FÉLIX
SEIJAS RODRÍGUEZ
Si a las personas se les presentan solo dos opciones, oficialismo y
oposición, la última casi duplica a la primera en intención de voto. Si se
ofrece una tercera opción -no asociada con ninguna de las dos primeras-, el
oficialismo mantiene relativamente estable su nivel de intención de voto
mientras que la oposición ve desvanecer cerca de 15%. ¿Por qué ocurre esto?
Alrededor de 20% de las personas que declaran votar por la oposición lo
hace buscando la única alternativa al oficialismo que conocen, sin estar
convencidos de que ello sea algo bueno. Esto tampoco quiere decir que si
aparece una tercera opción ellos migrarían su voto hacia ella. Para que sea
así, tal alternativa tendría que representar algo en lo que ellos vieran
reflejadas sus aspiraciones. Esto pudiese o no ocurrir en algunos circuitos, el
riesgo está ahí, así como también está la posibilidad de que estos “no
convencidos” se abstengan. ¿Por qué estos venezolanos no terminan de ver a la
oposición como la alternativa ideal?
Debemos partir del hecho de que la mayoría de estas personas, en algún
momento del pasado reciente o lejano, simpatizaron con el exmandatario Hugo
Chávez. El haber militado en aguas de simpatía chavista supone que estuvieron
sometidos a un discurso que constantemente satanizaba a las fuerzas opositoras,
y en cuyo saco caía todo lo que no se plegara a la voz de mando gubernamental.
Esto en sí mismo marca una barrera “natural” para que estos votantes puedan
percibir a la oposición como algo bueno. Hablamos de una muralla que solo la
misma oposición puede derribar. ¿Por qué la barrera no termina de caer?
Por un lado tenemos que una parte de estas personas recién se
“desprende” del oficialismo, y apartarse de algo para correr a la acera
contraria no es algo común. Ese proceso requiere de cierto tiempo, así como de
ciertas condiciones que permitan al elector percibir a la oposición como el
lugar donde sus aspiraciones se pueden materializar. Es allí donde se
encuentran las trabas para derrumbar los obstáculos que separan a esos votantes
de la opción que ofrece la MUD. ¿Qué cosas harían percibir a la oposición como
merecedora de la confianza de la gente?
Primero: las personas, en particular aquellas que estaban acostumbradas
a una sola voz de mando como ocurría con Hugo Chávez, necesitan percibir
cohesión, sincronía, unidad. Si bien es natural que una coalición habitada por
tantos factores con distintos ritmos cardíacos muestre diferencias en algunos
aspectos, y que el simple hecho de conducir tal embarcación en aguas tan
delicadas constituye en sí un esfuerzo digno de admiración, las desavenencias
que esta agrupación ventila en público son percibidas como síntomas de desunión
y muestras de egoísmo al servicio de agendas ocultas de quienes la conforman.
La lectura final que estas personas hacen es que la oposición no está preparada
para conducir el país.
Segundo: una de las características que definen a las personas que
integran el grupo de los “no convencidos” es el cansancio ante la diatriba
política. A ellos les repele olfatear lo que definen como “peleadera”. No
importa de qué bando venga, al escuchar un discurso que se base en atacar al
otro por medio de críticas u otra forma, se cierran de manera automática
desplegando un escudo que no cederá. Para ellos, estos son actos mezquinos
donde aparecen de nuevo las agendas ocultas demostrando que “todos son iguales”
y en los que hay un solo perdedor: el pueblo. Las personas necesitan escuchar
que se habla de propuestas, de soluciones, sin percibir otro interés que el
beneficio colectivo. Entonces, el escudo se desvanece.
Por último: el líder. Uno de los atributos más asociado a la idea de
“unidad” es la presencia de un líder. Sin líder no hay unión, solo grupos en
pugna. Esta es otra característica a la que están acostumbrados quienes vienen
del oficialismo y más allá; el caudillismo persiste en nuestra psique social.
En las últimas campañas electorales la oposición logró posicionar la figura de
Capriles Radonski como el líder de la unidad, que quizás gustaba mucho a unos y
poco a otros, pero estaba ahí, existía y era el punto de referencia. Sin
embargo, ha transcurrido poco más de un año en que esta imagen cedió y la
oposición se ha conducido sin una figura clara de liderazgo. Coincido con
quienes sostienen que el amor al caudillo es algo que debe cambiar en nuestra
sociedad, pero lo cierto es que tal cambio aún no se ha dado y las estrategias
electorales de hoy deben montarse sobre realidades presentes. El cómo se
presenta la figura de un líder es un tema para el debate. Podría no tratarse de
una sola persona.
El mercado electoral
está ahí, es amplio y complejo. La estrategia para ganarlo constituye un reto
para ambas fracciones. Cada una debe trabajar por hacerse de lo conquistable y
neutralizar lo perdido. La oposición parte con ventaja, es cierto, pero las
características propias de una elección parlamentaria y las realidades del país
en el que hoy vivimos mantienen más de una puerta abierta.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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