Por Luis García Mora
Uno no sabe por qué, pero lo del
asesinato de Robert Serra y su asistente de una manera macabra y recia, y
la administración del plomo parejo al líder del colectivo 5 de Marzo,
José Odreman, el martes en un enfrentamiento campal entre su banda y la
policía judicial, bajo las órdenes del ministro de Interior y Justicia,
le dicen a uno que quizás en la FAN algunos se han hartado del
paramilitarismo violento.
Que al parecer el país no se soporta más sobre tanta anarquía armada.
¿Qué pasó?
En verdad, ¿creen algunos militares del
régimen que pueden, que les es posible, desarmar a tanta gente armada
por el propio Chávez, y de manera fácil?
El CICPC depende de Rodríguez Torres. Y
Rodriguez Torres del Presidente. Entonces, ¿cómo idearon esto, si es que
lo hicieron? Y más allá: de haberlo hecho, ¿cómo podrán explicarlo a
una ciudadanía atónita que descubre en las redes las miles de
fotografías no sólo de Robert Serra sino del resto junto con la Primera
Dama y el alto funcionariado del régimen, abrazados y en celebración
patriótica, como en el caso de Odreman, antes de morir descuartizados o
caer abatidos?
¿Cuál es la frontera entre el delito y
los conductores del proceso? Las expropiaciones no fueron más que la
expropiación de lo ajeno. Con una pátina revolucionaria, pero robo al
fin. Como se lo espetó en el rostro, con vigor y energía, la diputada
María Corina Machado y sin pelos en la lengua al comandante supremo en
su momento.
Odreman recibió múltiples impactos de
bala casi inmediatamente de formular ante las cámaras su denuncia:
“Responsabilizo de cualquier cosa que pueda ocurrirme al ministro de
Interior y Justicia, Miguel Rodriguez Torres”.
¿Se está ante una eliminación minuciosa a lo cubano?
¿O simplemente las vainas están ocurriendo y más nada?
Chávez aupó y armó a los colectivos al
estilo Noriega en 2002, al creer que podían tumbarlo de verdad desde la
calle. Y evidentemente sin ninguna certeza de la lealtad de aquella FAN
que acababa de solicitarle la renuncia.
Muchos camaradas le cogieron un cariño
enorme a un revólver. A una “metra”, a un fusil. Y se equivocaron de
camino al no meterse en las Fan o en cualquier policía u otra banda
similar. Y esos camaradas, desde esa izquierda que Petkoff llamó para
siempre “borbónica” (que ni aprende ni olvida), renacieron y se
levantaron desde los cementerios de la historia para reprimir a los
manifestantes “terroristas” y ser elevados por el nuevo jefe militar a
las alturas del uso y desuso su imagen, en el Canal 8 y los Aló, Presidente, a ese altar revolucionario tan ambiguo que se debate entre lo hamponil y lo absurdo.
Aunque, eso sí, siempre dispuestos a
disparar, a matar. Sobre todo a una población desarmada, claro. Pues
desde entonces, para los jefes casi de cucarachas se trababa, se trata.
En una larga y tortuosa onda expansiva de la ignorancia y del odio.
Y los más de 40 muertos de los sucesos
de enero a marzo lo demostraron en toda su crueldad, aunque difuminados
estos crímenes en el fasto de la celebración y de las fiestas, del fasto
revolucionario.
¡Vencimos! ¡Están listos!
Sin percatarse para nada que la
desmesura del acto de aquel líder de armar gente y darle metralletas, no
era en el fondo más que otra estupidez. O quizás sí, percatándose, y
embriagados por el poder, les dieron más juego en esta otra fiesta del
Chivo, olvidando que no hay nada más arriesgado en esta vida que armar a
un loco.
Ni nada más peligroso que, entre
represión y represión, dejar en manos de una gente sin moral
revolucionaria suficiente un mega armamento de las dimensiones del
actual.
Algo que con el tiempo y articulándose a
una vasta red criminal, ha terminado siendo absorbido y degradado desde
el poder, obligando a todo el mundo, chavistas y antichavistas, a
amarrarse los cinturones y a apretar los dientes dentro de este avión, o
a saltar, hacia cualquier parte, despavorido.
Y es que el país se le ha puesto duro a todos.
Hostil.
Y confuso. Se siente que de manera real o
imaginaria se nos está disparando a discreción desde todas partes. Y
cuando intentamos avistar una estructura, con lo que nos encontramos es
con una violencia de territorios que se solapan, de recursos, de
accesos, de canales, de afiliaciones y de agentes, en un intercambio de
riqueza y muerte entre los bandos o entre lo que alguien categoriza como
un híper Estado “facial” y otro híper Estado “comunal”, que no haya
como cogérselo todo.
Con un estrategia de conveniencia entre los dos.
Y una confusión fenomenal sobre qué es lo ajeno.
Se rompieron los moldes y sin querer, quizá, se incitó a delinquir.
Cayéndose en un nivel de contradicciones incomprensibles muy violento.
Y para muestra los últimos y confusos acontecimientos.
Las imágenes del entierro de Serra, cuya
campaña para ser electo diputado fue apoyada por uno de los líderes más
polémicos de los colectivos: Valentín Santana, jefe del colectivo “La
Piedrita”, y de Odreman, quien también tuvo acceso a figuras
gubernamentales como la primera dama, de acuerdo con las fotos que
circulan, son elocuentes. Ahí están las víctimas del enfrentamiento del
martes entre cuerpos policiales y civiles armados en el centro de
Caracas, con los familiares envueltos en las gigantografías de Chávez,
la bandera roja y el llanto.
Junto a las controversiales
declaraciones inmediatas del director del CICPC, Sierralta, en el
sentido de que en el allanamiento que degeneró en tiroteo en el edificio
Manfredi del centro de Caracas, sede del colectivo “Escudo de la Revolución”, se abatió a una banda delictiva, y que Odreman estaba solicitado por varios homicidios.
¿Cómo se concilian estas dos visiones?
¿Estas dos versiones?
¿Quién defiende a la Revolución y quién al hampa?
Más allá del uso y abuso que se hace del
aparato de propaganda para convertir esta situación de violencia en una
guerra, ya sea contra la CIA o contra el ébola, se le está haciendo muy
difícil al venezolano distanciarse de tanta degradación del ambiente,
donde es imposible convivir junto a grupos civiles de todo pelambre,
armados y violentos, que dominan cada vez más territorios y vidas.
Espacios donde la policía uniformada no
puede pasar, y la investigación criminal tiene que anticipar que va a ir
a colectar una evidencia, pues de lo contrario tiene prohibido el
acceso.
Un estado dentro del Estado. Con armas largas y cortas que imponen y tumban puertas, allanan y matan.
Junto a la sorprendente fusión de
incapacidad ética y de gestión. Y como consecuencia, la ineptitud para
en quince años poder levantar una estrategia o un muro de contención, no
digamos ante el ébola, sino ante uno de los cambios más importantes en
la industria criminal de los últimos años: el solapamiento entre el alto
poder y el delito.
Un cambio o una truculencia que, a causa
este intento despótico de construir un poder hegemónico total, está a
punto de convertirnos a los millones de venezolanos que aún caminamos, y
aun respiramos, en un espejeo idiota de esa buena serie, The Walking Dead.
¿Qué no?
Para lograr la hegemonía total, los
grupos del crimen organizado (arriba y abajo) requieren de una sociedad
desarticulada y atemorizada. Y decía alguien: incapaz de cuestionar y
desobedecer los dictados de las autoridades de facto, que uno no sabe
que están pero están ahí.
La guerra y la violencia, decía Bernard Crick, representan la quiebra, no la extensión de la política.
Y, bueno, para terminar, se está
convocando a una gran movilización para el próximo sábado 18 de octubre.
En una especie de cruzada nacional contra la violencia. Iremos. Debemos
ir.
La inseguridad pública está en el centro de la agenda venezolana.
Los delitos violentos. La ineficiencia y
corrupción de las policías y del servicio de justicia penal, son
razones que han obligado al presidente Maduro en su orfandad a recurrir a
los militares para el mantenimiento del orden interno. Con su
entrenamiento que hace hincapié en el uso de las armas así como las
estrategias y tácticas para aniquilar al enemigo, y no a prevenir y a
controlar. Se trata de una corporación preparada para la guerra, no para
enfrentar la criminalidad como lo haría una policía profesional que no
existe.
Y que obliga a que aunque sea por razones de salud, por profilaxis, el sábado se salga a la calle.
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