Fermín Lares
Todo lo que respecta a Diosdado Cabello tiene demasiadas aristas.
La más reciente está dividida en dos: por un lado, las supuestas
investigaciones que realiza la DEA y dos oficinas de la Fiscalía General
norteamericana sobre su presunta participación en operaciones de narcotráfico,
según noticias aparecidas en ABC, de España, en The Wall
Street Journal y en The New York Times; y por el otro, la
información sobre la publicación de esas noticias en los medios
venezolanos, El Nacional, Tal Cual y La Patilla,
que dio lugar a que el presidente de la Asamblea Nacional iniciara una acción
judicial contra los directivos de estos medios, prohibiéndoles incluso la
salida del país.
Con todo lo grave que es la segunda parte de esta arista, que se refiere
al deseo de evitar que se revele un hecho innegablemente noticioso, como lo fue
la publicación en medios extranjeros de que el presidente de la Asamblea
Nacional de Venezuela está siendo investigado por allá en el imperio, esta
segunda parte no deja de ser una distracción sobre la primera. Si lo que dicen
los medios internacionales, especialmente los norteamericanos, fuera verdad, el
asunto sería monumental, mucho más ahora cuando el presidente de la Asamblea
Nacional ha recibido apoyos explícitos e incondicionales del presidente Maduro,
de la mayoría chavista de la Asamblea y hasta del Tribunal Supremo, que actuó
más como un brazo del PSUV que como un órgano imparcial de administración de justicia,
al cual pudiera llegarle algún día el caso Cabello.
De Cabello se rumoran muchas cosas desde hace tiempo en las calles de
Venezuela, cosas difíciles de verificar; imposible, si se quiere, pero que
apelando a la sabiduría popular, llevan a uno a pensar que si el río suena es
porque piedras trae. Se dice, por ejemplo, que hoy día Cabello es uno de los
hombres más ricos de Venezuela, supuestamente enriquecido mediante el uso y
abuso del poder. A ciencia cierta, no lo sabemos. Tendrá razón él cuando pide
que se lo prueben.
Se dice, y esto pudiera ser más comprobable, que tiene tanto o más poder
que Maduro, por la ascendencia que tiene entre los militares, no solo los
generales, sino entre oficiales de más bajo rango, que comandan tropas. El
mismo reportaje de The Wall Street Journal que señala a
Cabello como investigado por la DEA cita a un coronel retirado que lo conoce
desde sus días en la Academia Militar y que asegura que el parlamentario tiene
lazos estrechos con 46 de los 96 tenientes coroneles actualmente a cargo de
batallones en Venezuela.
Nunca se había mencionado entre corrillos que Cabello estuviera ligado a
operaciones de narcotráfico. Eso es nuevo. Comenzó con lo publicado por el
corresponsal de ABC en Washington, Emili J. Blasco, reproducido
por El Nuevo Herald, de Miami, en enero de este año. Blasco dijo –y
lo repite en su libro Búmeran Chávez– , que un escolta de Diosdado,
anteriormente custodio de Chávez, como miembro de la Casa Militar, contó haber
visto a Cabello “dar órdenes directas para la partida de lanchas cargadas con
toneladas de cocaína” desde Venezuela. The Wall Street Journal dio
una versión similar acerca de esta misma situación, atribuida a Leamsy Salazar,
capitán de corbeta venezolano que desertó y estaría dando declaraciones en
Washington. Este lunes, The Washington Post se hizo eco en sus
páginas editoriales de las investigaciones federales norteamericanas contra
Cabello.
En lo político, Diosdado es un tipo radical, duro, agresivo, que no
masca en llamar fascistas a sus oponentes; una más que clara huida hacia
adelante, en su caso. ¿Cómo se puede llamar a la negativa de Cabello de
conceder el derecho de palabra en la Asamblea a los diputados de oposición hace
dos años, si no reconocían, antes de hablar, a Maduro como presidente de la
República? Más aún, cuando los diputados opositores hacían bulla con pitos y
vuvuzelas, porque no los dejaban hablar, sus colegas chavistas los agredieron a
golpes, con especial énfasis contra las diputadas María Corina Machado, a quien
patearon en el suelo, y Nora Bracho, además de Américo de Gracia, quien trataba
de proteger a la parlamentaria Dinorah Figuera; Julio Borges, a quien le
dejaron un ojo morado; William Dávila, a quien le partieron la cara; Julio
Montoya e Ismael García. Con la tángana en vivo, Cabello pretendía continuar la
sesión como si nada. Pluralidad y civilismo en flor. Olvídense de algún europeo
camisa negra.
Casi un año después, Cabello ordenó despojar a María Corina Machado de
su investidura parlamentaria, por haberse sentado en la OEA en la silla
concedida por Panamá para denunciar las persecuciones contra dirigentes de
oposición en Venezuela. Por esos días, el chavismo había anunciado su intención
de allanarle la inmunidad parlamentaria a la diputada Machado, mediante denuncia
en la Fiscalía, acusándola de fomentar la violencia a través de las famosas
manifestaciones de febrero que llevaron a la cárcel a Leopoldo López. Con la
intervención de María Corina Machado en la OEA, el proceso fue expedito.
Diosdado la destituyó de inmediato. “Según sus actuaciones y acciones, la
señora Machado dejó de ser diputada”, sentenció Cabello y el Tribunal Supremo
avaló independiente y democráticamente su decisión.
Lo último en materia parlamentaria por parte del presidente de la
Asamblea fue su imposición, democrática siempre, de impedir que los miembros
venezolanos del Parlamento Latinoamericano sean elegidos por quienes van a
decir representar. ¿Para qué dejar al pueblo expresar su voz si nosotros,
demócratas insignes, podemos decidir eso?, habrá pensado Diosdado. Esta vez la
voluntad del líder fue avalada por el Consejo Nacional Electoral, otro poder
del Estado autónomo e insospechadamente independiente. Democracia a borbotones.
La situación política, económica y social venezolana está tan crítica,
sin asomos de querer acomodarla por parte de Maduro, que hay quien ha
especulado que las situaciones conflictivas creadas por Diosdado Cabello, como
la de la guerra contra los medios de comunicación independientes, buscan
dificultar el mandato del presidente de la República, ya entrampado
ideológicamente, para Diosdado surgir como alternativa. La cosa luce más bien
des-Cabellada, pero quién sabe. Uno no le ve ni pies ni cabeza a lo que pasa en
el país.
Lo otro que es válido preguntarse es qué se traen entre manos los
norteamericanos. No porque uno crea que hay una conspiración imperial contra
Venezuela, a la cual se sumaría ahora el viejo imperio colonial español. El
esfuerzo por restablecer relaciones con Cuba, y las que desde hace tiempo
tienen con China y Vietnam, demuestran que Estados Unidos ha aprendido a
convivir en la aldea global con regímenes comunistas, siempre y cuando, claro
está, no atenten abierta y directamente contra sus intereses. Y eso es
completamente entendible.
China es hoy un importantísimo socio comercial de los norteamericanos,
con Vietnam hay más que relaciones amistosas, las hay comerciales y de franca
reconciliación, y con Cuba, a cada rato dice la señora Jacobson, y también su
contraparte cubana, que hay que trabajar sobre la base de 50 años de
desconfianza que habrá que superar.
El caso venezolano es el de un sistema económico y político que promueve
y sustenta la corrupción y la impunidad, a niveles milmillonarios en dólares,
por arriba, y en cifras de miles de muertos al año, por debajo. ¿Y sobre qué
base se sustenta este sistema? ¿Quién lo mantiene en pie? ¿Los patriotas que de
la boca pa’ fuera vociferan contra el imperialismo y después le tienen miedo al
cuero, como en el caso de Guyana?
Creo que la respuesta
está precisamente en las listas publicadas con Chávez vivo por el Departamento
del Tesoro de Estados Unidos, en a quiénes les fueron congeladas sus cuentas y
haberes en el imperio, antes y ahora, y en la búsqueda de posibles cómplices.
Esos son quienes no quieren una buena relación política con el primer socio
comercial de Venezuela. Es por ahí por donde van los tiros.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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