En: http://www.eluniversal.com/opinion/141204/los-laberintos-de-briceno-guerrero
RICARDO GIL OTAIZA | EL UNIVERSAL
jueves 4 de diciembre de 2014 12:00 AM
También murió Briceño Guerrero; muchos lo creyeron inmortal. A su alrededor se conformó todo un halo beatífico que hizo de su figura arquetipo de lo imponderable; de lo inmanente a la condición dionisíaca en el creador. Su palabra fue para muchos (sus fervientes seguidores y admiradores; que no yo) referencia contumaz de lo inabarcable por la razón y la lógica, para erigirse en logos sagrado; arraigado más allá del bien y del mal. Tuvo este hombre la extraña "virtud" de ser considerado (en vida) la medida de lo humanamente alcanzable por la inteligencia, sin que ella (más extraño aún) anidara exclusivamente en la episteme, para internarse sin rubor en los caminos del trasmundo y lo metafísico. La voz de Briceño Guerrero tuvo resonancia entre aquellos que buscaban (y continúan en ello) ahondando en las profundidades del Ser, sin que esto se erigiera en temporalidad para seguir su propio camino (el desprendimiento del "padre" o parricidio), sino que los ataba, los unía para siempre desde una especie de cordón umbilical, de extraña simbiosis, de apetecida logía, hasta hacer de ellos fieles seguidores de una causa posiblemente interminable, y tal vez eterna.
Dejó Briceño Guerrero una densa obra en diversos géneros (filosofía, narrativa, ensayística, filología), siendo sus libros más emblemáticos: Amor y terror de las palabras; América Latina en el mundo; Elogio a la ciudad; La identificación americana con la Europa segunda; El origen del lenguaje; Europa y América en el pensar mantuano; Elogio a la ciudad; Discurso salvaje; Holadios; El laberinto de los tres minotauros; La mirada terrible y Los chamanes de China, entre otros. Por mi condición de secretario de la Academia de Mérida me correspondió asistir a las exequias del pensador, y en medio de los rituales propios de la francmasonería (a la que pertenecía, alcanzando elevado estatus) dije lo siguiente: "fue un esteta de la palabra, a ella se entregó desde muy joven y con el correr de los años buscó desentrañar de lo más profundo del sentir americano, lo propio y lo ajeno, sus raíces mestizas, pero también lo que constituye su esencia y su razón de ser: la magia y la multidimensionalidad inmanentes al hombre y a la mujer de estas tierras. Aunque no era merideño de nacimiento, pronto se enraizó en la ciudad, dedicándole tiempo y esfuerzo hasta dejar sembrada en ella una familia, y lo mejor de su talento".
Conocí personalmente a JM Briceño Guerrero; es más, en compañía de un amigo común (el escritor Alberto Jiménez Ure) lo visité un par de veces en su despacho, ubicado en un conjunto residencial en la entrada norte de la ciudad de Mérida. Tal vez fueron las circunstancias políticas del momento (los turbulentos días del segundo gobierno del Dr. Rafael Caldera), tal vez su propia naturaleza díscola frente a lo que no le interesaba, pero aquellas experiencias vividas, en lugar de acercarme al ya "vaca sagrada" de la Universidad de Los Andes y de la ciudad, me alejaron para siempre. Me molestó su displicencia frente al amigo común, quien armado de grabadora y de libreta de notas porque se disponía a entrevistarlo para un medio universitario (con la anuencia previa del intelectual, quien supuestamente nos esperaba para la tarea), no pudo sacarle una respuesta diáfana y contundente que fijara su posición frente a lo que se vivía para entonces en el país. Ante cada pregunta "comprometedora" el autor guardaba silencio (y cuando hablaba emitía solo monosílabos), lo que obligaba a mi amigo a pasar a la siguiente; y así hasta el final. Salimos del despacho del gran Briceño Guerrero defraudados, indignados por la afrenta. Poco tiempo después nos enteramos por los medios que el Gobierno le otorgaría el Premio Nacional de Literatura. Solo entonces comprendimos muchas cosas.
Empero, a pesar de estos "laberintos" inherentes a la condición humana (de la que el autor era un fiel suscriptor), reconozco en él a un agudo pensador, a un hombre de una cabeza bien amueblada, a un intelectual inquieto, indagador, estudioso y, sobre todo, disciplinado. Me alejo de aquellos quienes lo consideraban un demiurgo y le rendían una veneración rayana con la ciega adulancia (una cuasi-religión). Y como lo expresé en el camposanto en la ocasión de su sepelio: "si bien la certeza de la muerte propia y ajena, nos hace más humanos y nos acerca a los linderos de la reflexión filosófica y metafísica, que tanto amó y cultivó nuestro eximio personaje, no deja de golpearnos hasta la aflicción. Hoy lo lloramos quienes tenemos a la palabra como objeto de culto, como meta académica e intelectual, y como único y posible atajo para la ansiada e incierta posteridad".
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
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