MIGUEL BAHACHILLE M.| EL UNIVERSAL
lunes 2 de diciembre de 2013 12:00 AM
En la desaparecida Unión Soviética era común, como fatalidad cultural, hacer colas en comercios, por supuesto regentados por el Estado, para hacerse de productos de primera necesidad como hortalizas, frutas y algo de carne. Llamaba la atención de visitantes extranjeros las largas hileras de gente en ventanillas de licorerías con frente hacia las aceras para hacerse de un trago. Para ingerir el segundo, el interesado debía regresar al final de la fila y esperar un nuevo turno mientras engullía el primero.
Más allá de cualquier escena anecdótica que refleje el fracaso de un sistema político, se destaca el fenómeno del conformismo pasivo; aquel que irremisiblemente lleva al estancamiento, mediocridad y, por ende adaptación a "cualquier circunstancia" con resignación. La acción bárbara suscitada por Maduro contra comercios de electrodomésticos, además de estimular el bandalaje, tiene la clara intención de esconder lo sustantivo: las penosas hileras del pueblo para comprar un paquete de leche. Ello sí ofende y condena al vecino a concernir con el infortunio. El premio Nobel Elías Canetti inscribiría estos tumultos dentro de lo que denominó en su libro, Masa y Poder, como las masas uniformes.
Cuba lleva 50 años aletargando al pueblo so pretexto de "preservar la dignidad" ante el ultraje imperialista. En otras palabras, colas como gravamen cultural. No existe peor agravio que ser sometido por la fuerza al conformismo pues ello implica crear una sociedad sin ambiciones; sin carácter ni personalidad.
Maduro pasará a la historia por presidir un gobierno que instauró la rutina de las colas, pero sin metas. Después de propiciar el saqueo para que cada venezolano "vacíe los estantes y se haga de un plasma", ahora aconseja alejarse del consumismo. En su borrosa mente confunde ambición con codicia. La ambición busca bienestar individual y/o común mientras la codicia, como la evidenciada por los agitadores del régimen, busca fortuna individual a costa del común. ¿Cuál puede ser la meta de un país en el cual el presidente, en un contexto político de fragilidad, incita al caos y la agresión?
Maduro, consciente o no, estimula el pensamiento maquiavélico cuando manifiesta su satisfacción personal cuando menoscaba al prójimo sin preocuparse cómo se degrada y envilece a la sociedad en su conjunto. Venezuela está estancada y en conflicto consigo misma. Mientras crece la pobreza y la gente se mueve a la deriva, los oficialistas persisten en la utopía del socialismo del siglo XXI.
Nada nuevo. La doctrina de la llamada "Economía de Guerra" (no guerra económica), desplegada en la URSS (1918-1921) instituyó una estricta regulación del consumo y producción que duró 50 años. Se expropiaron grandes y medianas empresas con mínimo de 5 obreros para ser gestionadas por patrones designados por el Gobierno. La producción era regulada por la dirección central. Se optó por el monopolio estatal de cereales regido por "comités de campesinos pobres" para "mantener a raya" a "acomodados terratenientes". Comités con poder (tipo milicia o colectivos) para confiscar cereales a granjeros ricos, distribuir los recursos agrícolas y fijar el control de precios y salarios. En 1920 se inicia la formación y asiento de las primeras granjas socializadas. ¡Gran fracaso! Apenas lograron producir el 1% del rendimiento agrícola que había antes.
En 1985 se desbarata el sistema; no al estilo Aristóbulo sino por la ruina económica del país. Gorbachov anuncia la restauración necesaria. Con "Uskoréniye" (aceleración); "Glásnost" (liberalización, apertura, transparencia) y "Perestroika" (restauración), se inicia el crecimiento y libertad de una sociedad que coexistió medio siglo en el ostracismo. Ninguna sociedad se desarrolla bajo el egida de una bota. Solo la libertad propicia el progreso y estabilidad.
Con el asalto confiscatorio de esta revolución, antes de inmuebles, ahora extendido a bienes muebles, se espolea el Derecho de Propiedad instituido en todas las constituciones del mundo con excepción de Cuba y Corea del Norte. El próximo domingo se marcará un hito en la historia de Venezuela. Votamos para expresar nuestra vocación democrática o continuamos bajo dominio de un sistema empeñado en instaurar una sociedad de conformistas insensibles. No votar implica el descarrío del escenario republicano. De muy poco servirá quejarse luego.
Más allá de cualquier escena anecdótica que refleje el fracaso de un sistema político, se destaca el fenómeno del conformismo pasivo; aquel que irremisiblemente lleva al estancamiento, mediocridad y, por ende adaptación a "cualquier circunstancia" con resignación. La acción bárbara suscitada por Maduro contra comercios de electrodomésticos, además de estimular el bandalaje, tiene la clara intención de esconder lo sustantivo: las penosas hileras del pueblo para comprar un paquete de leche. Ello sí ofende y condena al vecino a concernir con el infortunio. El premio Nobel Elías Canetti inscribiría estos tumultos dentro de lo que denominó en su libro, Masa y Poder, como las masas uniformes.
Cuba lleva 50 años aletargando al pueblo so pretexto de "preservar la dignidad" ante el ultraje imperialista. En otras palabras, colas como gravamen cultural. No existe peor agravio que ser sometido por la fuerza al conformismo pues ello implica crear una sociedad sin ambiciones; sin carácter ni personalidad.
Maduro pasará a la historia por presidir un gobierno que instauró la rutina de las colas, pero sin metas. Después de propiciar el saqueo para que cada venezolano "vacíe los estantes y se haga de un plasma", ahora aconseja alejarse del consumismo. En su borrosa mente confunde ambición con codicia. La ambición busca bienestar individual y/o común mientras la codicia, como la evidenciada por los agitadores del régimen, busca fortuna individual a costa del común. ¿Cuál puede ser la meta de un país en el cual el presidente, en un contexto político de fragilidad, incita al caos y la agresión?
Maduro, consciente o no, estimula el pensamiento maquiavélico cuando manifiesta su satisfacción personal cuando menoscaba al prójimo sin preocuparse cómo se degrada y envilece a la sociedad en su conjunto. Venezuela está estancada y en conflicto consigo misma. Mientras crece la pobreza y la gente se mueve a la deriva, los oficialistas persisten en la utopía del socialismo del siglo XXI.
Nada nuevo. La doctrina de la llamada "Economía de Guerra" (no guerra económica), desplegada en la URSS (1918-1921) instituyó una estricta regulación del consumo y producción que duró 50 años. Se expropiaron grandes y medianas empresas con mínimo de 5 obreros para ser gestionadas por patrones designados por el Gobierno. La producción era regulada por la dirección central. Se optó por el monopolio estatal de cereales regido por "comités de campesinos pobres" para "mantener a raya" a "acomodados terratenientes". Comités con poder (tipo milicia o colectivos) para confiscar cereales a granjeros ricos, distribuir los recursos agrícolas y fijar el control de precios y salarios. En 1920 se inicia la formación y asiento de las primeras granjas socializadas. ¡Gran fracaso! Apenas lograron producir el 1% del rendimiento agrícola que había antes.
En 1985 se desbarata el sistema; no al estilo Aristóbulo sino por la ruina económica del país. Gorbachov anuncia la restauración necesaria. Con "Uskoréniye" (aceleración); "Glásnost" (liberalización, apertura, transparencia) y "Perestroika" (restauración), se inicia el crecimiento y libertad de una sociedad que coexistió medio siglo en el ostracismo. Ninguna sociedad se desarrolla bajo el egida de una bota. Solo la libertad propicia el progreso y estabilidad.
Con el asalto confiscatorio de esta revolución, antes de inmuebles, ahora extendido a bienes muebles, se espolea el Derecho de Propiedad instituido en todas las constituciones del mundo con excepción de Cuba y Corea del Norte. El próximo domingo se marcará un hito en la historia de Venezuela. Votamos para expresar nuestra vocación democrática o continuamos bajo dominio de un sistema empeñado en instaurar una sociedad de conformistas insensibles. No votar implica el descarrío del escenario republicano. De muy poco servirá quejarse luego.
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