Eduardo Semtei
Primero
le advierto a la ciudadanía involucrada que este es un artículo serio,
respetuoso de la memoria de los desaparecidos, analítico y sesudo. Quizás un
poco suspicaz. Comienzo señalando la asombrosa cantidad de dirigentes políticos
del chavismo que han muerto en estos últimos años, que no tiene, a mi juicio,
una explicación racional. No tiene historia comparable. Ni fecha en el
calendario. No hay teoría científica suficientemente objetiva que lo explique.
Son demasiados casos y todos importantes. Es como si la pelona se hubiese
empeñado en diezmar la dirigencia oficial. Casi siempre los más radicales. No
importan las causas. Siempre es posible simularlas, según explican semanalmente
los tres CSI que veo casi religiosamente. Las Vegas. Miami y
Nueva York.
Enredos
con inyecciones de polímeros, accidentes, infartos, derrames, choques, ríos
crecidos, enfermedades y pare usted de contar. Eso, hasta donde sabemos.
Ustedes conocen mejor que yo que el gobierno impuso una ley según la cual las
causas de la muerte de los grandes capitanes del gobierno rojo-rojito son como
los códigos de ataque atómico que los presidentes de los países con armamento
nuclear se pasan los unos a los otros. Top secret. Ultra
secret.
Hasta
hoy, no sabemos de qué murió Chávez exactamente. Es un secreto militar. De
seguridad de Estado. Sin embargo, es sumamente curioso, con baja probabilidad
de ocurrencia, extrañamente curioso, explicable solamente por fenómenos fuera
de este mundo que la parca haga tantas visitas a un solo partido político. Hay
cuentos de cuentos. Que si la maldición de Bolívar contra quienes profanaron su
tumba. Que si un castigo divino por las ofensas cotidianas que los grandes
dirigentes oficialistas disparan regularmente contra curas, obispos y contra el
papa mismo. Que si el santerismo cubano salió con los caracoles al revés.
¡Jesús! Líbranos de todo mal. Recordemos tan solo algunos nombres para vuestro
asombro. Lo escribo y no termino de creer tantas muertes... casuales…
accidentales... Veamos.
¡Ah! lo
olvidaba, las teorías revolucionarias. Que si es Uribe y su pandilla de
paramilitares. Que si es la CIA, los del Mossad. Leopoldo López, Capriles,
Berrizbeitia, la mafia cubana de Miami. La derecha. El imperialismo. La
burguesía. Un tal Saleh. Lo que parece más esotérico es que sean todas causas
naturales o accidentes aleatorios. Explicaciones van y explicaciones vienen
pero igual ronda la parca y su horrible guadaña.
Dicen
quienes la han visto de cerca que el palo donde se acopla la hoz de la guadaña
tiene los nombres de todos aquellos con “sus días contados”, frase que por
cierto aterroriza al diputado gritón de palabras descabelladas. Y hasta tiene
razón en chorrearse. Que todos tenemos ya escrito el día que sucede a la
agonía. Empezandito por los teóricos, los filósofos. Kleber Ramírez, J. R.
Núñez Tenorio, Norberto Ceresole y Rigoberto Lanz. Todos pasaron el páramo. Ya
no le quedan defensores en el terreno de las ideas, salvo jaletis tristes como
el tal Hernández del Celarg, que come y apoya. Come y aprueba. Come y calla.
Come y viaja.
En
diputados la lista es larga. De la Asamblea Constituyente a la Asamblea
Nacional. Carlos Delgado en 2006. Eduardo Ramírez, 2008. Diego Salazar, 2003. Luis
Tascón, 2010. Eliécer Otaiza, 2014. Robert Serra, 2014. Manuel Quijada, 2013.
Juan Carlos Figarella, 2012. Estamos hablando de 9 diputados en menos de 10
años. Casi un diputado por año. Cifra aterradora. Orígenes disímiles. Se
combinan crímenes y no crímenes.
Los
forenses podrían explicar caso a caso, seguramente que sí, pero la concurrencia
de varios decesos reclama una explicación de conjunto, integradora que yo no
tengo ni idea de cuál pueda ser. Es un cúmulo indiciario. Allí también hay
policías, músicos, escritores. La muerte no tiene distingos. Un presidente del
Banco Central, Diego Luis Castellanos, en 2012. El contralor general de
la república, Clodosbaldo Russián, en 2011. El procurador general de la
república, Carlos Escarrá, en 2012.Antes, cuando la IV, los presidentes del
Banco Central y los contralores y procuradores fallecían cada 40 años. Y nunca
en fechas tan cercanas unos de otros.
En
magistrados del Tribunal Supremo encontramos a Trina Omaira Zurita, 2014. Oscar
Jesús León Uzcátegui, 2014. Ninoska Keipo, 2012. Blanca Nieves Portocarrero,
2010. Son cifras, aunque pequeñas, amenazantes. Siempre por enfermedades o
accidentes; causas distintas.
Amén de
ministros, como Gilberto Rodríguez Ochoa. Dirigentes, como Lina Ron.
Gobernadores, como William Lara y Jesús Aguilarte. Generales abiertamente
chavistas, como Alberto Müller Rojas y el subdirector de la Dicim Wilmer
Moreno. Periodistas, como los hermanos García Ponce y Jesús Romero Anselmi.
Fiscales, como Danilo Anderson y unos cuantos diputados regionales, alcaldes y
concejales.
Pero los
de altos cargos, de la alcurnia, de la nomenclatura, la cantidad es
exorbitante. Sigo sin entender las causas. Si yo fuera el fiscal general
abriera de inmediato una averiguación no vaya a ser que de verdad nada sea
casual. ¡Oh, señor qué olvido! Imperdonable. El propio presidente Chávez
encabeza la lista de los desaparecidos.
¿No le
parece, señor lector, tantas muertes un hecho insólito y digno de mejores
análisis y conclusiones? Si yo fuera un jerarca del gobierno de verdad que
anduviera un tanto preocupado. Seguro que sí. En todo caso, honor a la memoria
de los fallecidos sin distingos de ninguna naturaleza y si hay alguna verdad
oculta rogamos que se anuncie.
Corolario.
Para terminar este escrito lleno de suspicacia pregunto al gobierno: ¿no les
parece extraño que en Cuba nunca mueren ni dirigentes, ni magistrados, ni
diputados? Viven matusalénicamente.
@eduardo_semtei
Vía El Nacional
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