La paliza que le dieron al estudiante Carlos Villamizar estando bajo custodia de la Policía Nacional Bolivariana pone al descubierto otro lado oscuro del chavismo: el de poner a cohabitar a los estudiantes detenidos con los delincuentes comunes. Es la estrategia Gulag del Gobierno. La caja negra que todo régimen despótico necesita para mantenerse en pie.
Por Gloria M. Bastidas @gloriabastidas.-
La
revolución chavista tiene su propio Archipiélago Gulag. Lo ha ido
construyendo con la anuencia de la Fiscalía General de la República. Lo
ha ido edificando con el contubernio de la Defensoría del Pueblo. Lo ha
ido levantando con la aquiescencia de unos tribunales. Es esa franja de
terror donde el Estado de Derecho está proscrito. El último caso del
prontuario Gulag de este gobierno es el del estudiante de la Universidad
Nacional Experimental del Táchira (UNET) Carlos Villamizar. Las
postales de vida de este joven son contrastantes. Una primera imagen: el
estudiante aparece con una sonrisa franca, la sonrisa de quien tiene la
vida por delante; se aprecian sus cejas pobladas y sus dientes
cuidados; al fondo, se observa un río y mucha vegetación. Una estampa
ecológica en medio de la cual el close up de
Villamizar destaca como uno de esos instantes kodak que todos podemos
tener. Es la foto que ha aparecido en los periódicos. Es la que trae El Nacional en
su edición del pasado 13 de octubre. La otra foto no la hemos visto,
pero la podemos imaginar por el relato que ha hecho su madre, Marina
Guerrero. Es la foto del terror.
En esa segunda fotografía, la
sonrisa de Villamizar se ha borrado por completo. Lo que transmite la
imagen es que el estudiante ya no tiene la vida por delante: la palabra
tortura aparece ahora troquelada en su cuerpo. El martirio es su
horizonte. Trauma craneal. Hematomas. Contusiones. Como si su cuerpo
viniera de una guerra. Como si alguien hubiera tocado tambor sobre su
geografía personal con la inspiración que da una noche de luna llena. La
imagen es una mueca de dolor. ¿Cómo ha ocurrido esa metamorfosis
gráfica? Villamizar fue detenido el pasado lunes 06 de octubre en el
marco de una manifestación que se realizaba en el Táchira. Su madre
apenas pudo verlo, en la sede de la Policía Nacional Bolivariana de San
Cristóbal —donde fue recluido— el día sábado 11 de octubre. De inmediato
lo notó: su hijo presentaba morados en su cuerpo. Y se quejaba. Se
quejaba de un profundo dolor de cabeza. Y vomitaba. Al día siguiente,
cuando tocaba la hora de visita, la información que los oficiales de la
PNB transmitieron a Marina Guerrero le debe haber helado la sangre y
acelerado el corazón: “Su hijo se desmayó y va a ser trasladado a un
centro asistencial”.
Villamizar fue llevado al
hospital del Seguro Social de San Cristóbal e internado en terapia
intensiva. El joven fue víctima de una brutal golpiza. De un nocaut que
por poco acaba con su vida. ¿Quién le propinó el maratón de golpes? El
jefe de la Policía Nacional Bolivariana, Jhonny Campos, asegura que fue
otro preso, un joven de 18 años que llevaba tiempo recluido en la celda
donde ubicaron a Villamizar. Campos mencionó una palabra mágica: fue una
“riña”. Así, por todo el cañón. Como si Villamizar hubiese sido
detenido secuestrando a gente o capturado in fraganti en
un intento de homicidio. Como si Villamizar no fuese un estudiante con
un expediente académico impecable (avalado por el propio vicerrector de
la UNET, Alexander Contreras, en rueda de prensa y al lado de su madre)
sino un delincuente con un amplio prontuario. Y aquí la gravedad del
caso (de éste y de muchos otros): la estrategia Gulag del Gobierno se
basa en mezclar peras con manzanas. En poner a cohabitar a estudiantes
que levantan su voz (porque todo estudiante lleva en su alma un mayo
francés, el gen de la protesta, la rebeldía) con el hampa común. Esto es
abominable. Así que, en caso de que fuera cierto que no fue la PNB la
causante de la golpiza, sino que la culpa es imputable el reo que estaba
bajo su jurisdicción, igualmente la PNB tiene su cuota de
responsabilidad en lo ocurrido. La jugada es lanzar a los estudiantes a
una suerte de Coliseo Romano para que las fieras que allí habitan hagan
el trabajo sucio.
Una riña. Eso suena como
cuando en el pasado se hablaba del hampoducto. El hampoducto como
excusa. Es una salida muy baja. Muy artera. Y persigue lo que siempre
persiguen los gobiernos despóticos: infundir miedo. Lo que el Gobierno
quiere decir es que si alguien se atreve a convertirse en un incordio
para la revolución pasará de ser el tipo que aparece en un close up con
un paisaje hermoso detrás —la sinopsis de la felicidad— a ser el tipo
cuyo cuerpo es casi una pieza forense. Así que no se atrevan. Porque se
corre el riesgo de ingresar a esa franja donde el Estado de Derecho está
proscrito. A la franja Gulag, donde no tienen arte ni parte la doctora
Luisa Ortega Díaz ni la doctora Gabriela del Mar Ramírez. Es esa caja
negra que toda revolución necesita para mantenerse en pie. Ese reino del
terror que busca que los demás escarmienten. Que ahoguen el mayo
francés que llevan por dentro. Y sobre todo en un país como éste, donde
hay sobradas razones para manifestar. Es ese temor, precisamente, el que
hace que los revolucionarios chavistas apelen al arma rastrera de una
zona robespierre donde los golpes y la guillotina están permitidos.
Los cargos con los que se
pretendía imputar a Carlos Villamizar eran fabricación de explosivos,
instigación y obstrucción de la vía pública. Al final, privó solo el
último. Y éste es otro detalle: el gobierno revolucionario no sólo
quiere asimilar a los estudiantes con el hampa común, sino que, además,
pretende calzarles el apellido de terroristas. Como dice una amiga: los
trata como si fueran miembros de Al Qaeda. Y, por supuesto, no les
respetan sus derechos. A Carlos Villamizar, según escribió la periodista
Lorena Arráiz, corresponsal de El Universal en
el Táchira, no le taparon la cara para mostrarlo ante los medios, pero
a quienes cometen homicidios, violaciones y secuestros, sí los
protegen. Y no es que los segundos no tengan derechos, es que el derecho
es para todos por igual. No puede ser asimétrico. Pero así actúa la
justicia revolucionaria: es inclemente con quienes se atreven a lanzarle
una piedra al statu quo. Y entonces es capaz de convertirlos, luego de pasarlos por la franja Gulag, por la guillotina de la delincuencia común, en desechos humanos.
Lo que ocurre es que siempre
hay quien alce la voz nuevamente. Es como la mandrágora —la planta y a
la vez animal que Jorge Luis Borges describe en su Manual de zoología fantástica—,
que grita cuando la arrancan y el ruido que produce es tan ensordecedor
que, refiere Borges, puede enloquecer a quienes lo escuchan. La matas
por un lado y salta por el otro.
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