una emoción, de un sentimiento. Aun si con un escalpelo me las borraran, jamás podría desandar lo transitado y lo que quedó tatuado en mi piel. Yo decidí quitarme los velos, no para que me vean bien sino para yo ver mejor. Me gusta mirar a la vida de frente y dejar que ella me mire.
Despierto todos los días muy temprano. Costumbres pueblerinas, dirán algunos. Duermo poco porque la noche me produce ganas de escribir. El alba en cambio me toma con la mente perezosa. A esa hora soy apenas una espectadora de la vida. Tomo un café en silencio. Es un intento de reconciliación conmigo misma, un gesto a veces desesperado de curar mis rabias, de tratar de entender quién he terminado siendo luego de una vida que ha sido un carrusel de pasiones. Concluyo que no sé, que sólo sé que mis ojos y mis dedos son aliados consecuentes. A ellos y a mi país debo lealtad. Y siempre le doy la bienvenida al cambio.
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