Dos sociólogos escucharon cientos de grabaciones de sus cadenas, ruedas de prensa, intervenciones y discursos para develar sus ideas. Ahora Maduro declara que el Instituto de Altos Estudios del Pensamiento Político de Hugo Chávez, será para “ordenar correctamente los homenajes de Chávez al ponerle su nombre a una calle o una casa o al levantarle una estatua”.
Por Elizabeth Fuentes @fuenteseliz.-
Hace algún tiempo, a dos de los más brillantes sociólogos del país, profesores de la UCV, se les encomendó la noble tarea de escuchar, una tras otra, todas las grabaciones de todas las intervenciones del entonces presidente Hugo Chávez – cadenas, ruedas de prensa,discursos-, con la intención de publicar un libro que recogiera las ideas fundamentales de su pensamiento político. Una suerte de antesala del Instituto de Altos Estudios que hace poco anunció Nicolás Maduro.
Y los profesores se fajaron. Se dividieron al azar los kilos de grabaciones y se encerraron a inventariar semejante responsabilidad. Cabe apuntar, obviamente, que ambos eran chavistas recién enamorados que vieron en Hugo la posibilidad de recomponer al país de la desigualdad social, el rentismo petrolero, la corrupción en Pdvsa y el reparto partidista de los cargos sin importar la calificación ni el curriculum de los funcionarios.
Era la misma época cuando José Vicente Rangel fue nombrado Canciller y aseguraba que en su ministerio no habría embajadores seleccionados por palancas sino por méritos y que los funcionarios que saldrían al exterior deberían hablar, al menos, dos idiomas. Era bellísimo aquello, solo le faltaba la música de fondo de Disneylandia.
Imaginemos la escena: los dos sociólogos, cada uno en su casa o en su oficina de la UCV, fajados escuchando a Chávez mañana, tarde y noche. No sólo porque el material era enorme, sino porque la encomienda era casi con carácter de urgencia. Se requería de una filosofía que acompañara tanta esperanza. Algunas frases como las que dejaron el Che o Allende: ” Cuando lo extraordinario se hace cotidiano, es la revolución” o ” La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. En fin, algo de peso que mantuviera a la clase media a su lado. También una forma de hacerse respetar por los adversarios. “Este es un hombre preparado, sólido, un competidor de cuidado”, deberían decir de él los burgueses, la embajada de Estados Unidos, la CIA, los adecos, los copeyanos, los enemigos todos de aquel portento.
Los dos sociólogos anotaban una que otra palabra, se tomaban un whisky entre grabación y grabación, estiraban las piernas, confiados en que lo mejor estaba por venir. En el próximo video, en la próxima grabación, encontrarían su cosa. Y como en la canción infantil, pasaron una, dos, tres, cuatro semanas. Y dos meses. Y ellos agobiados, con los audífonos vomitando a Chávez mañana, tarde y noche. Hasta que llegó el santo día cuando cada quien finalizó su tarea, la práctica. Es decir, escucharon todo. Los primeros años de Hugo Chávez, el candidato victorioso y el presidente impoluto, los años más frescos y sin problemas, los de la Luna de Miel con el país.
Pobrecitos los sociólogos. Tan contentos que estaban ellos con su nuevo presidente, con que finalmente se acabaría el bipartidismo en Venezuela y empezaríamos en una etapa nueva, bien conducida por este líder tan audaz. Pero armados de su carga de grabaciones, fueron y se presentaron ante quien les hizo el delicado encargo. Avergonzados, cabizbajos, tuvieron que confesarle al camarada lo que para ellos – dos de los sociólogos más brillantes, profesores de la UCV-, era entonces una hecatombe: “Compañero: aquí no hay una sola idea. No digamos pensamiento. Ni una idea…”, le dijeron mientras devolvían todas las grabaciones.
Con los años, los dos sociólogos se alejaron del chavismo y cruzaron, sin mucho aspavientos, hacia la acera de enfrente. Uno de ellos, Alfredo Caravallo, con un humor que Dios se lo guarde, estuvo algún tiempo burlándose de sí mismo. El otro, poeta para más señas, guardó un discreto silencio mezclado con pesadumbre.
De todo esto me recordé visto el anuncio oficial de que se fundó el Instituto de Altos Estudios del Pensamiento Político de Hugo Chávez Frías, creado por el presidente Maduro para, según sus propias palabras, ” cuidar la imagen del comandante (y) ordenar correctamente los homenajes de Chávez al ponerle su nombre a una calle o una casa o al levantarle una estatua”. Que si bien con esta oración no se podría escribir un libro, si daría lugar a toda una reflexión sobre lo que suelen inspirar las grabaciones de Maduro: resulta que un Instituto de Altos Estudios del Pensamiento Politico de alguien, funciona para ordenar correctamente los nombres de las calles, las casas o la construcción de sus estatuas. Lo que podría leerse, en la versión positiva del asunto, es que seguramente ante la avalancha de camaradas solicitando dinero para renombrar calles o levantar monumentos, el gobierno de Maduro decidió organizarlo mejor, fundando un Instituto de Altos Estudios ante el cual, seguramente, se meterá la planilla correspondiente para solicitar los recursos necesarios.
Y aunque Adán Chávez trató de remendar el capote recientemente, asegurando que el Instituto funcionará para “defender el legado de Chávez” y que su intención no es para formar élites académicas sino “divulgar por toda la patria y por toda la Tierra el pensamiento de Hugo Chávez mediante seminarios, investigaciones, publicación de libros, películas y documentales” – algo que al pueblo “no académico ni elitesco” le encanta hacer. Es decir, asistir a seminarios, investigar y ver documentales-, el punto es que el Instituto de Altos Estudios del Pensamiento Político de Hugo Chávez nace justo cuando más lo necesitaba al país, porque ahora sus profesores podrán explicarnos por qué no existe ninguna incoherencia en el hecho de que sea la Superintendencia de Protección de los Derechos Socioeconómicos la que aumente la leche a 100 por ciento, un asunto realmente digno de varios seminarios.
Y, en el área de la investigación, podrían dedicarse a hurgar para qué cipote servirá la anunciada Fundación Privada Comandante Eterno Hugo Chávez Frías -dirigida por su hija Rosa Virginia, esposa del Vicepresidente-, la cual se encargará de “organizar algunos museos para preservar el legado del líder político”, encomienda que suena rarísima también porque eso de organizar museos para preservar un legado de alguien, huele a naftalina, o a Hard Rock Café, en el mejor de los casos. Y se imagina una que en algún museo -¿Contemporáneo, Bellas Artes?-, podrían exhibir su colección de relojes, los calzoncillos que lavó a mano el 11 de abril o la sotana con sus lágrimas.
Y, a falta del libro que no pudieron escribir los dos sociólogos, que exhiban los kilos de grabaciones donde no se encontró pero ni una sola idea.
Hace algún tiempo, a dos de los más brillantes sociólogos del país, profesores de la UCV, se les encomendó la noble tarea de escuchar, una tras otra, todas las grabaciones de todas las intervenciones del entonces presidente Hugo Chávez – cadenas, ruedas de prensa,discursos-, con la intención de publicar un libro que recogiera las ideas fundamentales de su pensamiento político. Una suerte de antesala del Instituto de Altos Estudios que hace poco anunció Nicolás Maduro.
Y los profesores se fajaron. Se dividieron al azar los kilos de grabaciones y se encerraron a inventariar semejante responsabilidad. Cabe apuntar, obviamente, que ambos eran chavistas recién enamorados que vieron en Hugo la posibilidad de recomponer al país de la desigualdad social, el rentismo petrolero, la corrupción en Pdvsa y el reparto partidista de los cargos sin importar la calificación ni el curriculum de los funcionarios.
Era la misma época cuando José Vicente Rangel fue nombrado Canciller y aseguraba que en su ministerio no habría embajadores seleccionados por palancas sino por méritos y que los funcionarios que saldrían al exterior deberían hablar, al menos, dos idiomas. Era bellísimo aquello, solo le faltaba la música de fondo de Disneylandia.
Imaginemos la escena: los dos sociólogos, cada uno en su casa o en su oficina de la UCV, fajados escuchando a Chávez mañana, tarde y noche. No sólo porque el material era enorme, sino porque la encomienda era casi con carácter de urgencia. Se requería de una filosofía que acompañara tanta esperanza. Algunas frases como las que dejaron el Che o Allende: ” Cuando lo extraordinario se hace cotidiano, es la revolución” o ” La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. En fin, algo de peso que mantuviera a la clase media a su lado. También una forma de hacerse respetar por los adversarios. “Este es un hombre preparado, sólido, un competidor de cuidado”, deberían decir de él los burgueses, la embajada de Estados Unidos, la CIA, los adecos, los copeyanos, los enemigos todos de aquel portento.
Los dos sociólogos anotaban una que otra palabra, se tomaban un whisky entre grabación y grabación, estiraban las piernas, confiados en que lo mejor estaba por venir. En el próximo video, en la próxima grabación, encontrarían su cosa. Y como en la canción infantil, pasaron una, dos, tres, cuatro semanas. Y dos meses. Y ellos agobiados, con los audífonos vomitando a Chávez mañana, tarde y noche. Hasta que llegó el santo día cuando cada quien finalizó su tarea, la práctica. Es decir, escucharon todo. Los primeros años de Hugo Chávez, el candidato victorioso y el presidente impoluto, los años más frescos y sin problemas, los de la Luna de Miel con el país.
Pobrecitos los sociólogos. Tan contentos que estaban ellos con su nuevo presidente, con que finalmente se acabaría el bipartidismo en Venezuela y empezaríamos en una etapa nueva, bien conducida por este líder tan audaz. Pero armados de su carga de grabaciones, fueron y se presentaron ante quien les hizo el delicado encargo. Avergonzados, cabizbajos, tuvieron que confesarle al camarada lo que para ellos – dos de los sociólogos más brillantes, profesores de la UCV-, era entonces una hecatombe: “Compañero: aquí no hay una sola idea. No digamos pensamiento. Ni una idea…”, le dijeron mientras devolvían todas las grabaciones.
Con los años, los dos sociólogos se alejaron del chavismo y cruzaron, sin mucho aspavientos, hacia la acera de enfrente. Uno de ellos, Alfredo Caravallo, con un humor que Dios se lo guarde, estuvo algún tiempo burlándose de sí mismo. El otro, poeta para más señas, guardó un discreto silencio mezclado con pesadumbre.
De todo esto me recordé visto el anuncio oficial de que se fundó el Instituto de Altos Estudios del Pensamiento Político de Hugo Chávez Frías, creado por el presidente Maduro para, según sus propias palabras, ” cuidar la imagen del comandante (y) ordenar correctamente los homenajes de Chávez al ponerle su nombre a una calle o una casa o al levantarle una estatua”. Que si bien con esta oración no se podría escribir un libro, si daría lugar a toda una reflexión sobre lo que suelen inspirar las grabaciones de Maduro: resulta que un Instituto de Altos Estudios del Pensamiento Politico de alguien, funciona para ordenar correctamente los nombres de las calles, las casas o la construcción de sus estatuas. Lo que podría leerse, en la versión positiva del asunto, es que seguramente ante la avalancha de camaradas solicitando dinero para renombrar calles o levantar monumentos, el gobierno de Maduro decidió organizarlo mejor, fundando un Instituto de Altos Estudios ante el cual, seguramente, se meterá la planilla correspondiente para solicitar los recursos necesarios.
Y aunque Adán Chávez trató de remendar el capote recientemente, asegurando que el Instituto funcionará para “defender el legado de Chávez” y que su intención no es para formar élites académicas sino “divulgar por toda la patria y por toda la Tierra el pensamiento de Hugo Chávez mediante seminarios, investigaciones, publicación de libros, películas y documentales” – algo que al pueblo “no académico ni elitesco” le encanta hacer. Es decir, asistir a seminarios, investigar y ver documentales-, el punto es que el Instituto de Altos Estudios del Pensamiento Político de Hugo Chávez nace justo cuando más lo necesitaba al país, porque ahora sus profesores podrán explicarnos por qué no existe ninguna incoherencia en el hecho de que sea la Superintendencia de Protección de los Derechos Socioeconómicos la que aumente la leche a 100 por ciento, un asunto realmente digno de varios seminarios.
Y, en el área de la investigación, podrían dedicarse a hurgar para qué cipote servirá la anunciada Fundación Privada Comandante Eterno Hugo Chávez Frías -dirigida por su hija Rosa Virginia, esposa del Vicepresidente-, la cual se encargará de “organizar algunos museos para preservar el legado del líder político”, encomienda que suena rarísima también porque eso de organizar museos para preservar un legado de alguien, huele a naftalina, o a Hard Rock Café, en el mejor de los casos. Y se imagina una que en algún museo -¿Contemporáneo, Bellas Artes?-, podrían exhibir su colección de relojes, los calzoncillos que lavó a mano el 11 de abril o la sotana con sus lágrimas.
Y, a falta del libro que no pudieron escribir los dos sociólogos, que exhiban los kilos de grabaciones donde no se encontró pero ni una sola idea.
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