Uno podría pensar que en un
sistema político presidencialista, la fuerza del Parlamento es limitada
LUIS VICENTE LEÓN
Uno podría pensar que en un sistema político presidencialista, la fuerza del Parlamento es limitada y el Presidente puede gobernar sin grandes cambios y negociaciones, pese a tener un Congreso en contra. El triunfo de la oposición sería relevante en cuanto al espaldarazo que recibe políticamente, pero no pasaría gran cosa en términos del balance de poder a corto plazo. Sin embargo, creo que eso sería subestimar el impacto de ese evento.
Primero que todo, el Parlamento tiene algunas funciones fundamentales para el ejercicio del poder. No me refiero a su función legislativa convencional, importante pero susceptible a ser restringida temporalmente por una ley habilitante que la Asamblea actual podría dejarle de regalo de salida al Presidente para castrar al nuevo Parlamento. Pero hay algunos elementos que no se pueden habilitar. Me refiero, por ejemplo, a la aprobación del presupuesto nacional. ¿Se imaginan un Parlamento opositor que le exige al gobierno la presentación de un presupuesto equilibrado, parando en seco la guachafita de los créditos adicionales y la creación de dinero de monopolio para cubrir la matraca de déficit fiscal que genera el modelo de control de cambio?
¿Qué pasa si el gobierno se niega a racionalizar el presupuesto y a reestructurar la economía y se quiere baypasear al Congreso y le pide al TSJ que le deje usar el presupuesto que él quiera sin pasar por la aprobación del Parlamento?
Un escenario sería que el Parlamento interprete esto como un conflicto institucional ilegal y decida usar la jurisprudencia que ese mismo TSJ creó el año pasado, al dejar que el chavismo nombrara magistrados y miembros de los otros poderes con mayoría simple, rompiendo la tradición histórica y el espíritu de la Constitución. Pero lo que es igual no es trampa y el Congreso puede iniciar un proceso de destituciones y nuevos nombramientos institucionales. Y con esto entra el país en un merequetén que puede incluir hasta la destitución del mismo Parlamento por parte del Presidente, pero en un ambiente caracterizado por su reciente derrota en las elecciones y fuertes tensiones internas que pueden fracturar su grupo de soporte. Basta recordar el comportamiento del TSJ opositor a Chávez recién electo, repleto de eminentes dirigentes que lo adversaban, cuando frente a la pérdida de poder de quienes los habían colocado ahí en el pasado y el reconocimiento del nuevo poder de Chávez decidieron aprobarle su solicitud para realizar una Asamblea Nacional Constituyente, que no existía en nuestra Constitución, pero que le entregaron en bandeja de plata pensando que con esto salvarían su pellejo intercambiándolo por el del Congreso de la época. El resultado fue que no quedó ninguno de los dos. El aprendizaje que queda de esa experiencia es que el poder político es abstracto y suele resquebrajarse cuando se hace evidente frente al país que ya no eres lo que la gente creía que eras.
Esto no significa que una elección parlamentaria sacaría al gobierno del poder. Pero si significa que ese gobierno tendrá grandes presiones para dialogar, negociar, remendar y cambiar para poder mantener la gobernabilidad. Y su futuro electoral estará comprometido. Algo que preparará la mesa a la natural alternancia electoral futura que debe nutrir a la democracia.
Vía El Universal
Que pasa Margarita
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