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Antonio Sánchez García
A la gansterización de la política suele acompañarle, como natural
correlato, la gansterización de la justicia. Tanto, que regimentados, no
existe la una sin la otra. Es más: arrastradas por la furia del
totalitarismo o el despropósito dictatorial de sus caudillos, las
sociedades quebrantadas en su esencia moral encuentran la connivencia
perfecta entre el gángster que maneja el Estado y el gángster que maneja
la Justicia: no dos figuras siniestras que se duplican en el espejo del
terror dictatorial, sino dos entidades totalmente subordinadas al mismo
sujeto. Es cuando el caudillo es Jefe del Estado y Juez Supremo.
No inventamos nada. Empujado por las presiones brotadas desde el
ejército alemán, con el que contaba para apoderarse del planeta, pues
según sus delirios Alemania era demasiado pequeña para la grandeza de
los alemanes, Adolf Hitler, el epitome del caudillo y el arquetipo del
tirano, ordenó neutralizar las SA, sus tropas de asalto al mando de
Ernst Röhm, un homosexual, como gran parte de su estado mayor y buena
parte de la dirigencia nazi, nacido del seno bolchevique, que insistía
en fortalecer el lado socialista y arrinconar al lado nacional de la
fórmula nacionalsocialista. Cultivado en el humus de la revuelta, el
caos y la disgregación, sus tropas habían crecido hasta competir
exitosamente con los ejércitos prusianos: mientras éstos apenas
superaban los cien mil hombres, la SA ya contaba con millones de
adherentes. El Ejército, la aristocracia y el empresariado decidieron
ponerle la proa y condicionar su respaldo al Führer a cambio del
exterminio de las SA. Por así decirlo: los colectivos del Führer.
Terminando sus primeros cinco meses de gobierno y con el país a sus
pies y las instituciones en sus bolsillos, Hitler obedeció el mandato y
la noche del 30 de Junio inició una siniestra jornada llamada “La noche
de los cuchillos largos”, sorprendiendo a la oficialidad de sus SA que
se aprontaban a celebrar un congreso, asesinándolos sin más miramientos.
Para mayor legitimación del bárbaro asalto, Röhm y muchos de los suyos
celebraban en el hotel en que se alojaban a la espera de su congreso sus
orgías habituales ante el asco y el asombro de Hitler, que pilló a su
amigo y cercano colaborador durmiendo con uno o varios esbeltos
representantes de la raza aria.
No satisfecho con dictar justicia de manera directa y ordenar el
asesinato masivo de quienes le estorbaban sus propósitos sin recurrir a
ninguna instancia judicial, el Führer fue más lejos: dictó
jurisprudencia. Tal como lo escribiese el jurisconsulto coronado del
nacionalsocialismo, Carl Schmitt, en un polémico ensayo titulado El
Führer defiende el Derecho: “El Führer está defendiendo el ámbito del
derecho de los peores abusos al hacer justicia de manera directa en el
momento del peligro, como juez supremo en virtud de su capacidad de
líder. El auténtico líder siempre es también juez. De su capacidad de
líder deriva su capacidad de juez.” No hacía más que comentar las
propias declaraciones de Hitler, quien en un Congreso Nacional de
jurista alemanes declararía poco después: “En ese momento yo era el
responsable del destino de la nación alemana y por ende el juez supremo
del pueblo alemán.”
Desde luego, al señalarlo encontró el aplauso unánime de las más
altas instancias jurídicas de la Alemania nazi. Que conscientes de su
nula importancia y significación al lado del caudillo, el Führer y Dios
de todos los alemanes a quien se debían, corrieron a respaldar su
afirmación. A ningún miembro de la Corte Suprema de Justicia se le
hubiera siquiera ocurrido cuestionar su afirmación: todos lo
respaldaban, perfectamente conscientes de que era un asesino serial, un
genocida, un delincuente que llevaba su país a los abismos. En esos tres
días de junio y julio de 1933 el responsable del asesinato de ese más
de un centenar de dirigentes nazis no procedía en calidad de un simple
ser humano, susceptible de cometer un crimen. Y castigado por ello.
Hitler estaba por encima de cualquier ordenamiento jurídico. Dice Carl
Schmitt, el más destacado especialista en derecho constitucional de la
Alemania del Siglo XX: “Dentro del espacio total de aquellos tres días
destacan particularmente las acciones judiciales del Führer en las que
como líder del movimiento castigó la traición de sus subordinados contra
él como líder político supremo del movimiento. El líder de un
movimiento asume como tal un deber judicial cuyo derecho interno no
puede ser realizado por nadie más. En su discurso ante el Reichstag, el
Führer subrayó de manera expresa que en nuestra nación sólo existe un
portador de la voluntad política, el Partido Nacionalsocialista.” No
necesitó explicar Schmitt que, en rigor y en toda circunstancia, el
Partido Nacionalsocialista era el propio Hitler. Nadie más.
¿No es del caso afirmar que en tales circunstancias, cuando en una
sociedad la justicia renuncia a ejercer sus deberes y obligaciones
rindiéndose ante los otros poderes, limitándose simplemente a legitimar
todas sus acciones, sin importar la naturaleza criminal de las mismas,
se ha consumado la gansterización de la justicia?
@sangarccs
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