En: http://www.lapatilla.com/site/2014/10/27/antonio-novalon-corrupcion-tumba-de-la-democracia/
Antonio Novalón
En el momento de depositar el voto en la urna para elegir a nuestros
gobernantes, pesa mucho lo que sabemos pero debemos olvidar, es decir,
que la condición humana es imperfecta y demasiadas veces corrupta. Por
esa razón, la simulación y ciertas elecciones son hermanas de sangre.
La corrupción en Brasil ha gravitado durante estas elecciones
presidenciales: el 3% de comisiones que la estatal Petrobras pagaba a
los partidos aliados del gobernante Partido de los Trabajadores, que
también se distribuían entre sus propias filas, o la desviación de los
costes de la construcción del metro de São Paulo que mostraron cómo
Aécio Neves también tenía un techo de cristal. Al fin y al cabo, pese a
la atomización del Parlamento en Brasilia, la corrupción es el único
elemento que une a todos los partidos políticos.
En el caso español, sorprende que la corrupción rampante no haya
tenido repercusión electoral. Por eso, ejemplos como el de Valencia o el
de Madrid, gobernados por el Partido Popular (PP) señalado por el
llamado caso Gürtel, como antes ocurrió con el PSOE y el escándalo
Filesa, pesan definitivamente sobre la identidad democrática. ¿Cómo
esperan los Gobiernos que los pobres contribuyentes deseen cumplir con
sus obligaciones fiscales cuando, por ejemplo, en España hay cerca de
1.700 causas judiciales abiertas con unos 500 imputados por corrupción?
Parece que lo normal —al menos en los países que hablan español o
portugués— es que los mandatarios usen el poder para robarnos a todos.
La corrupción corroe todo el sistema político. Pero más allá de las
declaraciones grandilocuentes, hay que saber que el mensalão brasileño,
el Gürtel español o el enriquecimiento de los Kirchner en Argentina,
unidos a los milagros de algunos de los exsecretarios mexicanos que,
tras una vida de trabajo en la función pública, dejaron al morir una
fortuna superior a los 3.000 millones de dólares, están creando un
rechazo que no sólo afecta al mismo concepto de democracia, sino al de
todo el sistema de partidos.
Pero si se quitan los signos externos, resulta difícil saber cómo las
formaciones alternativas que están surgiendo en todas partes —cuyo
único denominador es que no pertenecen a lo que Podemos en España
denomina “la casta”—, pueden proteger a las sociedades frente a la mayor
contradicción del mundo democrático.
Me explico. Según Churchill, y yo comparto su afirmación, la
democracia es el menos malo de todos los sistemas conocidos, pero el
problema es que se basa en y para los partidos políticos. ¿Cuándo estos
fallan, también fracasa la democracia o sólo lo que la sostiene?
El PT brasileño ha sido —y previsiblemente lo será—, un jugador muy
importante para Brasil. Gracias a él, un obrero metalúrgico consiguió de
la nada vencer a la Historia y sentarse por primera vez en el Palacio
de Planalto en Brasilia. En España resulta difícil encontrar un partido
que no tenga varios imputados en sus filas. Naturalmente, quienes están
en el poder suscitan más morbo, pero el problema de la corrupción en los
países latinos es un mal endémico.
En el caso mexicano, el entonces candidato Enrique Peña Nieto
prometió un cambio legal que permitiera combatir este fenómeno. A dos
años de su llegada al poder (consumido el 33% de su mandato), aparte de
hacer las reformas y de luchar contra la inseguridad heredada del
calderonismo para la que no ha encontrado una solución propia, México
aún espera encontrar un sistema anticorrupción que funcione. El consuelo
de que se trata de un mal mundial, es solo eso: un consuelo.
Hace sólo dos años, el Latinobarómetro mostraba un bajo aprecio por
los valores democráticos en el subcontinente. En ello, intervenían
muchos factores: errores de los respectivos Gobiernos, la repercusión de
la crisis internacional o la desigualdad social, pero había un factor
que era y es general y que habla en portugués, español, incluso
italiano, en toda América Latina y Europa: la corrupción.
El ejemplo de Mani pulite (Manos Limpias) en Italia, el mayor caso de
corrupción colectiva que se recuerda desde la época de la ley seca de
Al Capone, y que acabó paradójicamente dando el poder a Silvio
Berlusconi, ha sido superado hace tiempo por Brasil, uno de los Estados
más corruptos del mundo, según el Índice de Transparencia Internacional.
Por su parte, Argentina vive en una permanente sospecha y España
ostenta en este momento un récord de políticos procesados por
corruptelas, prevaricaciones o especulación a cambio de favores
económicos o políticos.
El futuro de esa América que acaba de votar en Brasil y que, dentro
de poco, lo hará en otros países de la región, pasa por cambiar la
tolerancia hacia la corrupción. Esa decisión no depende tanto de grandes
estudios o leyes, sino de la creencia generalizada de que como ocurre
con la lucha frente a la piratería, cada vez que se compra a un político
y eso queda impune, estamos, sin saberlo, cavando la tumba de la
democracia. Ya no son las venas abiertas de Latinoamérica, como quería
Eduardo Galeano, ahora son lazos de sangre.
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