Fernando Mires
La radio transmitía las noticias sobre Ucrania y yo cortaba una zanahoria en trozos para aderezar al salmón, hecho que me incitó a pensar en Derrida y su concepto de la deconstrucción lo que es algo parecido a cortar en trozos una tesis para aderezar una idea.
La tesis excepcionalmente inteligente que transmitía la radio era que los miles de manifestantes de Kiev al luchar por el ingreso de Ucrania en la EU, luchan a la vez por la independencia nacional en contra de dos autocracias, la de Putin y la de Yanukóvich. Es decir, se trataría, la que tiene lugar en Ucrania, de una lucha nacional, democrática y popular, con repercusiones locales e internacionales.
La idea contiene tres trozos: a) el ingreso a la EU de Ucrania b) su independencia nacional y c) su lucha democrática en contra de la autocracia. Pero el análisis del comentarista llegó, lamentablemente, solo hasta ese punto. Si hubiera continuado podría haber concluido en que la misma lucha de los ucranianos está teniendo lugar, bajo otras formas y condiciones, en diversos lugares del mundo. Expliquemos:
Hasta las postrimerías del siglo XX las luchas democráticas se dirigían en contra de dos enemigos fundamentales. En Europa del Este en contra de las Nomenklaturas comunistas. En Sudamérica en contra de las dictaduras militares. Hoy en cambio las luchas democráticas se dirigen en primera línea en contra de autocracias dictatoriales o tendencialmente dictatoriales. Dichas autocracias (también llamadas neo-dictaduras) poseen asombrosos rasgos comunes. A riesgo de esquematizar, nombremos los principales.
1. La gran mayoría proviene de movimientos populares y populistas, carácter que pierden dentro del Estado, pasando a conformar una nueva oligarquía o clase políticamente dominante.
2. Por lo general se encuentran articuladas en torno a la figura de un caudillo carismático
3. Desde el poder son destruidas las organizaciones sociales horizontales en función de la creación de un orden corporativo (vertical)
4. La división de poderes, rasgo más distintivo de la democracia occidental, tiende a desaparecer. En todos los casos el poder judicial se transforma en un aparato al servicio del autocratismo.
5. El partido del gobernante será convertido en un Partido-Estado.
6. Los opositores son transformados en enemigos irreconciliables. No hay lugar para el dialogo político.
7. El caudillo impone de modo anticonstitucional la reelección indefinida.
8. La prensa opositora es acallada y entregada al monopolio estatal
9. El ejército es transformado en brazo militar del Partido-Estado.
10. Las elecciones son usadas como medio plebiscitario de legitimación del poder autocrático. No obstante -y esto es lo más importante- son el talón de Aquiles de las autocracias. Pues si los fraudes electorales son totales, desaparece la diferencia entre autocratismo y dictadura militar clásica. Y si son parciales, la autocracia arriesga el peligro de ser derrotada.
Son tantas y tan parecidas las nuevas autocracias, que resulta imposible hablar de casualidad. Ellas, además, están repartidas a lo largo del mundo. Ucrania no es el único satélite autocrático girando alrededor de la autocracia mayor: la Rusia de Putin. Hay que sumar a casi todas las naciones que ayer formaron parte del imperio soviético, exceptuando a las bálticas. Estamos, para decirlo de una vez por todas, frente a la reconstrucción geopolítica de una nueva URSS, camuflada esta vez en la forma de Unión Euroasiática. El problema es que hay naciones post-soviéticas cuya ciudadanía quiere ser más europea que asiática. Entre ellas Ucrania.
Putin hará lo imposible para que la europeización política de Eurasia no tenga lugar y lo más probable es que recurrirá, siguiendo la antigua línea de la URSS, a invasiones armadas.
Pero no se trata solo de un fenómeno post-soviético. Diferentes gobiernos africanos acusan las mismas características autocráticas. Quizás el caso más representativo es el Zimbabwe del dictador Mugabe, quien fuera, como tantos grandes asesinos del pasado reciente, amigo íntimo del presidente Chávez.
América Latina ha sido campo fértil para las nuevas autocracias. Al finalizar el siglo XX y comenzar el XXl, la impresión generalizada era que ellas constituirían el modo de dominación hegemónico en el continente. Bajo la capitanía ejercida por los Castro y Chávez, naciones como Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras, Paraguay e incluso, en parte, Argentina, adoptaban las principales formas del nuevo modelo de dominación. Así, mientras la anti-democracia del siglo XX estaba representada por militares como Pinochet y Videla, las autocracias del Siglo XXl tenía sus principales adalides en Chávez, Morales, Ortega y en menor medida, Correa.
Sin embargo, el avance del autocratismo latinoamericano ha experimentado serios reveses a partir del inicio del segundo decenio del siglo XXl. En Perú la presión democrática logró la “conversión” de Ollanta Humala de acérrimo chavista a gobernante republicano. En Paraguay, después del desalojo del prolífico Fernando Lugo, volvieron a través de la vía electoral los conservadores al poder. Las elecciones legislativas del 2013 en Argentina han bloqueado las posiciones autocráticas que anidaban en el peronismo cristinista. En Noviembre del 2013 la versión chavista hondureña del latifundista Manuel Zelaya fue electoralmente derrotada. Y si esa tendencia se mantiene, podría suceder que en las elecciones municipales de Venezuela, convertidas por fuerza de las circunstancias en un plebiscito, podría tener lugar el frenazo decisivo. Ahí radica la dimensión internacional del 8D venezolano.
La posibilidad existe, pero no es todavía realidad. Dos son los grandes obstáculos que la oposición venezolana deberá vencer en los pocos días que faltan para la elección.
El primer obstáculo es el fraude. Un fraude que existe en los centros de votación pero no en el conteo automático, hecho en el cual han insistido los dirigentes de la MUD, verdadero Frente Popular que ya sirve de modelo a la oposición nicaragüense y boliviana.
El segundo obstáculo es el abstencionismo alentado por dudosos personajes enquistados en la oposición; algunos unltraderechistas y golpistas; otros, al servicio objetivo del madurismo; no faltando irresponsables y resentidos, ni tampoco mariscales sin ejército y estrategas sin pueblo. El daño que ellos podrían causar a la posibilidad democrática es inconmensurable.
Si la MUD y el conjunto de la oposición logran superar esos dos obstáculos, una nueva era habrá comenzado en América Latina. Una nueva era que agradecerá, antes que nadie, la disidencia democrática de Cuba.
¿Y si no es así? Pues, habrá que comenzar de nuevo. La democracia suele ser obra de quienes poseen el temple de un Sísifo. O, por lo menos, el de los ucranianos.
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