Saturday, October 18, 2014

Porqué y para qué? Miembro del Consejo de Seguridad de la ONU

En: http://www.ideasdebabel.com/home/?p=38732

Juan Francisco Misle

El ingreso de Venezuela al Consejo de Seguridad de la ONU no significa que el gobierno de Maduro haya recibido el apoyo de 189 países a su desastrosa gestión como lo quiere vender el régimen, ni tampoco que esos países carezcan de interés en torno a la crítica situación política, social y económica por la que atraviesa Venezuela. Es además un error concluir que ese abrumador resultado demuestra la inutilidad de los esfuerzos que ha hecho la oposición venezolana al buscar apoyos internacionales para el restablecimiento de la democracia en el país, y que sería mejor concentrase exclusivamente a luchar al interior de nuestras fronteras. Ni lo uno ni lo otro. La diplomacia, nos guste o no, es ante todo un ejercicio pragmático, sutil, y frecuentemente contradictorio que no admite ser despachado con la misma frivolidad con la que suelen ser asociados sus operadores. Esa es la razón por la que Irán y los Estados Unidos, enemigos por casi cuarenta años, actúan juntos hoy en una coalición para destruir la amenaza común que representan las tropas del Estado Islámico, y que los rusos y americanos, enfrentados por la invasión de Rusia a Ucrania, conserven su  alianza para reducir  las aspiraciones nucleares iraníes. Y por cierto, ese mismo espíritu pragmático fue lo que hizo posible los acuerdos alcanzados por Stalin, Roosevelt y Churchill en 1945 para derrotar a Hitler.

Venezuela llega al Consejo de Seguridad no por méritos propios, muy por el contrario, sino a consecuencia de una práctica banal pero muy arraigada en los círculos diplomáticos multilaterales de intercambiar compromiso recíprocos de apoyos, léase votos, para ocupar posiciones políticas o burocráticas en el seno de las organizaciones internacionales. Le correspondía una vez más el turno al bate a Venezuela y era muy difícil seguir postergando su aspiración.

Estar sentado en el Consejo de Seguridad de la ONU le brinda al país la oportunidad de contribuir modestamente, y de un modo constructivo, a la paz y a la seguridad mundial. Venezuela ha estado allí en varias oportunidades y su huella fue muy positiva.

Nunca antes como hoy llegar a esa silla había sido tan polémico y costoso en términos políticos y probablemente financieros. Ese apoyo mayoritario a las aspiraciones de Venezuela ocurre muy a pesar de la imagen de camorrero y altisonante del  gobierno de Maduro, y nadie en la comunidad internacional se hace otras ilusiones al respecto. Se sabe que la capacidad  de la delegación de Venezuela de causar severos daños al funcionamiento de la ONU es prácticamente nula en virtud de su escaso peso específico como nación, de ser un miembro no permanente de esa instancia y de no contar con poder de veto sobre decisiones fundamentales que incumban a ese organismo. Todo el mundo está consciente  que Venezuela llega ahí con el único objetivo de oponerse a todas las iniciativas de los Estados Unidos y sus aliados, y a hacerse eco de los planteamientos de Rusia y China, según sea el caso. Ya Rafael Ramírez lo hizo saber en su declaración ante el plenario de la ONU.  Ni siquiera Estados Unidos se tomó la molestia de presionar a otros países para evitar el ascenso de Venezuela al Consejo de Seguridad como lo hizo en otras oportunidades. Pagará caro su desgano. El funcionamiento administrativo del Consejo se empastelará, la selección de misiones y comisiones de la ONU se retrasará innecesariamente, y los debates se alargarán infructuosamente. Tendrán que soportar  el ruido, la improvisación y piratería, así como la permanente polarización ideológica que hemos soportado los venezolanos durante dieciséis años.

El mundo de hoy enfrenta gigantescos retos que pueden ser abordados más eficazmente mediante acuerdos políticos y de cooperación multilateral: la lucha contra la expansión del ébola y otras pandemias; los conflictos territoriales en el medio oriente, en Ucrania, y en otras regiones; la intolerancia política y religiosa; la erradicación del hambre; la preservación del medio ambiente; el combate al tráfico internacional de drogas; la ayuda al desarrollo. Es una lástima, casi una tragedia, que se haya gastado tanta energía y dinero para llegar a la cima del multilateralismo y, una vez allí, en lugar de contribuir positivamente a la resolución de esos desafíos, el gobierno de Venezuela se dedique, como lo ha hecho en su propio país, a la implosión de la institucionalidad de la ONU, y a obstaculizar los esfuerzos que se despliegan o deberían desplegarse en esa organización para buscarle solución a problemas. Y lo peor, quizás lo más vergonzante, es que ese previsible plan de acción se desarrolle a nombre de una ideología barata, contradictoria y ramplona.

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