Por Gloria M. Bastidas. @gloriabastidas-
Llama
poderosamente la atención que tanto el CICPC como el Ministerio de
Interior se empeñen en desvincular el asesinato del diputado Robert
Serra con los sucesos ocurridos en Quinta Crespo, que arrojaron un saldo
de cinco muertos. Hay una cadena de crímenes. Y no parece estar muy
claro que no estén relacionados entre sí. Uno podría hacerse la pregunta
elemental —la que formularía desde un curtido Sherlock Holmes hasta
cualquier amateur desprevenido—:
¿Cómo es que no está relacionado un caso con otro si el jefe del Frente
5 de marzo, José Miguel Odreman, caído en la refriega, formó parte del
cortejo que llevó a Serra al Cementerio del Sur y aparece fotografiado
con éste, según se pudo observar en su cuenta de Twitter? ¿Cómo es que
no está relacionado un caso con otro si Maikol Antonio Contreras Bernal,
el segundo de a bordo del Frente 5 de marzo, también caído, formó parte
de la guardia de honor que rindió homenaje al parlamentario Robert
Serra, tal como reseña El Nacional?
El Gobierno tendrá que demostrar que la casualidad existe. Y hasta que
no lo demuestre, tenemos derecho a pensar que hay vasos comunicantes
entre el crimen de Serra y lo que ocurrió en el Edificio Manfredir.
Resulta
curioso que el Gobierno haya intentado, a las primeras de cambio,
separar un suceso de otro. ¿Por qué esa escisión? ¿Por qué recurrir al
bisturí para cortar las dos historias cuando pareciera haber un
parentesco entre ellas? ¿Es que Odreman —que una hora y 10 minutos antes
de ser asesinado, en una entrevista que le hace un medio audiovisual, y
que es una joya para tratar de armas las piezas de esta cadena de
crímenes, advierte que si algo le ocurre el culpable sería el ministro
Miguel Rodríguez Torres— sabía algo del crimen de Serra que no convenía
que se supiera? Porque, atención, cuando la periodista le pregunta qué
razón le dieron los funcionarios policiales para allanar la sede del
colectivo y si acaso la razón no sería el asesinato del diputado Robert
Serra, Odreman —en una salida a lo Isaac Newton, a lo Albert Einstein—
suelta una frase que también es fundamental para las pesquisas: “Las
matemáticas no fallan”. ¡Dios!. Y al rato, Odreman era hombre muerto.
Ciertamente: el Gobierno tiene que demostrar que la casualidad no
existe. Pero llama la atención, también, que el director del CICPC se
haya empeñado en presentar a los miembros de estos colectivos como unos
clásicos jefes de bandas delincuenciales.
¿Por
qué llama la atención? Por lo que se supo de inmediato: porque Odreman
aparece en una serie de fotografías, y hasta en videos, con gente de la
nomenklatura chavista. Con la élite chavista. Odreman aparece retratado
junto al comandante eterno (un Chávez que estaba custodiado por un
anillo de seguridad de factura cubana, que está entrenado en tareas
antimagnicidio, que suele ser paranoico, receloso, escrutador). Odreman
aparece retratado —tenía su revista Hola en
Twitter, una galería con celebridades— con el presidente Nicolás Maduro
(igual, custodiado por los cubanos, por los desconfiados cubanos: y aun
así el jefe del Frente 5 de marzo aparece justo detrás de Maduro, como
si formara parte de su anillo de seguridad; de hecho, su hermana, María
Marquina, declaró a los medios que él tenía contacto directo con el
Presidente). Odreman aparece retratado con la Primera Combatiente Cilia
Flores (también cuidada como una joya de la corona por los cubanos).
Odreman aparece retratado con el ex vicepresidente y ex ministro de la
Defensa, José Vicente Rangel. Odreman aparece también, como dijimos
antes, en una misma gráfica con el diputado Robert Serra, con Juancho
Montoya (el jefe del Secretariado Revolucionario de Venezuela asesinado
en el marco de los sucesos del 12F) y con el general Wilmer Barrientos.
El Gobierno tiene que demostrar que la casualidad existe. Que esta
revista Hola es apócrifa.
Y
no sólo tiene que demostrar que la casualidad existe: tiene que
desarrollar una trama verosímil de la versión final que dará de esta
cadena de asesinatos. Según la Real Academia, la verosimilitud puede
definirse como: 1) Verosímil: que tiene apariencia de verdadero. 2)
Creíble por no ofrecer carácter alguno de falsedad. Las preguntas que,
entonces, hay que hacerse serían: ¿Es cierto que no hay nexo alguno
entre el crimen de Serra y los sucesos de Quinta Crespo? ¿Es cierto,
como aseguran el CICPC y el Ministerio de Interior —que, como bien
aclara la periodista Elizabeth Fuentes en su crónica de este martes en
Konzapata.com, son instituciones que obedecen órdenes del Gobierno—, que
José Miguel Odreman no formaba parte de los colectivos aupados por la
revolución? ¿O es falsa esa afirmación? Y si es falsa, como parece que
fuera, por todas las evidencias que hay, ¿por qué la postula el
Gobierno? ¿Porque Odreman sabía algo del crimen de La Pastora y se
habría preferido correr con el costo de su muerte antes que con el de la
espada de Damocles de mantenerlo vivo? ¿Porque se estaría aprovechando
esta coyuntura para despachar a los grupos paraestatales que controlaba
Chávez y que ahora andan de su cuenta y son una amenaza para la cohesión
revolucionaria, una suerte de Frankenstein?
El
Gobierno está urgido de verosimilitud. Pero le resulta difícil
construirla. Se trata de una cadena de hechos difíciles de controlar y
las evidencias conspiran contra el relato oficial. La consigna que le
queda al poder es que la realidad no puede ser más importante que la
revolución. La revolución está primero: después viene la realidad. La
realidad está subordinada a la revolución. El video de Odreman con
Maduro puede que sea parte de la realidad. Pero no es revolucionario
reivindicarlo en este momento. La realidad debe ser abolida para salvar
la revolución. La realidad y los derechos humanos. ¿Cómo es eso de que
un Gobierno se presenta con helicópteros artillados en un edificio
donde, además de los jefes de los colectivos, había civiles (incluidos
niños) y lanza un operativo más propio de una guerra que de un
enfrentamiento para detener a delincuentes “comunes”? ¿Esto se hace para
atrapar a delincuentes comunes o es una operación quirúrgica? ¿Por qué
no hay un solo CICPC muerto si fue un enfrentamiento? Todo esto debe
aclararlo el ministro Rodríguez Torres, cuyo mutismo, en los primeros
dos días en que ocurrieron los hechos, ha sido significativo y curioso.
Si se tratara de delincuentes comunes, ¿no habría el ministro, muy dado
al careo mediático, convocado de inmediato a una rueda de prensa para
mostrar a los cabecillas ultimados como si fueran trofeos, sobre todo en
un país sitiado por el hampa y donde las encuestas señalan que el de la
inseguridad es uno de los problemas, junto con el del costo de la vida y
el de la escasez, que más agobia a los venezolanos?
Nada
aquí suena verosímil. Nada resulta creíble. Hay una aureola de
falsedad en la explicación que se ofrece de esta cadena de asesinatos. A
estas alturas, cabría la pregunta: ¿El crimen de Juancho Montoya fue un
hecho casual que ocurrió en el marco del caos del 12F o está conectado
con las muertes que crecen a escala aritmética en el seno de la
revolución? ¿El asesinato del escolta de Robert Serra, el detective
Alexis Barreto, ocurrido hace dos años, es un hecho aislado e imputable
estrictamente al problema de inseguridad que vive Venezuela o se
inscribe dentro del conglomerado de crímenes que vemos ahora en
perspectiva? ¿El asesinato de Eliézer Otayza, uno de cuyos
guardaespaldas, Jesús Rodríguez, cayó en la razzia de
Quinta Crespo, tiene algo que ver con los homicidios en serie o
seguimos dándole crédito a la hipótesis del hampa común? La duda es
razonable. Y más en el caso de Montoya que en el de Otayza. ¿Hay un
macro plan para descabezar a los colectivos que no entren por el redil?
Ya vimos que los líderes de Los Tupamaros José Pinto y Alberto “Chino”
Carías jugaron cuadro cerrado con Rodríguez Torres y marcaron distancia
del Frente 5 de marzo. Eso indica que hay facciones dentro del universo
de los colectivos. Unos más alineados con Miraflores y otros menos.
¿Es
esto que vimos en Quinta Crespo expresión de las luchas intestinas
dentro del chavismo? Hay que decir algo: a Odreman no podían pasarlo al
tribunal disciplinario, como ocurrió con Navarro. No podían aplicarle el
aislamiento que le aplicaron a Giordani. A Giordani lo fusilaron
simbólicamente. No, Odreman es otra cosa. El caso Odreman no encaja en
los estatutos del PSUV. Odreman y Montoya y Maikol Contreras y los otros
jefes de los colectivos entran en otra jurisdicción: la de las balas;
la del borderline. Es la virilidad de la artillería. Y ése es otro idioma. Un idioma que siempre termina en novela negra.
Los
asesinatos en serie amenazan a la revolución. Como si Jack el
Destripador se hubiera infiltrado en las filas rojas rojitas. ¿Hay un
Jack en el proceso o no lo hay? ¿Y quién es? ¿Cuál es su verdadera
identidad? ¿Fue Jack el que urdió el asesinato de Montoya y de Odreman y
de Contreras? ¿O estos crímenes, más el de Serra, son de distinta
autoría? El Jack verdadero, el asesino en serie de Londres, jamás fue
atrapado. Acá puede que nunca lo atrapen porque sencillamente no exista.
Pero el Gobierno debe demostrarlo con un relato verosímil. Con una
trama mejor contada. Sin cabos sueltos. Hasta tanto no sea así, la duda
es una hipótesis. La duda es un derecho. El mismo derecho que asiste a
quienes leen historias policiales y se hacen preguntas.
El escritor George Steiner citaba una vez en una entrevista en El País de
España una frase del filósofo Heidegger: la ciencia es aburrida porque
ofrece todas las respuestas. Podríamos decir: los homicidios que han
ocurrido en el seno de la revolución son inquietantes y perturbadores
porque dejan muchas preguntas en el aire. El Gobierno debe demostrar
que la casualidad existe. Que no es Saturno quien se ha devorado a sus
hijos —transmutado en una versión moderna y tropical de Jack el
Destripador— sino que ha sido el azar el vaso comunicante de esta cadena
de crímenes.
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