RICARDO GIL OTAIZA
| EL UNIVERSAL
jueves 16 de octubre de 2014 12:00 AM
El 3 de julio de 1993 volvió a
Venezuela el escritor español y Premio Nobel de Literatura Camilo José
cela. Eran los tiempos felices del vicerrectorado académico del profesor
Leonel Vivas, hombre de la academia y de las letras, quien trajo cela a
Mérida en compañía del historiador Guillermo Morón, para que
compartiera varias jornadas con la gente de la Universidad de Los Andes.
En lo particular yo era un profesor bisoño y un escritor en ciernes,
pero por nada de este mundo me iba a perder esa magnífica oportunidad de
ver en persona a tan connotado (y controvertido) personaje. De él había
leído unos cuentos libros: La familia de Pascual Duarte, La catira y La colmena.
Esa espléndida mañana conocí al celebérrimo escritor y pude comprobar
en persona lo que siempre había leído acerca de su personalidad: un
carácter recio y sin dobleces, una sinceridad rayana en grosería, y
sobre todo la enorme capacidad para atraer sobre sí todas las miradas (e
insultos).
Como se ha de suponer, quien esto escribe estaba arrobado, hundido en una nube de algodón, abstraído en una dimensión en la que no cabía otra cosa que no fuera la literatura y los libros. Sin embargo, estuve muy atento a sus palabras, a sus gestos, a su sonrisa malévola que desmontaba toda posibilidad de polémica, a su genérica ironía que dejaba perplejos a sus interlocutores, a sus pesados movimientos corporales que lo asemejaban a un gran elefante a punto de acabar con la cristalería. Y en medio de su discurso (breve por demás) dejó caer una afirmación que no olvidé desde entonces: "ustedes tenían a un Premio Nobel, a don Mariano Picón-Salas, pero murió prematuramente". Aquella lapidaria sentencia me dejó estupefacto, enmudecido y al borde de las lágrimas. La temprana muerte del escritor merideño (a los 64 años) nos había arrebatado quizá la única oportunidad de tener a un Nobel en casa, y eso no es cualquier cosa.
Me entero por la prensa del nombre del Premio Nobel de Literatura 2014: el escritor francés Patrick Modiano. Talentoso y genial, sin duda, lo he leído (aunque poco), pero casi es un desconocido para nosotros. Por allá, el no menos brillante novelista Paul Auster se quejó días antes, de que la academia ignoraba a los escritores estadounidenses. Pensé luego: si con varios autores galardonados con el anhelado Premio los gringos hacen estos tipos de señalamientos, qué quedará para nosotros los venezolanos que el mencionado Nobel nos ha pasado de lado sin asomarse siquiera a nuestras "desvalidas" letras. Picón-Salas quedó fuera de combate al partir de este mundo. Rómulo Gallegos, merecedor como el que más, se fundió en el tintero (al parecer) por culpa de la torpeza de las autoridades de la época que quisieron postularlo. Uslar Pietri siempre hizo referencia a lo marginado que sentía en materia de premios (aunque obtuvo importantes galardones como el Príncipe de Asturias). Nos quedan grandes figuras: Rafael Cadenas, José Balza, Francisco Massiani, Víctor Bravo, Victoria de Stefano, entre otras. No sé en realidad cómo se harán las antesalas para que la academia sueca se fije en un autor, pero sin duda aquí no sabemos mucho de eso.
Como se ha de suponer, quien esto escribe estaba arrobado, hundido en una nube de algodón, abstraído en una dimensión en la que no cabía otra cosa que no fuera la literatura y los libros. Sin embargo, estuve muy atento a sus palabras, a sus gestos, a su sonrisa malévola que desmontaba toda posibilidad de polémica, a su genérica ironía que dejaba perplejos a sus interlocutores, a sus pesados movimientos corporales que lo asemejaban a un gran elefante a punto de acabar con la cristalería. Y en medio de su discurso (breve por demás) dejó caer una afirmación que no olvidé desde entonces: "ustedes tenían a un Premio Nobel, a don Mariano Picón-Salas, pero murió prematuramente". Aquella lapidaria sentencia me dejó estupefacto, enmudecido y al borde de las lágrimas. La temprana muerte del escritor merideño (a los 64 años) nos había arrebatado quizá la única oportunidad de tener a un Nobel en casa, y eso no es cualquier cosa.
Me entero por la prensa del nombre del Premio Nobel de Literatura 2014: el escritor francés Patrick Modiano. Talentoso y genial, sin duda, lo he leído (aunque poco), pero casi es un desconocido para nosotros. Por allá, el no menos brillante novelista Paul Auster se quejó días antes, de que la academia ignoraba a los escritores estadounidenses. Pensé luego: si con varios autores galardonados con el anhelado Premio los gringos hacen estos tipos de señalamientos, qué quedará para nosotros los venezolanos que el mencionado Nobel nos ha pasado de lado sin asomarse siquiera a nuestras "desvalidas" letras. Picón-Salas quedó fuera de combate al partir de este mundo. Rómulo Gallegos, merecedor como el que más, se fundió en el tintero (al parecer) por culpa de la torpeza de las autoridades de la época que quisieron postularlo. Uslar Pietri siempre hizo referencia a lo marginado que sentía en materia de premios (aunque obtuvo importantes galardones como el Príncipe de Asturias). Nos quedan grandes figuras: Rafael Cadenas, José Balza, Francisco Massiani, Víctor Bravo, Victoria de Stefano, entre otras. No sé en realidad cómo se harán las antesalas para que la academia sueca se fije en un autor, pero sin duda aquí no sabemos mucho de eso.
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