Manuel Malaver
Diosdado Cabello, el teniente o capitán presidente de la Asamblea Nacional, pasó a ser la presa más codiciada por los organismos antidrogas de los Estados Unidos, según se desprende del esfuerzo que hace el gobierno de Maduro por lograr la anulación del “Decreto Obama”, y la decisión del presidente de la primera potencia del mundo de mantenerlo, a menos que la administración postchavista le entregue al hombre que está emergiendo de las confesiones de los testigos protegidos, Rafael Isea y Leamsy Salazar, como el jefe del “Cartel de los Soles”.
De modo que, en la recolección de los supuestos 13 millones de firmas para que Obama licúe su amenaza, o de los millones de dólares que se gastan mensualmente en lobbies y avisos en el New York Times, o de la campaña de ministros maduristas por los cinco continentes denunciando “la planta insolente del extranjero”, no hay nada parecido a una defensa de la patria, ni de la independencia y la soberanía nacional, sino la protección de un presunto narcotraficante que, para los gringos, ha ido demasiado lejos.
En otras palabras: que una situación que copia párrafos enteros de la que vivió Colombia cuando los jefes de los carteles de Cali y Medellín, los hermanos Rodríguez Orejuela y Pablo Escobar, presionaron desde comienzos de los 80 a los gobiernos neogranadinos para que no firmaran un “Tratado de Extradición” con los Estados Unidos y desembocó en la “Guerra de los Carteles” contra el gobierno de César Gaviria, que casi termina con el estado colombiano.
La gran pregunta es: ¿Se atreverá Maduro a entregar a Diosdado, o, al menos, a dejarlo a la buena de Dios, y, en respuesta, la emprenderá Cabello contra Maduro al extremo de derrocarlo o provocar una guerra civil?
En respuesta diría que la realidad se mueve a desmentir una presunta hermandad entre los “sucesores” del Comandante Eterno, y ofrece elementos para afirmar que cada uno toma posiciones contra el otro, cada uno se prepara para un enfrentamiento que rueda sin parar, como puede verse en la evidencia de un “estado dentro del estado” (el de Cabello), que toma sus políticas y se las impone a un presidente Maduro sorprendido y desconcertado.
A este respecto, nada más oportuno que recordar las declaraciones del ex presidente de Uruguay, Pepe Mujica, el 2 de febrero pasado -una semana antes de abandonar el cargo-, en el sentido de que: “El problema que puede tener Venezuela, es que nos podemos ver frente a un golpe de Estado de militares de izquierda y con eso la democracia sí se va al carajo”.
Afirmaciones crípticas para aquellos días, incluso para un analista aguzado como el colega y amigo, Rafael Poleo, quien las anotó, reseñó e hizo preguntas sobre su significado, pero que, según se van deshojando las políticas que salen de Miraflores y las que vienen de Fuerte Tiuna, del jefe de la promoción “Mariano Montilla”, nos ubican frente a una película que no trae reparto, pero sí una trama, protagonistas e imágenes que espeluznan.
Así, por ejemplo, Cabello, convocó de motu propio, sin tener facultades para ello, aquel desfile militar del 12 de febrero pasado, que, por cierto, fue frustrado por un larguísimo aguacero torrencial (que también hizo lo suyo con un cacerolazo que le daban a Maduro en La Pastora, cuando celebraba un acto de homenaje a Robert Serra), pero del cual salió el atentado y la conspiración del Tucano, que se le impuso a trancas y barrancas a Maduro, y lo empujó a encabezar la última ola represiva contra la oposición.
Fue no solo una mentira, sino un ridículo monumental, por el que se expuso a risotadas en la OEA, la Cumbre de las Américas, y las cancillerías de América y Europa, pero donde se intentó demostrar que Venezuela tenía de presidente a un payaso, Maduro y a un dueño de circo de lujo, Cabello.
Pero de esos mismos lodos, sale el charco de la “conspiración” de la “Transición” que conduce a los atropellos contra el Alcalde Metropolitano, Antonio Ledezma, que casi alcanza a la presidenta de “Vente Venezuela”, María Corina Machado, y endurece todas las posiciones del establecimiento madurista para convertirlo en blanco de la opinión pública, las ONG y multilaterales internacionales.
En otras palabras: que ya Cabello no está solo en el paredón donde lo arrastran las acusaciones de los testigos protegidos, Rafael Isea y Leamsy Salazar, y puede ahora esperar que, Maduro, para protegerse de su dies irae, también se abrace a la piedra que hunde al teniente o capitán hasta el fondo.
En el contexto se pregunta una y otra vez: “¿Pero quién mandó a Isea y a Salazar a Washington, acaso Maduro, Raúl Castro, o Rafael Ramírez? ¿Y qué papel juega el ex presidente de Pdvsa en todo esto, tan calladito? Porque algo está claro: lo de los testigos protegidos, fue para joderme a mí, y a Tareck El Aissami que son los dos hombres cuyas cabezas piden los gringos.
Menos mal que alguien “piensa un día” del mismo entorno de Maduro, Raúl o Ramírez (o de los tres), se le ocurrió lo de Andorra y así todos terminamos en el mismo saco, túnel o foso”.
Por todo ello, y porque no hay que confiarse de nadie, se robusteció repitiendo el horario y extendiendo la duración de su programa en el canal 8, “Con el mazo dando”. Pero Maduro le replicó devolviéndole el espacio a su archienemigo, Mario Silva. Cabello vuelve a embestir y logra que el presidente nombre a su esposa, Marlenis Contreras, ministra de Turismo. Y el “hombre del mangazo” viene por la revancha autorizando a su esposa, la primera combatiente, Cilia Flores, para que tenga su propio show de televisión: “Cilia, en familia”.
Pero política menuda, fresca, picaresca y pintoresca como la mayoría de las incidencias de la política nacional, y muy lejos de la pelea estelar que es la que se lleva cabo entre el Departamento de Estado y el Palacio de Miraflores, para que el gobierno venezolano retire de sus filas al teniente o capitán, Diosdado Cabello y lo deje en manos de la justicia norteamericana o Barack Obama renuncie a una petición tan viral.
Ese fue el tema central, por ejemplo, de la reunión celebrada el 9 de abril pasado, en la noche, en el propio palacio de Misia Jacinta, entre el enviado especial de Washington a Caracas, Thomas Shannon y el presidente Maduro, como un esfuerzo contra reloj para bajar las tensiones antes de la Cumbre de Panamá y lograr una reunión, a al menos, un saludo cordial entre el gringo y el venezolano y, en la cual, este último insistió en la anulación del “Decreto Obama”.
“Eso presidente es imposible” respondió Shannon, “pero sí nos ofrecemos a normalizar las relaciones siempre y cuando Diosdado Cabello sea separado del gobierno y entregado a la justicia norteamericana”.
“Pero ¿qué tienen ustedes contra el presidente de la Asamblea Nacional?”, atinó a preguntar Maduro.
“Esto” dijo Shannon y explayó en un mesón copias de los documentos, fotografías, videos y testimonios que Isea y Salazar acababan de entregar en Washington contra Cabello.
El sucesor vio, examinó, perdió el habla durante casi un cuarto hora y al final susurró:
“Pero ustedes, si esto es cierto, me están pidiendo una extradición del segundo hombre del gobierno, y en este país, la extradición de nacionales está prohibida por la Constitución”.
“No hablamos de una extradición sino de una deportación”, replicó el enviado “una deportación por delitos comunes”.
“Está bien”, dijo Maduro, “pero si yo me niego a una y a otra ¿qué harían ustedes?”.
Solo le recuerdo”, dijo Shannon, “un principio de nuestra legislación antidrogas: el narcotráfico no tiene fronteras, y por tanto, los gobiernos que lo combaten, tampoco tienen fronteras”.
“¿Me está amenazando con un “Noriegazo?”, soltó Maduro ahora sí con voz temblorosa y como prevenido de la respuesta.
“No presidente”, dijo el enviado, “porque usted no es Noriega, pero su segundo sí recuerda a Pablo Escobar, los hermanos Rodríguez Orejuela, y al Chapo Guzmán”.
Y así terminó una reunión cuyos resultados fueron el marcador para el endurecimiento del gobierno de Obama en Panamá, el virtual congelamiento de las relaciones EEUU-Venezuela, el regreso de Maduro a los brazos de Raúl Castro que ahora hace de mediador entre el gringo y el venezolano y la enorme presión que Cabello y el “Cartel de los Soles” realizan para que el sucesor radicalice sus posiciones, lleve al socialismo hasta sus últimas consecuencias, y en el momento del hundimiento, puedan arrastrar a Maduro, al gobierno, la revolución y a toda Venezuela.
Típica política de “Aprés moi le delúge” (“Después de mi el diluvio”), exactamente igual a la que quisieron imponerle los carteles colombianos de la droga a César Gaviria, y que encuentran a un Maduro en un grado extremo de debilidad, sin apoyo en el ejército, la mayoría de los colectivos, el Psuv y una estructura gubernamental que hace agua por los cuatro costados.
Pero sobre todo, rodeado de “cabellistas”, como Jesse Chacón, ministro de Energía Eléctrica; Marco Torres, alias, “Comando”, de Economía, Finanzas y Banca Pública; Padrino López, de la Defensa; Carlos Osorio, de Alimentación; cada uno contribuyendo con sus “mini crisis” a que el barco se hunda rápido y sin posibilidad de salvataje.
Un Maduro, que prefiere celebrar el primero de mayo entre la burocracia cubana que entre los trabajadores venezolanos que han sido dejados de la mano de Dios y esperando anuncios que se comerá la inflación, el desabastecimiento y el hampa.
Un remedo de gobierno asediado por un cogobierno que es, a fin de cuentas, el que decidirá el tiempo que le queda al presidente en Miraflores, ya se trate de entregar el país a Cabello o de convivir con él.
¡Dios proveerá!
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