No hay
justificación para no cumplir. ¡Debemos votar! Hay que dejarse de exquisiteces
y de pendejadas absurdas.
Algunos
prefieren abstenerse porque tal o cual candidato no es simpático, o porque
alguno, en cierta ocasión, apoyó al gobierno, o por cualquier otra razón. ¡Ni
se les ocurra! ¡Venezuela está en emergencia!
Nunca
entenderé cómo existen abstencionistas, egoístas e irresponsables, que no
comprenden que, por culpa de ellos, todos nos vamos a joder muchos años más.
¿Será que no tienen familia que les duela?
En
Venezuela viene un tsunami que no es silencioso y que hará temblar a estos
fascistas izquierdosos de derecha que nos desgobiernan. ¡Lo que viene es
grande! ¡Muy grande! Todo lo que pase dependerá de nosotros. En algunos casos,
deberemos hacer de tripas corazón y votar por candidatos unitarios. Repito: no
hay tiempo de ser exquisitos.
Lean esta
historia que escribí años atrás:
Con mi
familia abordé un barco piloteado por un capitán. Muchos ignorábamos que era
brutísimo y demente. Dicho capitán, bajo el chantaje y el terror, logró que
marineros ingenuos le obedecieran como miembros de una secta. Constantemente,
atropelló los derechos de los pasajeros que un día, esperanzados, subieron a
ese barco. A diario, amenazó con tirar por la borda a quienes protestaban y no
se doblegaban a sus designios. Invadió camarotes y restringió alimentos.
Además, por falta de mantenimiento, el barco estaba sucio y a cada rato se
quedaba sin luz y sin agua. Como si esto fuera poco, cada treinta minutos, el
capitán, en delirio, hablaba por el altoparlante durante horas. Para empeorar
la situación, el mar estaba picado y chocamos contra un iceberg.
El barco
se hundió. Había botes salvavidas de diferentes colores. No tuve tiempo de
escoger mi color preferido. Debía salvar a mi familia.
De uno de
los botes estiraron una mano. Casi ahogado me di cuenta de que el antipático
del camarote del lado izquierdo, a quien tanta rabia le tenía, era quien quería
salvarme.
Desde
otro bote, me lanzaron una cuerda con un salvavidas. Me aferré a él. Cuando iba
a ponérmelo en el cuello, me di cuenta de que era del insoportable del camarote
de mi derecha. Solté la cuerda.
Caía la
noche. Estaba solo. No sabía nada de mi familia. A duras penas sobreviví. La
hipotermia invadió mi cuerpo. Estaba con el agua al cuello. Moriría a menos que
me salvara alguien simpático y en un bote con mi color preferido.
Ahora, por mi culpa, estoy muerto
para siempre.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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