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Tamara Suju Roa
Ante todo quiero agradecer a Alejandra y a todo su equipo que hacen
del Semanario La Razón nuestra casa todos los domingos, sin censuras ni
lineamientos, y en donde nos sentimos libres de exponer nuestras
opiniones como personas independientes, tal y cómo siempre hemos sido
los venezolanos.
A mi país, Venezuela, la conozco palmo a palmo. De punta a punta. He
recorrido sus carreteras disfrutando de sus paisajes, oliendo la tierra
del llano y disfrutando la inmensidad de su verdor, sintiendo la brisa
del mar y el calor de la arena bajo mis pies, durmiendo en una hamaca en
Kanavayen para recibir el año nuevo con los pemones, o sacudiendo la
arena de mis pies al caminar por el maravilloso Istmo de Paraguaná.
Muchas veces estuve en la cima del cielo, en mis queridos parajes
andinos, donde tengo raíces, donde el olor a papelón quemado se me ha
incrustado en la mente de tal forma que ahora cuando en países lejanos
hay un olor parecido, mi pensamiento viaja a La Grita, al Páramo de la
Culata o al Páramo del Zumbador, o a la bella cabaña de mi amiga, frente
a los picos nevados, donde Mérida se convierte en aquellos mundos de
Dios que tanto nombraba mi Nono. Puedo decir que conozco a mi país palmo
a palmo, y se cuanto vale su gente, mi gente.
Durante la última década, éste recorrido lo hice con la cruz de los
presos y perseguidos políticos a cuesta. Con gente muy valiosa fundé
tres organizaciones que me han dado mucha satisfacción. Y a través de
ellas conocí a venezolanos solidarios y valientes. Junto a mis Damas de
Blanco recorrimos las calles de cuanta ciudad tenia encerrado en sus
calabozos a venezolanos dignos, y nunca nos cansamos de barrerles las
aceras y echarle agua y jabón a las paredes de fiscalias y defensorias,
como símbolo de la limpieza que esos organismos necesitan para tener en
su estructura a personas probas y apegadas a la Ley. No puedo dejar de
mencionar la gran satisfacción que me ha dado haber trabajado con tantos
jóvenes inteligentes y valientes, la esperanza de este país, muchachos a
los que le ha tocado un rol duro en defensa de la democracia y que
tendrán el cuero curtió y la sabiduría suficiente para enfrentar en su
futuro a cualquier régimen, institución o persona que pretenda socavar
sus derechos y libertades.
A ustedes mis queridos lectores, les debo una explicación: Me fui.
Por ahora. Me fui porque el país que tanto quiero se ha ocultado y no
reconozco al que aflora ni a la gente que lo dirige. No reconozco tanto
odio y tanto rencor metido en el corazón de quienes nacieron en la
Venezuela de las oportunidades y al que han destruido y arruinado sin
vergüenza alguna. Un proyecto de poder los llevó al gobierno con una
gran ansia de venganza de no sabemos qué, pero que alcanzó el corazón de
los más desposeídos que esperanzados le dieron su voto y de quienes se
han burlado descaradamente, porque ahora están en peor situación y si
las cosas no cambian, la esperanza de un mejor futuro se aleja y
seguirán sin calidad de vida, sin buena educación, sin seguridad, sin
políticas públicas de la buena gobernanza y sin servicios públicos
óptimos, que es lo mínimo que debería ofrecernos una nación petrolera.
Me fui porque quienes nos gobiernan no sienten respeto por el pueblo
venezolano. Ellos han azuzado la maldad de aquellos que han sido capaces
de torturar y maltratar a nuestros jóvenes, sin distinción de sexo ni
edad, porque se saben impunes por su poder. Maldad a la que le han
agregado saña y goce, motivos que nunca pensé que un venezolano
pudiera sentir, y me dio asco.
Los dos últimos años hemos conocido al “hombre nuevo” que tanto nos
anunciaron. Los vi en los Guardias Nacionales que fueron capaces de
torturar a mujeres indefensas en Barquisimeto, o en los funcionarios del
Sebin que le dieron descargas eléctricas a jóvenes que pudieron ser mis
hijos o los de usted, hasta dejarlos sin sentido. También en los
funcionarios del CICPC que arrodillaron por horas a muchachos el 12 de
febrero, golpeándolos, pateándolos, roseándolos con gasolina,
o en aquellos dantescos funcionarios del Sebin que ese mismo día fueron
capaces de dispararle a jóvenes en el centro de Caracas y matar a dos,
con disparos en la cabeza. Lo vi en aquel Guardia que fue capaz de
dispararle a Geraldine Moreno en la cara dos veces, desfigurarla y
provocando su muerte y así podría enumerar decenas de acciones de los
“hombres nuevos” que ahora deambulan por las calles, unos vestidos de
uniforme y otros de civil.
Los defensores de derechos humanos hemos sido acosados, perseguidos y
amenazados durante estos 15 años sin cesar. Como no defendemos colores
sino personas, pocos son los que reconocen nuestro arduo trabajo y se
han acercado a darnos ánimo y apoyo en los momentos que hemos sido
atacados y a ellos mi agradecimiento eterno. Ser perseguida por años,
por un gobierno violador de Derechos Humanos que además es defensor
silente de quienes los violan, y seguir trabajando con la espada de
Damocles encima no es fácil, y es aún más difícil cuando el que te
persigue últimamente y te expone al escarnio público y acosa, es quien
llevó las riendas del que se supone debería ser el imparcial Ministerio
de Interior, Justicia y Paz y quien fue durante los últimos años jefe de
la policía política a la que ahora llaman SEBIN, en la cual habitan
algunos de esos “hombres nuevos” a los que aborrezco y a los que hay que
temer.
Cuando muestran tu rostro e instigan al odio contra tu persona
constantemente, cuando inventan falsas acusaciones sin pruebas y no
tienes donde acudir porque las Instituciones que se suponen deberían
resguardar tu integridad, tu seguridad, tus derechos, están secuestradas
por el poder y utilizan fiscales y jueces para perseguirte, puedes
seguir o no seguir. Durante diez años elegí seguir en el terreno, ahora
elijo resguardar mi vida, mi integridad física y mi libertad, porque el
gobierno venezolano no garantiza la vida de nadie, y las Instituciones
que deberían garantizar los Derechos Humanos de todos, funcionan como
el brazo ejecutor de la persecución que mantiene el ejecutivo contra la
disidencia.
Elegí al país de Vaclav Havel, demócrata que encabezó la Revolución
de Terciopelo, movimiento que liberó a los checos hace 25 años del
comunismo. Desde aquí, seguiré luchando por los DDHH, por la democracia,
pero sobre todo, por las víctimas del régimen. Ustedes no me han
perdido, al contrario, ahora más que nunca estoy con los venezolanos.
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