LUIS BELTRÁN GUERRA G.
| EL UNIVERSAL
jueves 4 de diciembre de 2014 12:00 AM
La Providencia ofrece a
Venezuela una posibilidad en el 2015 cuando habrá de elegir una asamblea
parlamentaria. Es un desafío para redefinir a la República.
La meta ha de ser elegir a una mayoría con diputados como los que demandan las circunstancias, cuya selección se haga no con los mecanismos tradicionales. Así lo hizo Chávez en sus elecciones. Las consecuencias, generadoras de una innegable apatía a la participación en los procesos electorales.
La Asamblea del 2015 ha de dilucidar a un país sacudido por equivocaciones que han puesto de lado el Acuerdo Societario y Constitucional, mediante el cual los gobiernos civiles se propusieron establecer la democracia y una sociedad moderna. Una República que desarticulamos de aquellos preceptos, es incuestionable que conviene delinear a través de pautas distintas a las que se han manejado. El rediseño de un presidencialismo institucional, mas no personalista, remedios ante la crisis de la representación popular, mecanismos que hagan posible la coordinación entre el poder elegido y quienes lo eligen, la descentralización idónea para el desarrollo armónico que tanto se demanda y el respeto a la alternancia en el ejercicio del poder. Además, alejarnos de la terrible reelección presidencial, castigo a la corrupción y a atender el déficit de la democracia en aras de la dignidad de la persona. Por supuesto, al restablecimiento de la separación de los poderes, cuya vulneración es la ruta para la desnaturalización democrática. Combatir las democracias de origen, electas mediante la adhesión por dádivas de los votos y que se convierten en dictaduras en el ejercicio arbitrario del poder. La literatura política no sabe si son una vertiente del nacionalsocialismo, el neodesarrollismo, el dirigismo, el caudillismo o una mixtura de tales variables.
La misión es limpiar de impurezas a la República que tanto ha costado construir, la cual comenzó por propiciar algo bien importante que los asambleístas de l811 dejaron históricamente escriturado, de que la declaración de los derechos contiene las obligaciones de los legisladores, pero advirtiendo que la conservación de la sociedad pide que los que la componen, conozcan y llenen igualmente las suyas. Qué mandato tan claro para la asamblea parlamentaria del 2015, por lo que deberíamos entender que proseguimos en deuda con la historia y que reclama que la cumplamos.
No son sansones a elegir para imponer las reglas de los más fuertes, pues el compromiso no es corporal. Es más bien de reconsideración de la historia, camino para purgar a la patria de impurezas y el construir la civilidad democrática. En el fondo es un esfuerzo por reconocernos, seguros de que comprenderemos que donde ha de estar el bien hemos colocado el mal, pero que a éste no lo ha sustituido ningún bien, ecuación pendular que ha de corregirse por la reconciliación que la nación exige. No lo pospongamos, pues la anarquía nos bordea, aproximándose cada día más y pareciera que no ponderamos sus consecuencias. A estas alturas identificar al culpable es tarde, resultando preferible acudir a quienes hemos sido, somos y deberíamos ser para alejarnos de la ruta de las sociedades terribles. A los responsables que se les juzgue por el pueblo y la justicia.
No perdamos de vista que un enredo entre la escogencia de candidatos, un gobierno debilitado al máximo, una utopía democrática, una sociedad civil en crisis, partidos políticos que representan a pocos, una corrupción inocultable, entre otras constantes, alimentan esa anarquía potenciando el arbitraje militar ante la pérdida de fe en las instituciones. Unos cuantos, inclusive, civiles, en desesperación lo vislumbran como el camino para poner término a algo que a estas alturas ya gusta poco y a pocos.
Las alternativas ante la crisis pueden ser el rescate de la democracia, la subsecuente sublevación popular ante la anarquía social, o frente a la anomia el privilegio castrense. Ese capítulo que Rómulo Betancourt consideró la pretensión de militares que reclaman como legitima su intervención en la conducción del Estado. La suerte está echada y nos corresponde actuar con prudencia. No parece haber dudas de que esa conducta que potencia las decisiones pavorosas la alimentaríamos, si nos proponemos aplastar al contrario que es innegable que aun cuenta con apoyo popular. El propósito ha de ser más bien el apaciguamiento y no la exclusión.
La Providencia nos ha señalado el camino. El seguirlo nos corresponde. Pareciera no haber dudas de que a ello estamos obligados.
Si éste es el escenario y las expectativas, gente dispuesta a cooperar, con preparación y consustanciada con la democracia se pregunta, ¿pudiéramos ser asambleístas?
La meta ha de ser elegir a una mayoría con diputados como los que demandan las circunstancias, cuya selección se haga no con los mecanismos tradicionales. Así lo hizo Chávez en sus elecciones. Las consecuencias, generadoras de una innegable apatía a la participación en los procesos electorales.
La Asamblea del 2015 ha de dilucidar a un país sacudido por equivocaciones que han puesto de lado el Acuerdo Societario y Constitucional, mediante el cual los gobiernos civiles se propusieron establecer la democracia y una sociedad moderna. Una República que desarticulamos de aquellos preceptos, es incuestionable que conviene delinear a través de pautas distintas a las que se han manejado. El rediseño de un presidencialismo institucional, mas no personalista, remedios ante la crisis de la representación popular, mecanismos que hagan posible la coordinación entre el poder elegido y quienes lo eligen, la descentralización idónea para el desarrollo armónico que tanto se demanda y el respeto a la alternancia en el ejercicio del poder. Además, alejarnos de la terrible reelección presidencial, castigo a la corrupción y a atender el déficit de la democracia en aras de la dignidad de la persona. Por supuesto, al restablecimiento de la separación de los poderes, cuya vulneración es la ruta para la desnaturalización democrática. Combatir las democracias de origen, electas mediante la adhesión por dádivas de los votos y que se convierten en dictaduras en el ejercicio arbitrario del poder. La literatura política no sabe si son una vertiente del nacionalsocialismo, el neodesarrollismo, el dirigismo, el caudillismo o una mixtura de tales variables.
La misión es limpiar de impurezas a la República que tanto ha costado construir, la cual comenzó por propiciar algo bien importante que los asambleístas de l811 dejaron históricamente escriturado, de que la declaración de los derechos contiene las obligaciones de los legisladores, pero advirtiendo que la conservación de la sociedad pide que los que la componen, conozcan y llenen igualmente las suyas. Qué mandato tan claro para la asamblea parlamentaria del 2015, por lo que deberíamos entender que proseguimos en deuda con la historia y que reclama que la cumplamos.
No son sansones a elegir para imponer las reglas de los más fuertes, pues el compromiso no es corporal. Es más bien de reconsideración de la historia, camino para purgar a la patria de impurezas y el construir la civilidad democrática. En el fondo es un esfuerzo por reconocernos, seguros de que comprenderemos que donde ha de estar el bien hemos colocado el mal, pero que a éste no lo ha sustituido ningún bien, ecuación pendular que ha de corregirse por la reconciliación que la nación exige. No lo pospongamos, pues la anarquía nos bordea, aproximándose cada día más y pareciera que no ponderamos sus consecuencias. A estas alturas identificar al culpable es tarde, resultando preferible acudir a quienes hemos sido, somos y deberíamos ser para alejarnos de la ruta de las sociedades terribles. A los responsables que se les juzgue por el pueblo y la justicia.
No perdamos de vista que un enredo entre la escogencia de candidatos, un gobierno debilitado al máximo, una utopía democrática, una sociedad civil en crisis, partidos políticos que representan a pocos, una corrupción inocultable, entre otras constantes, alimentan esa anarquía potenciando el arbitraje militar ante la pérdida de fe en las instituciones. Unos cuantos, inclusive, civiles, en desesperación lo vislumbran como el camino para poner término a algo que a estas alturas ya gusta poco y a pocos.
Las alternativas ante la crisis pueden ser el rescate de la democracia, la subsecuente sublevación popular ante la anarquía social, o frente a la anomia el privilegio castrense. Ese capítulo que Rómulo Betancourt consideró la pretensión de militares que reclaman como legitima su intervención en la conducción del Estado. La suerte está echada y nos corresponde actuar con prudencia. No parece haber dudas de que esa conducta que potencia las decisiones pavorosas la alimentaríamos, si nos proponemos aplastar al contrario que es innegable que aun cuenta con apoyo popular. El propósito ha de ser más bien el apaciguamiento y no la exclusión.
La Providencia nos ha señalado el camino. El seguirlo nos corresponde. Pareciera no haber dudas de que a ello estamos obligados.
Si éste es el escenario y las expectativas, gente dispuesta a cooperar, con preparación y consustanciada con la democracia se pregunta, ¿pudiéramos ser asambleístas?
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