Por
Ricardo Avila.-
Tarde o temprano, el que habla se revela. Jacques Lacan
decía: El inconsciente se estructura como lenguaje. La mente humana no
logra nunca contener sus más secretos pensamientos. Puede callar hoy,
incluso, mantener su silencio por mucho tiempo. Pero al día siguiente, o
incluso días después, hablará, se expresará.
Esos actos del
habla son como radiografías. Cuando alguien se impone un silencio sobre
lo que le perturba, lo quiera o no, dirá lo que siente, lo que teme o lo
que piensa. En otras circunstancias, ante otra realidad, frente a otro
tema, verbalizará su angustia, su conclusión. Basta con seguirle la
pista al sujeto, para descubrir lo que está pensando. Es una tarea que
exige paciencia, pero siempre produce resultados. No falla.
Por supuesto:
hay individuos más fáciles de atrapar. Hay personalidades más obvias,
que saltan de un lugar común a otro, de una evidencia a la siguiente.
Por ejemplo: Nicolás Maduro. En efecto, Nicolás Maduro es como uno de
esos peces que viven en una pecera transparente: se le puede mirar desde
todos los ángulos. Es el sujeto de lo obvio. El ramplón. El dos más
dos.
Tan obvio es,
que en los días en que el mundo se le caía encima, dijo que dormía como
un bebé. Nada menos. Eso desató la furia de los tuiteros de oposición
(furia un tanto banal, cuando aquello no era más que una velada
confesión de angustia incontenible). Maduro la estaba pasando mal, muy
mal, pero en su más precario estilo guachamarón y retador, dijo que
dormía mucho y tranquilo, cuando todo en él, ojeras y gestos, gritaban
lo contrario: se trataba de un hombre desesperado pidiendo clemencia.
Con el tiempo, porque a fin de cuentas el tiempo todo lo aclara, no una,
sino en decenas de oportunidades, Maduro ha hablado de los días
difíciles, de las reuniones hasta la madrugada, de sus constantes
desvelos.
El pez en su
pecera transparente, en días recientes, por ejemplo, dijo que su
gobierno no será afectado por la caída de los precios del petróleo. Nada
menos. Otra vez el guachamarón desafía a la realidad y la niega con
pocas palabras, con lo cual viene a confirmar que la disminución de los
ingresos no lo deja dormir.
Alguien podría
decir que Maduro no parece preocupado por su caída en las encuestas.
Apenas ha hecho mención a ellas. Se le percibe desapegado del tema. Pero
esto no es más que una falsa impresión. No sólo está tomado por la
angustia, sino que tiene lo que podríamos llamar “una arrechera
descomunal”. El bajón que reportan las mediciones, especialmente en los
sectores D y E, lo ha llenado de furia. Pero está en la obligación de
quedarse callado. Poner cara de que no está pasando nada.
Ha tenido que
ocurrir el triunfo de Dilma Rousseff en Brasil, para que aparezca como
aparece un conejo en el sombrero de un mago, de forma un tanto
sorpresiva, el pensamiento de Maduro, su conclusión. Y es que en el tuit
que Maduro puso para felicitar a Dilma, se coló está frase: “el pueblo
de Brasil no le falló a la Historia”. Es decir, ha puesto a circular la
idea, ha reconocido que los pueblos fallan. Los pueblos se cambian de
bando. Hoy te votan y mañana no. Hoy te apoyan y mañana te descalifican.
No son consecuentes. Y, ohhh maravilla de la lengua, resulta que son
capaces de algo muy grave: fallarle a la Historia. Fallarle al
predestinado. Al auto designado hijo de Chávez. Fallarle al pez
guachamarón que se hunde y se hunde en su propia pecera.
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