En: http://www.lapatilla.com/site/2014/12/18/editorial-el-nacional-aerocolitas-petroleras/
Editorial de El Nacional
Formar parte de la plana mayor de Petróleos de Venezuela comporta
ciertos privilegios que nadie en su sano juicio cuestiona; pero extender
esas prerrogativas a familiares y amigos es, sencilla y llanamente,
peculado de uso.
También lo es confundir la gimnasia con la magnesia y hacer pasar
travesías de placer por viajes de negocios, a fin de disfrutar de
aeronaves, barcos y otras unidades de transporte que Pdvsa destina a
simplificar el traslado de sus funcionarios cuando se les encomiendan
diligencias específicas.
Resulta, pues, un escándalo mayúsculo poner, con fines recreativos,
la flota petrolera a disposición tanto de los altos cargos de la estatal
de hidrocarburos, cuanto de personeros del partido rojo y hasta de
jefecillos de colectivos armados, tal como se desprende de un reportaje
aparecido el martes 16 de diciembre en este diario.
Y no se trata sólo del goce ilícito de bienes del Estado, sino
también de la contratación y arrendamiento, a costos verdaderamente
obscenos, de equipos privados, propiedad, por lo general, de empresas
vinculadas al arrendatario o al contratante.
Una manera de cobrar y darse los vueltos que, por lo visto, es
práctica habitual en los organismos oficiales. Y, cuando leemos los
informes publicados por este diario, imaginamos que quienes se
benefician de estas prácticas deben creer que viven en la Isla de la
Fantasía y que, por ello, pueden disponer cuando les plazca de las
facilidades dispuestas para imprimir agilidad a la gerencia y no para
dar rienda suelta a la voluptuosidad, hedonismo y echonería de
enchufados sin escrúpulos.
Es posible, aunque es poco probable, que el señor Maduro no esté
enterado de esos dolos. Concedámosle el beneficio de la duda; pero
resulta inverosímil que no sepa que por lo menos dos aparatos del parque
de Pdvsa sean utilizados, casi en exclusividad y con harta frecuencia,
por dirigentes del PSUV. Tampoco es creíble que el mencionado señor
ignore el episodio protagonizado, en Brasil, por uno de sus más cercanos
colaboradores y que hizo del conocimiento público la desvergonzada
historia de las “aerocolitas” con niñera incluida.
Estamos frente al más hipócrita de los gobiernos posibles. Su
discurso anticorrupción, sus decretos y organismos para combatirla son
apenas efectos especiales y cortinas de humo para contener la
indignación que produce saber cómo se malversan millones de dólares en
gastos suntuarios, mientras se es avaro con la provisión proveer de
medicinas e insumos a los hospitales; y esa corrupción, que surca los
cielos nacionales e internacionales y aterriza en fincas o sobrevuela
mansiones del sur de Estados Unidos, financiadas con dinero no muy
limpio que digamos, esa corrupción de altura se cohonesta con marchas y
manifestaciones contra una supuesta injerencia imperial en los asuntos
nacionales, a fin de exonerar a perpetradores de delitos de cuello
blanco, contra los cuales pende una espada de Damocles desenvainada por
el Congreso estadounidense.
Duele la podredumbre que corroe al estamento público; pero más duele
la impunidad estimulada por la regencia cívico militar, a objeto de
sustanciar expedientes para, mediante el chantaje, abortar esquinazos y
prevenir sorpresas.
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