El Tiempo
Valentina Lárez Martiz
La dirigente política
María Corina Machado acude este miércoles a la Fiscalía venezolana,
citada en condición de imputada por su supuesta participación en un
intento de magnicidio contra el presidente Nicolás Maduro.
Unos correos electrónicos, atribuidos a ella y
a otras personalidades venezolanas (todas con orden de captura y
actualmente fuera del país), son la prueba del Gobierno, que la sigue
acusando a pesar de que Google desmintió la autenticidad de los e-mails.
Machado, líder del partido Vente Venezuela y
promotora de un movimiento llamado Congreso Ciudadano, podría quedar
detenida este miércoles. Horas antes de presentarse, habló con EL
TIEMPO.
Venezuela atraviesa un escenario cada
vez más difícil en lo económico y social, con una percepción sobre la
situación que se deteriora cada día. ¿Cree que el Gobierno se juegue su
detención para distraer la atención?
La persecución no es una distracción, es una
política de Estado. La cárcel de los sindicalistas, de Leopoldo López,
de los alcaldes, los tuiteros o de activistas de derechos humanos es una
evidencia de desesperación porque el país avanza aceleradamente hacia
el colapso. El caos ya existe, acaba de haber una masacre, con 41 presos
muertos en Uribana, y no hay una sola respuesta, por ejemplo, ni sobre
la escasez o sobre la situación de los hospitales. El Gobierno cree que
con la persecución puede acallar y hacernos claudicar.
¿Qué cree, entonces, que va a pasar el este miércoles?
Yo estoy muy consciente de la situación de la
justicia en Venezuela. Esta semana se publicó un estudio de 45.000
sentencias y la conclusión es que ni siquiera una favorece a un
particular frente al Estado, o sea que no hay dudas sobre la sumisión
del Poder Judicial al Gobierno. Yo no me engaño, pero en mi caso es un
tema de responsabilidad. ¿Cuál es la opción a esta hora? ¿Callar, huir?
La única opción es luchar, sobre todo ahora que estamos tan cerca. Por
eso voy a la Fiscalía, el Gobierno está en su punto de mayor debilidad.
¿De qué estamos cerca? El consenso generalizado es que la salida debe ser electoral y no de otro tipo.
Y esa es la salida que estamos impulsando,
pero las elecciones no se dan solamente cuando al régimen le dé la gana.
Si uno denuncia que hay violación de los derechos humanos, de la
libertad de expresión, desconocimiento de la propiedad, ausencia de
Estado de derecho, la conclusión es que hay una dictadura. ¿Y cómo se
combate? Los demócratas lo hacemos utilizando las formas de lucha
democráticas contempladas en la Constitución, incluyendo las elecciones.
Hacerle entender a Maduro que la mejor salida para todos, y para ellos,
es que comencemos una transición a través de elecciones después de su
renuncia, porque él es el caos.
Personalmente, ¿cómo maneja la posibilidad de enfrentar la cárcel con este Poder Judicial?
Yo no visualizo que voy presa, nadie puede
hacerlo. En lo personal, lo más duro es hablar esto con mis hijos, con
mis padres y con la gente a la que le duele esa posibilidad, y a todos
les repito: aquí no hay delito, todo el mundo lo sabe. El Gobierno lo
sabe. No tienen pruebas de nada. Tratan, al mejor estilo cubano, de
buscar castigos ejemplarizantes para disuadir, pero en la Venezuela de
hoy, con lo que hemos sufrido y aprendido, un ataque así lo que hace es
potenciar la voz.
¿Siente miedo de quedar detenida?
Más miedo me da pensar que Venezuela pueda
seguir en esta dirección, me da terror y nos debe dar terror a todos.
Cada día se siente la destrucción del país, cada día asesinan a 50
venezolanos. Leemos cosas como que un bebé falleció dormido en su casa
porque lo mató una bala perdida, ¿entonces de qué estamos hablando? De
colectivos que desafían a la Fuerza Armada, de la presencia de
narcotráfico y crimen organizado en el corazón de Venezuela. Por eso
hago un llamado, no solo a los ciudadanos venezolanos, sino a los
gobiernos y jefes de Estado: Venezuela está avanzando más allá de un
Estado fallido, es hoy un Estado mafioso.
Usted tiene historia de trabajo social
con la organización que creó para atender a niños de la calle y con
Súmate, pero ¿cuándo decidió entregarse a la política de este modo?
Casualmente hablaba de eso con mi papá. Pienso
que mi abuela fue la que sembró en mí este amor y responsabilidad hacia
Venezuela; nieta de Eduardo Blanco, autor de un libro que se llamó
Venezuela heroica, yo crecí muy consentida por ella y sus historias.
Ella me hizo sentir esa responsabilidad enorme, pero como una semilla.
Yo soy de una generación que creció rechazando la política, y lo último
que pensaba es que me dedicaría a ella. De hecho, estudié ingeniería,
finanzas corporativas, pero sí hubo un hito que cambió mi planificación y
fue cuando iba a dar a luz a mi primer bebé.
Visité el Instituto Nacional del Menor y fue
indescriptible. No sé si era porque estaba embarazada y uno se pone
sensible, pero ver niños abandonados encerrados junto con otros que
habían cometido crímenes, en un ambiente degradante, de un olor
indescriptible, eso cambió mi perspectiva. Llegué a mi casa, llamé a mi
jefe y renuncié.
¿Cómo ha sido la reacción de su familia cuando la dedicación a la política empezó a tomar más tiempo y riesgos?
Yo le doy gracias a Dios por mis hijos y por
cómo mi mamá y mis hermanas han sido también mamás de mis hijos en los
momentos duros, que han sido muchos. Sé que mi mamá se ha tragado
lágrimas para consolar a mis hijos cuando no he estado y eso es algo que
uno no se perdona nunca. Ha habido momentos con cada uno de ellos, pero
recuerdo, en el 2005, cuando trabajaba en la fundación Atenea, que nos
amenazaron con detenernos en Barinas.
Supe que tuvieron que atender a mi hijo, que
lloraba en el colegio porque otros niños le dijeron que me iban a meter
presa. Yo me quería morir, creí que había aislado a mis hijos
escondiéndolos de las noticias, pero después de eso me comprometí a
contarles todo. Años después tuve que mandarlos a dormir en casa de sus
abuelos porque había peligro de que allanaran la casa. Cuando me
fracturaron la cara, mi hija se convirtió en mi enfermera; mi hijo
menor, Enrique, estaba furioso, pero convertimos su rabia en compasión.
Ha sido duro para todos, pero estamos juntos y sólidos como familia.
¿Qué otras cosas ha debido cambiar en su vida para asumir esta posición política?
Yo me niego a cambiar mi vida. Cuando me
grabaron la conversación con el profesor (Germán) Carrera Damas (charla
privada en la que ella se queja del Gobierno en términos coloquiales y
duros) y la publicaron por la televisión estatal toda cortada y editada,
cuando llegué ese día mi hijo me empezó a hablar bajito, como
escondido, temeroso. Le pedí que más nunca lo hiciera, yo lo crié como
un ciudadano libre y eso no puede cambiar. Jorge Rodríguez (actual
alcalde del municipio Libertador, de Caracas) un día publicó en las
redes sociales mi número de celular y al día siguiente tuve 1.750
llamadas de amenazas. El teléfono se descargaba cada hora y media y lo
volvía a cargar. Todo el mundo me decía “pero cambia el número”, y no,
no lo cambié. Tengo 30 años con ese número y no lo cambié. Recibí
amenazas de muerte contra mí, contra mis hijos, pero las batallas
empiezan en el espacio más íntimo.
¿Qué caminos reales tiene la oposición para tener una lucha exitosa con una institucionalidad tan débil?
Las luchas que se han ganado en el mundo son
aquellas en las que la gente se ha dado cuenta de la fuerza de su voz.
La democracia está profundamente arraigada en el espíritu de los
venezolanos. Más del 80 por ciento de nosotros dice que el tiempo de
Maduro se acabó, no solo por los huecos en las calles o por la
inflación, sino porque tenemos una nueva conciencia de la dignidad,
sobre todo ante el enorme cinismo con que responde el Gobierno a los
problemas.
El 14 de abril tuvimos una victoria electoral,
pero no logramos la victoria política porque funciona al revés, por eso
es tan urgente movilizarnos, denunciar. A mí me persiguen no solo
porque pido la renuncia de Maduro, sino porque estamos avanzando en la
organización ciudadana. Hemos fortalecido una estructura nacional que
vincula liderazgos políticos con los sociales. Hay mucha valentía y
claridad en lo que tenemos que hacer.
También se percibe resignación. En las
filas para comprar comida es muy poca la gente que se queja, parecen
aceptarlo como una forma de vida.
Ese es el mayor riesgo de todos y lo que el
régimen busca intencionalmente. Una de las cosas que más apagan a la
gente es cuando no tiene referentes de lucha y por eso la censura
mediática que vivimos es tan perversa, porque hace sentir al ciudadano
que está solo y no tiene opción. Por eso es tan importante que se sepa
la verdad, y la verdad es que en Venezuela hay protestas todos los días,
en todos los rincones. La verdad es que somos una mayoría enorme, y no
tengo dudas de que el cambio va a ocurrir en Venezuela. Esta persecución
es señal de debilidad, no de fortaleza.
Dice que cada vez que disminuye la atención internacional aumenta la represión.
No hay relación más importante para Venezuela
que la que tiene con Colombia, porque, así como fue en el pasado, el
futuro es el mismo. No puede haber paz sostenible en Colombia si no hay
democracia sostenible en Venezuela; y mientras existe un régimen que
ampara el narcotráfico, la guerrilla y el paramilitarismo en Venezuela,
la paz en Colombia tampoco será sostenible. No hay gobierno democrático
en el mundo que tenga mejor información de lo que hace el régimen
venezolano que el gobierno colombiano. Por eso, en esta hora mi mensaje
es a los ciudadanos, a que nos acompañen en esta lucha.
Con lo que Maduro ha demostrado que es, la
indiferencia por lo que aquí ocurre y lo que vivimos solo puede ser
calificada como complicidad.
VALENTINA LARES MARTIZ
Corresponsal de EL TIEMPO
Corresponsal de EL TIEMPO
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