RAFAEL MARTÍNEZ NESTARES
| EL UNIVERSAL
sábado 11 de octubre de 2014 12:00 AM
La dimensión humana y las
virtudes cristianas desarrolladas por este gigante venezolano han sido
valoradas desde hace mucho tiempo por la gente sencilla de nuestra
patria. Es así que, ya en vida y, después de su muerte, acaecida el 29
de junio de 1919, la figura del "Doctor de los pobres" se apoderó del
corazón y la devoción de los más humildes de nuestra tierra. Sin
dobleces y con un sentido de la caridad llevada al extremo, José
Gregorio Hernández se entregó a la labor científica, a la investigación y
a la docencia, con un fervor venezolano incuestionable. Encontró la
muerte al ser golpeado en la vía por un vehículo, justamente buscando
una medicina para un humilde paciente tras salir de una botica con
remedios en mano, entre las esquinas del Guanábano y Amadores, en La
Pastora (Caracas). Así era la devoción por sus enfermos del hombre de
Isnotú, recóndita localidad de la geografía nacional, en el depauperado y
amado estado Trujillo, en los hermosos Andes venezolanos.
Hace 150 años, vino al mundo este santo y sabio criollo. Un 26 de octubre de 1864, nacería quien saldría de Trujillo para viajar a Caracas y a Europa, para formarse para su Patria. Aprendió para él y, entregó su sabiduría hecha investigación, plasmada en sus documentos de histología patológica, bacteriología, parasitología y fisiología. Estudió la tuberculosis, la neumonía y la fiebre amarilla, flagelos de la población de esa época.
El Dr. Hernández era un hombre decimonónico, pero su vida fue un oasis, entre tanta maldad. Su obra y entrega, en aquél siglo de aviesa lucha intestina entre caudillos locales por el poder político, de espaldas al pueblo y al país, así lo demuestran. De veras, un regalo de Dios para la atribulada Venezuela del siglo XIX.
Por ello, he querido acercarme a nuestros lectores semanales para recordar que, aún en la aparente oscuridad, existen mujeres y hombres que son capaces de ver la Luz, en el amor cotidiano hacia el otro, en el servicio y en la entrega diaria a la actividad menuda, desde la "alegría y la esperanza" de nuestra Patria bendecida por el Creador con abundantes riquezas naturales y humanas.
Hoy día, que examinamos el progreso económico real y significativo, unido al desarrollo de la democracia y de libertades enmarcadas en un Estado de Derecho o la carencia de éstas, debemos revisarnos de cara al reencuentro nacional, en la figura de este elevado y cultísimo hombre de nuestras tierras venezolanas.
Fue declarado "Venerable" el 16 de enero de 1986, por San Juan Pablo II, papa. Un proceso canónico que se había iniciado en 1948 con Mons. Lucas Guillermo Castillo Hernández, Arzobispo de Caracas. Gran luchador y demócrata invaluable, a quien tocó ocultar al escritor, periodista y político, Miguel Otero Silva, perseguido por los esbirros de Gómez, siendo obispo en Coro, valga la digresión.
Pronto veremos al Dr. José Gregorio Hernández en los altares, beatificado por el Papa. Pidamos que, el milagro que lo lleve al culto católico, sea la unión de quienes hemos venido siendo separados por la diatriba y la polarización diaria. De esta forma, como compatriotas, podremos vivir en el fomento de la "civilización del amor" para Venezuela.
Miremos la figura del Dr. Hernández y, veamos en él y su obra, el espacio que como ciudadanos nos toca jugar en este siglo XXI de tanta oscuridad y retroceso aparente. A cada uno de nosotros, a 95 años de su partida y 150 de su nacimiento, nos corresponde unirnos en la oración y la acción por una Patria nueva, mejor y más justa para todos.
Hace 150 años, vino al mundo este santo y sabio criollo. Un 26 de octubre de 1864, nacería quien saldría de Trujillo para viajar a Caracas y a Europa, para formarse para su Patria. Aprendió para él y, entregó su sabiduría hecha investigación, plasmada en sus documentos de histología patológica, bacteriología, parasitología y fisiología. Estudió la tuberculosis, la neumonía y la fiebre amarilla, flagelos de la población de esa época.
El Dr. Hernández era un hombre decimonónico, pero su vida fue un oasis, entre tanta maldad. Su obra y entrega, en aquél siglo de aviesa lucha intestina entre caudillos locales por el poder político, de espaldas al pueblo y al país, así lo demuestran. De veras, un regalo de Dios para la atribulada Venezuela del siglo XIX.
Por ello, he querido acercarme a nuestros lectores semanales para recordar que, aún en la aparente oscuridad, existen mujeres y hombres que son capaces de ver la Luz, en el amor cotidiano hacia el otro, en el servicio y en la entrega diaria a la actividad menuda, desde la "alegría y la esperanza" de nuestra Patria bendecida por el Creador con abundantes riquezas naturales y humanas.
Hoy día, que examinamos el progreso económico real y significativo, unido al desarrollo de la democracia y de libertades enmarcadas en un Estado de Derecho o la carencia de éstas, debemos revisarnos de cara al reencuentro nacional, en la figura de este elevado y cultísimo hombre de nuestras tierras venezolanas.
Fue declarado "Venerable" el 16 de enero de 1986, por San Juan Pablo II, papa. Un proceso canónico que se había iniciado en 1948 con Mons. Lucas Guillermo Castillo Hernández, Arzobispo de Caracas. Gran luchador y demócrata invaluable, a quien tocó ocultar al escritor, periodista y político, Miguel Otero Silva, perseguido por los esbirros de Gómez, siendo obispo en Coro, valga la digresión.
Pronto veremos al Dr. José Gregorio Hernández en los altares, beatificado por el Papa. Pidamos que, el milagro que lo lleve al culto católico, sea la unión de quienes hemos venido siendo separados por la diatriba y la polarización diaria. De esta forma, como compatriotas, podremos vivir en el fomento de la "civilización del amor" para Venezuela.
Miremos la figura del Dr. Hernández y, veamos en él y su obra, el espacio que como ciudadanos nos toca jugar en este siglo XXI de tanta oscuridad y retroceso aparente. A cada uno de nosotros, a 95 años de su partida y 150 de su nacimiento, nos corresponde unirnos en la oración y la acción por una Patria nueva, mejor y más justa para todos.
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