Saturday, October 11, 2014

Jack el destripador se infiltra en la revolución

En: http://konzapata.com/2014/10/jack-el-destripador-se-infiltra-en-la-revolucion/

Por Gloria M. Bastidas. @gloriabastidas
 
Llama poderosamente la atención que tanto el CICPC como el Ministerio de Interior se empeñen en desvincular el asesinato del diputado Robert Serra con los sucesos ocurridos en Quinta Crespo, que arrojaron un saldo de cinco muertos. Hay una cadena de crímenes. Y no parece estar muy claro que no estén relacionados entre sí. Uno podría hacerse la pregunta elemental —la que formularía desde un curtido Sherlock Holmes hasta cualquier amateur desprevenido: ¿Cómo es que no está relacionado un caso con otro si el jefe del Frente 5 de marzo, José Miguel Odreman, caído en la refriega, formó parte del cortejo que llevó a Serra al Cementerio del Sur y aparece fotografiado con éste, según se pudo observar en su cuenta de Twitter? ¿Cómo es que no está relacionado un caso con otro si Maikol Antonio Contreras Bernal, el segundo de a bordo del Frente 5 de marzo, también caído, formó parte de la guardia de honor que rindió homenaje al parlamentario Robert Serra, tal como reseña El Nacional? El Gobierno tendrá que demostrar que la casualidad existe. Y hasta que no lo demuestre, tenemos derecho a pensar que hay vasos comunicantes entre el crimen de Serra y lo que ocurrió en el Edificio Manfredir.
Resulta curioso que el Gobierno haya intentado, a las primeras de cambio, separar un suceso de otro. ¿Por qué esa escisión? ¿Por qué recurrir al bisturí para cortar las dos historias cuando pareciera haber un parentesco entre ellas? ¿Es que Odreman —que una hora y 10 minutos antes de ser asesinado, en una entrevista que le hace un medio audiovisual, y que es una joya para tratar de armas las piezas de esta cadena de crímenes, advierte que si algo le ocurre el culpable sería el ministro Miguel Rodríguez Torres— sabía algo del crimen de Serra que no convenía que se supiera? Porque, atención, cuando la periodista le pregunta qué razón le dieron los funcionarios policiales para allanar la sede del colectivo y si acaso la razón no sería el asesinato del diputado Robert Serra, Odreman —en una salida a lo Isaac Newton, a lo Albert Einstein— suelta una frase que también es fundamental para las pesquisas: “Las matemáticas no fallan”. ¡Dios!. Y al rato, Odreman era hombre muerto. Ciertamente: el Gobierno tiene que demostrar que la casualidad no existe. Pero llama la atención, también, que el director del CICPC se haya empeñado en presentar a los miembros de estos colectivos como unos clásicos jefes de bandas delincuenciales.
¿Por qué llama la atención? Por lo que se supo de inmediato: porque Odreman aparece en una serie de fotografías, y hasta en videos, con gente de la nomenklatura chavista. Con la élite chavista. Odreman aparece retratado junto al comandante eterno (un Chávez que estaba custodiado por un anillo de seguridad de factura cubana, que está entrenado en tareas antimagnicidio, que suele ser paranoico, receloso, escrutador). Odreman aparece retratado —tenía su revista Hola en Twitter, una galería con celebridades— con el presidente Nicolás Maduro (igual, custodiado por los cubanos, por los desconfiados cubanos: y aun así el jefe del Frente 5 de marzo aparece justo detrás de Maduro, como si formara parte de su anillo de seguridad; de hecho, su hermana, María Marquina, declaró a los medios que él tenía contacto directo con el Presidente). Odreman aparece retratado con la Primera Combatiente Cilia Flores (también cuidada como una joya de la corona por los cubanos). Odreman aparece retratado con el ex vicepresidente y ex ministro de la Defensa, José Vicente Rangel. Odreman aparece también, como dijimos antes, en una misma gráfica con el diputado Robert Serra, con Juancho Montoya (el jefe del Secretariado Revolucionario de Venezuela asesinado en el marco de los sucesos del 12F) y con el general Wilmer Barrientos. El Gobierno tiene que demostrar que la casualidad existe. Que esta revista Hola es apócrifa.
Y no sólo tiene que demostrar que la casualidad existe: tiene que desarrollar una trama verosímil de la versión final que dará de esta cadena de asesinatos. Según la Real Academia, la verosimilitud puede definirse como: 1) Verosímil: que tiene apariencia de verdadero. 2) Creíble por no ofrecer carácter alguno de falsedad. Las preguntas que, entonces, hay que hacerse serían: ¿Es cierto que no hay nexo alguno entre el crimen de Serra y los sucesos de Quinta Crespo? ¿Es cierto, como aseguran el CICPC y el Ministerio de Interior —que, como bien aclara la periodista Elizabeth Fuentes en su crónica de este martes en Konzapata.com, son instituciones que obedecen órdenes del Gobierno—, que José Miguel Odreman no formaba parte de los colectivos aupados por la revolución? ¿O es falsa esa afirmación? Y si es falsa, como parece que fuera, por todas las evidencias que hay, ¿por qué la postula el Gobierno? ¿Porque Odreman sabía algo del crimen de La Pastora y se habría preferido correr con el costo de su muerte antes que con el de la espada de Damocles de mantenerlo vivo? ¿Porque se estaría aprovechando esta coyuntura para despachar a los grupos paraestatales que controlaba Chávez y que ahora andan de su cuenta y son una amenaza para la cohesión revolucionaria, una suerte de Frankenstein?
El Gobierno está urgido de verosimilitud. Pero le resulta difícil construirla. Se trata de una cadena de hechos difíciles de controlar y las evidencias conspiran contra el relato oficial. La consigna que le queda al poder es que la realidad no puede ser más importante que la revolución. La revolución está primero: después viene la realidad. La realidad está subordinada a la revolución. El video de Odreman con Maduro puede que sea parte de la realidad. Pero no es revolucionario reivindicarlo en este momento. La realidad debe ser abolida para salvar la revolución. La realidad y los derechos humanos. ¿Cómo es eso de que un Gobierno se presenta con helicópteros artillados en un edificio donde, además de los jefes de los colectivos, había civiles (incluidos niños) y lanza un operativo más propio de una guerra que de un enfrentamiento para detener a delincuentes “comunes”? ¿Esto se hace para atrapar a delincuentes comunes o es una operación quirúrgica? ¿Por qué no hay un solo CICPC muerto si fue un enfrentamiento? Todo esto debe aclararlo el ministro Rodríguez Torres, cuyo mutismo, en los primeros dos días en que ocurrieron los hechos, ha sido significativo y curioso. Si se tratara de delincuentes comunes, ¿no habría el ministro, muy dado al careo mediático, convocado de inmediato a una rueda de prensa para mostrar a los cabecillas ultimados como si fueran trofeos, sobre todo en un país sitiado por el hampa y donde las encuestas señalan que el de la inseguridad es uno de los problemas, junto con el del costo de la vida y el de la escasez, que más agobia a los venezolanos?
Nada aquí suena verosímil. Nada resulta creíble.  Hay una aureola de falsedad en la explicación que se ofrece de esta cadena de asesinatos. A estas alturas, cabría la pregunta: ¿El crimen de Juancho Montoya fue un hecho casual que ocurrió en el marco del caos del 12F o está conectado con las muertes que crecen a escala aritmética en el seno de la revolución? ¿El asesinato del escolta de Robert Serra, el detective Alexis Barreto, ocurrido hace dos años, es un hecho aislado e imputable estrictamente al problema de inseguridad que vive Venezuela o se inscribe dentro del conglomerado de crímenes que vemos ahora en perspectiva? ¿El asesinato de Eliézer Otayza, uno de cuyos guardaespaldas, Jesús Rodríguez, cayó en la razzia de Quinta Crespo, tiene algo que ver con los homicidios en serie o seguimos dándole crédito a la hipótesis del hampa común? La duda es razonable. Y más en el caso de Montoya que en el de Otayza. ¿Hay un macro plan para descabezar a los colectivos que no entren por el redil? Ya vimos que los líderes de Los Tupamaros José Pinto y Alberto “Chino” Carías jugaron cuadro cerrado con Rodríguez Torres y marcaron distancia del Frente 5 de marzo. Eso indica que hay facciones dentro del universo de los colectivos. Unos más alineados con Miraflores y otros menos. 
¿Es esto que vimos en Quinta Crespo expresión de las luchas intestinas dentro del chavismo? Hay que decir algo: a Odreman no podían pasarlo al tribunal disciplinario, como ocurrió con Navarro. No podían aplicarle el aislamiento que le aplicaron a Giordani. A Giordani lo fusilaron simbólicamente. No, Odreman es otra cosa. El caso Odreman no encaja en los estatutos del PSUV. Odreman y Montoya y Maikol Contreras y los otros jefes de los colectivos entran en otra jurisdicción: la de las balas; la del borderline. Es la virilidad de la artillería. Y ése es otro idioma. Un idioma que siempre termina en novela negra.
Los asesinatos en serie amenazan a la revolución. Como si Jack el Destripador se hubiera infiltrado en las filas rojas rojitas. ¿Hay un Jack en el proceso o no lo hay? ¿Y quién es? ¿Cuál es su verdadera identidad? ¿Fue Jack el que urdió el asesinato de Montoya y de Odreman y de Contreras? ¿O estos crímenes, más el de Serra, son de distinta autoría? El Jack verdadero, el asesino en serie de Londres, jamás fue atrapado. Acá puede que nunca lo atrapen porque sencillamente no exista. Pero el Gobierno debe demostrarlo con un relato verosímil. Con una trama mejor contada. Sin cabos sueltos. Hasta tanto no sea así, la duda es una hipótesis. La duda es un derecho. El mismo derecho que asiste a quienes leen historias policiales y se hacen preguntas.
El escritor George Steiner citaba una vez en una entrevista en El País de España una frase del filósofo Heidegger: la ciencia es aburrida porque ofrece todas las respuestas. Podríamos decir: los homicidios que han ocurrido en el seno de la revolución son inquietantes y perturbadores porque dejan muchas preguntas en el aire.  El Gobierno debe demostrar que la casualidad existe. Que no es Saturno quien se ha devorado a sus hijos —transmutado en una versión moderna y tropical de Jack el Destripador— sino que ha sido el azar el vaso comunicante de esta cadena de crímenes.

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