Milagros Socorro
Cada hora se incorpora una imagen a la
colección de la Fundación Fotografía Urbana. En promedio. Hay meses en
que la cosecha es superior. Esto ocurre cuando Herman Sifontes o Vasco
Szinetar topan con un yacimiento de fotografías y entonces el acervo se
incrementa de golpe. Esto ha pasado en varias ocasiones y la ganancia ha
sido formidable. Pero aún cuando las pesquisas no son premiadas con un
hallazgo espectacular, el flujo no cesa. Cada mes ingresan unas 600
imágenes.
La colección se mantiene en expansión y
su perfil todavía es cambiante. Es una criatura viva y, como
corresponde, muta, da sorpresas, intenta un camino, tantea otra ruta,
crece y se reproduce. Pero está previsto que muera porque lleva en su
espíritu el germen de la adaptación: es un conjunto de imágenes que
nació como una iniciativa privada, se encuentra en la transición hacia
entidad pública, y puede preverse que llegará a ser una institución
fundamental en la cultura visual de Venezuela.
Herman Sifontes es el fundador de la
Fundación Fotografía Urbana y miembro de su Junta Directiva, mientras
que el conocido fotógrafo Vasco Szinetar (Caracas, 1948) asiste también a
la máxima instancia de decisiones y se desempeña como curador de la
colección. En la actualidad –y sin abandonar ni un solo día su
incansable trabajo de fotógrafo– la Fundación Fotografía Urbana es su
principal trabajo. El reto es monumental: se proponen ofrecerle a
Venezuela el mayor archivo de sus imágenes fotográficas. Un espejo,
pues. Un espejo de varios cuerpos (puesto que el reflejo del país es
diverso, fidedigno en sus contradicciones). Al tiempo que un reservorio
de la memoria de la nación. Los países son olvidadizos, de allí que las
élites nacionales asuman la tarea de combatir el olvido (siempre fértil
para las manipulaciones y versiones adulteradas de la historia) con
archivos, museos, bibliotecas y, en suma, colecciones de objetos y
documentos en todo tipo de soporte, cuya finalidad es mantener tibio el
pasado y favorecer su actualización.
*
El coleccionista es como el halcón
Mi infancia –dice Vasco Szinetar– está
vinculada al archivo, porque en la casa de mi abuelo, el general
Gabaldón, uno de esos caudillos tan abundantes en la historia de
Venezuela, que estaba en la avenida Páez de El Paraíso, había una
despensa donde él guardaba varios baúles llenos de papeles de cuando
ejerció la vida pública. Allí se amontonaban trastos viejos y aquellos
arcones llenos de carpetas, cartas, fotos, esquelas, recortes de
periódico, tarjetas de invitación, tarjetas de presentación de
funcionarios, telegramas, partidas de nacimiento… Me pasaba horas allí.
“Quien trabaja con los archivos es, en
esencia, un voyeurista. Mi formación es de mirón. No había archivo,
gaveta en mi casa, que yo no hubiese inventariado exhaustivamente. Leía
cartas, repasaba recortes de prensa, me enteraba de historias, de
conflictos que tenía mi abuelo con gente. Eso me fue labrando un olfato,
yo diría infalible, que a estas alturas me permite dar el zarpazo sobre
la información adecuada. Soy coleccionista de primeras ediciones de
libros de literatura y fotografía. Con frecuencia voy a los remates
entro en trance: no me detengo en particularidades, miro el conjunto
como los zamuros sobre el basurero y, de pronto, me arrojo sobre la
presa única, sin titubeo y sin equivocación. Soy como un halcón. Y nunca
me equivoco”.
¿Cómo se entrena el halcón?
Es necesario ejercitar la memoria. Y la
relación de las cosas entre sí. Hay que saber Historia, crónica,
anécdotas, quién es quien, retener rostros y rasgos, si viste a alguien a
los 20 tener la capacidad de ubicarlos y reconocerlos a los 80. La
cultura es relacionar cosas. Cuando asesoré al diario El Nacional con su
archivo, entre 1998 y 2002, reapareció Luis Miquilena en el panorama de
la política venezolana. En el archivo no había un sobre sustancioso de
imágenes de Miquilena. Me pregunté: con quién estuvo Miquilena todos
estos años. Lo fui rastreando a través de otros personajes en cuyas
fotos aparecía él como figura secundaria. Eso me permitió armar un
archivo con Miquilena donde la historia quedaba resemantizada: los
protagonistas de ayer devinieron figurantes en el cuento de Miquilena.
*
Estudiante de cine
Entre 1970 y 72, Vasco Szinetar cursó
estudios superiores en la escuela de cine León Schiller en Lodz,
Polonia. Y del 73 al 76, en la London International Film School, donde
obtuvo el diploma de Art Technique of Film Making. Lo más relevante de
esta etapa no es que se haya graduado, como les consta a sus
fotografiados, Szinetar logra lo que se propone: La hazaña es que lo
haya hecho sin hablar polaco ni inglés. Pero no hay que apresurarse,
Szinetar no es de esos fotógrafos que no hablan ninguna lengua, salvo la
inherente a la composición gráfica. Domina el castellano hasta el punto
de ser un notable poeta, autor de cuatro libros, publicados entre 1975 y
1999, y quién sabe cuántos inéditos. Además, ha escrito ensayos sobre
la imagen.
“Mi formación es muy dispersa –explica–.
Siempre he tenido gran admiración por quienes tienen una formación
rigurosa y exhaustiva, que puede ser seguida con sus resultados
luminosos. A diferencia de eso, yo he tenido una educación atropellada,
interferida por mi vida personal”.
Los sobresaltos en su educación se
resumen en el cuadro reiterado de un muchacho expulsado de muchos
colegios o cambiado de plantel por los constantes traslados de su padre,
“un judío comunista que había venido de Transilvania en 1938, había
estado preso cuando Pérez Jiménez, y había fracasado como comerciante”.
Pero a los 13 años ocurrió algo que
cambiaría su vida. Empezó a hacer fotografías con una cámara que le
había regalado su tío Edgard Gabaldón Márquez, historiador, periodista y
políglota, “pero sobre todo, un excéntrico, un auténtico personaje. Era
un solterón. Tenía un cuarto en la casa del general Gabaldón. Lleno de
libros. Era sumamente unido con su hermano Argimiro, quien, como se sabe
era un hombre de acción, pero además era intelectual e incluso
novelista. Cuando matan a Argimiro, él, que estaba sordo y tenía una
pierna más corta que la otra, se va a la montaña para unirse a la
guerrilla, tomando la previsión, antes de irse, de mandar varias cajas
de libros… Bueno, esa es otra historia. Apasionante”.
El punto es que el tío había puesto una
cámara en las manos del adolescente Vasco Szinetar. Y ya en 1977, cuando
tenía 28 años publicó su primera fotografía: un retrato del poeta Darío
Lancini, que ilustraba un trabajo de Jesús Sanoja Hernández.
¿Cómo llegó usted a la Fundación Fotografía Urbana?
Primero llegué a la Fundación para la
Cultura Urbana, a instancias de Rafael Arráiz Lucca, quien me invitó a
participar en ese proyecto, en 2003. Eso me permitió entrar en contacto
con Herman Sifontes, a quien no conocía. Herman había comenzado a
organizar un conjunto de imágenes a partir de un baúl que atesoraba su
abuela. Ese descubrimiento inicial, por la vía del afecto, se le llegó a
convertir en un profundo interés por la imagen histórica de Venezuela; y
muy pronto tendría conciencia de que esas fotografías que documentan un
devenir nacional tenían un destino que iba más allá de una compilación
apasionante.
¿Cómo fue la transición de colección particular a archivo con acceso público?
En la construcción de la Fundación
Fotografía Urbana hay una persona fundamental, William Niño Araque,
quien aportó sus conocimientos, su creatividad y su generosidad en
relación al país. William tenía muy claro el concepto de archivo de la
memoria y eso nos alumbró en la misión, visión y estructuración de la
Fundación. Concebir la colección como archivo estableció el paradigma de
lo que haríamos y nos ha guiado desde entonces.
¿Qué hay en la colección de la Fundación Fotografía Urbana?
En principio, la colección abarca desde
los inicios del daguerrotipo hasta la contemporaneidad. En tan amplio
marco, hay diversas líneas. Hay un registro urbano; hay un seguimiento
del fotoperiodismo en Venezuela; hay foto documental, la vida oficial en
el ámbito de eventos, hechos políticos, así como obra de los distintos
gobiernos, en el siglo XX se empleó a fotógrafos importantes para
documentar el avance del Estado en construcción de infraestructura, ese
trabajo hoy tiene un valor no solo histórico sino estético; está la
imagen en los estudios fotográficos desde finales del siglo XIX cuando
el estudio era una institución; está el ámbito privado y familiar, que
se expresa a través de álbumes, fotos sueltas, fotos que dan testimonio
del recorrido del ser humano cotidiano, de sus fiestas, su sorpresa ante
el advenimiento de los hijos, los viajes; imágenes publicitarias,
comerciales y políticas; fotos populares; construcción del paisaje
urbano.
Y está la expresión explícitamente
autoral. Por este camino, hemos incorporado autores fundamentales como
Tito Caula, Alfredo Cortina, Paolo Gasparini, Alfredo Boulton, Torito,
Leo Matiz, Victoriano de Los Ríos, Alexander Apóstol, Ricardo Jiménez,
Deborah Castillo, Bárbara Brandley, Ricardo Armas, Antolín Sánchez, Tom
Grillo, Lisbeth Salas…
Armar un archivo de esta naturaleza es
una aventura de vida. Cada adquisición está ligada no solamente a un
concepto que responde al proyecto curatorial macro, sino que esto nos
permite establecer relaciones con familias, con artistas, con archivos
privados, con un universo plural de personas que están detrás de las
imágenes.
¿Cómo describiría su labor de curador?
Me acerco lentamente, con aplomo,
lentitud y sigilo para evaluar las piezas. Hay dos territorios. El de
los autores, que impone una relación conceptual y estética definida, y
que responde a un criterio curatorial muy firme; y el otro, el de
desplazarse en la gran selva urbana y detectar dónde están los tesoros
fotográficos palpitantes, antes de que desparezcan en un botadero.
El espíritu del detective.
Exactamente. Un día recibimos un dato
acerca del archivo de Alfredo Cortina, quien había fallecido, lo mismo
su esposa, la gran poeta Elizabeth Schöen, sin descendencia. Durante 30
años yo había tenido noticia de la obra fotográfica de Alfredo Cortina,
pero hasta ese momento era una asignatura pendiente… hasta que esa
llamada me puso delante de la cueva de las maravillas. Fuimos a la casa
de Los Rosales y adquirimos el archivo completo, unos 6 mil negativos,
que contenían toda una vida conservada en imágenes fotográficas. Puedo
afirmar sin reservas que un impactante evento de la fotografía
latinoamericana es el descubrimiento de Alfredo Cortina como una de las
grandes referencias de la imagen del continente. Al concentrarme en el
estudio de esta obra, encontré 200 imágenes tomadas desde los años 40
hasta finales de los 60. Hice una presentación en power point y
se la envié a un entrañable amigo en quien confío, Luis Enrique Pérez
Oramas. A vuelta de correo, él coincidió conmigo en que estamos ante un
autor único. Entonces, nombran a Luis Enrique curador de la Bienal de
Sao Paulo y nos invita a llevar a Cortina a ese evento.. y ahí comenzó
la ruta internacional de Cortina como uno de los grandes descubrimientos
de la fotografía latinoamericana.
En una ocasión adquirimos 800 fotos de
Torito. Un testimonio fascinante de la época gomecista, desde la vida
privada y la pública, así como el universo de obras que hizo el
gomecismo.
Nos llegan álbumes familiares. Una de
las joyas de la colección es un álbum de la policía donde aparecen los
detenidos de los años 40, ladrones, putas, estafadores. Y el fotógrafo
que en ese momento trabajaba para la policía era el Gordo Pérez.
Hay unas pocas fotos del año 45, donde
aparecen todos los cómplices del golpe contra Medina. Hay una imagen
extraordinaria de Jorge Humberto Cárdenas, donde aparecen Pérez Jiménez y
Betancourt, de la época en que los dos se aliaron para tumbar a Medina
Angarita.
Otro ítem de la colección es el
maravilloso registro fotográfico de los ojos privilegiados de la foto
latinoamericana: Leo Matiz, de quien tenemos más de 3 mil imágenes.
¿De cuántas imágenes estamos hablando?
Hasta este momento han ingresado a la base de datos aproximadamente 40 mil imágenes. Se incorporan unas 600 imágenes al mes.
¿Las adquisiciones continúan?
Todo el tiempo. Hay unos temas y autores
que tenemos que incorporar. Por ejemplo, estamos tratando de documentar
los años 80 y 90 del siglo XX. En esa línea están pendiente muchos
autores.
¿Qué pasa una vez que la foto llega a la Fundación?
Cuando la fotos llega, se le da entrada:
se anota su procedencia, autor, fecha. Luego se clasifican: si son de
autores, si son documentales (por tema), de familia, política,
publicidad. Después se digitaliza, se le incorpora un número y entra con
un número a la base de datos. Luego, hay un operador que revisa cada
foto y le añade un información referida al tema y a la realización.
¿Qué esperan para tener legiones de usuarios?
La Fundación se ha ido construyendo de
manera lenta, amorosa, sin ostentación ni apuros, de manera que todo se
vaya metabolizando con el equipo. En la actualidad, la Fundación está en
proceso de crear los mecanismos para ponerla a disposición del público.
De momento, atendemos investigadores para proyectos específicos. Pero
calculamos que en un año estaremos en capacidad de abrir el servicio al
público. Cuando estemos listos, seremos un punto de encuentro para la
fotografía y la cultura venezolana.
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