Monday, May 25, 2015

Muerto para siempre

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No hay justificación para no cumplir. ¡Debemos votar! Hay que dejarse de exquisiteces y de pendejadas absurdas.

Algunos prefieren abstenerse porque tal o cual candidato no es simpático, o porque alguno, en cierta ocasión, apoyó al gobierno, o por cualquier otra razón. ¡Ni se les ocurra! ¡Venezuela está en emergencia!

Nunca entenderé cómo existen abstencionistas, egoístas e irresponsables, que no comprenden que, por culpa de ellos, todos nos vamos a joder muchos años más. ¿Será que no tienen familia que les duela?

En Venezuela viene un tsunami que no es silencioso y que hará temblar a estos fascistas izquierdosos de derecha que nos desgobiernan. ¡Lo que viene es grande! ¡Muy grande! Todo lo que pase dependerá de nosotros. En algunos casos, deberemos hacer de tripas corazón y votar por candidatos unitarios. Repito: no hay tiempo de ser exquisitos.

Lean esta historia que escribí años atrás:

Con mi familia abordé un barco piloteado por un capitán. Muchos ignorábamos que era brutísimo y demente. Dicho capitán, bajo el chantaje y el terror, logró que marineros ingenuos le obedecieran como miembros de una secta. Constantemente, atropelló los derechos de los pasajeros que un día, esperanzados, subieron a ese barco. A diario, amenazó con tirar por la borda a quienes protestaban y no se doblegaban a sus designios. Invadió camarotes y restringió alimentos. Además, por falta de mantenimiento, el barco estaba sucio y a cada rato se quedaba sin luz y sin agua. Como si esto fuera poco, cada treinta minutos, el capitán, en delirio, hablaba por el altoparlante durante horas. Para empeorar la situación, el mar estaba picado y chocamos contra un iceberg.

El barco se hundió. Había botes salvavidas de diferentes colores. No tuve tiempo de escoger mi color preferido. Debía salvar a mi familia.

De uno de los botes estiraron una mano. Casi ahogado me di cuenta de que el antipático del camarote del lado izquierdo, a quien tanta rabia le tenía, era quien quería salvarme.

Desde otro bote, me lanzaron una cuerda con un salvavidas. Me aferré a él. Cuando iba a ponérmelo en el cuello, me di cuenta de que era del insoportable del camarote de mi derecha. Solté la cuerda.

Caía la noche. Estaba solo. No sabía nada de mi familia. A duras penas sobreviví. La hipotermia invadió mi cuerpo. Estaba con el agua al cuello. Moriría a menos que me salvara alguien simpático y en un bote con mi color preferido.

Ahora, por mi culpa, estoy muerto para siempre.

Vía El Nacional
Que pasa Margarita

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