ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 8 de noviembre de 2011 12:00 AM
Ya sabemos que Chávez guarda, guardará silencio, ante la muerte de Alfonso Cano. Si no lo hizo luego del ajusticiamiento de Raúl Reyes, en operación planificada y ejecutada por su "mejor amigo", el entonces Ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos, fue porque la caída de Reyes lo impactó tanto, que no pudo ocultar su pesar pero, sobre todo, porque ese "cobarde asesinato", ocurrido en suelo ecuatoriano, lo puso en ascuas. Por eso ordenó una movilización militar hacia la frontera, temeroso de que Uribe y Santos repitieran la experiencia ecuatoriana en territorio venezolano.
Ahora su silencio cómplice, ante la caída de Cano, pone en evidencia la profundidad de los acuerdos con Santos. Olvídense de insultos, de movilizaciones de opereta, discursos dolidos o de minutos de silencio por el sacrificio del guerrillero heroico caído en combate. Chávez puede pasar de los tormentos histriónicos y del frenesí indignado a la más yerma de las indiferencias, si eso le otorga algún tipo de rédito. Y hace ya un buen rato que les dijo adiós a las FARC, convencido, finalmente, de que el futuro, ahora presente, que le esperaba (y mucho más luego de su felonía) era una muerte lenta, pero inexorable, como lo patentiza la triste parábola de Cano.
La orfandad, el aislamiento y la indefensión de un Cano a la hora de su muerte, puede ser, también, la de una legendaria guerrilla colombiana, devenida en grupo terrorista y trasnacional de la droga, reducida ahora a un movimiento descuadernado, disperso y divorciado de los principios y valores que animaron su creación y de los cuales, se suponía, Cano era (junto con el también difunto Jacobo Arenas) el mejor exponente.
No en balde, mientras Tiro Fijo y Reyes daban la cara en la farsa de los acuerdos de paz, nunca alcanzados, durante el gobierno de Andrés Pastrana, "el ideólogo" (irreductible, impermeable en su planteamiento) se dedicaba a fortalecer el poderío militar de las FARC y a la creación del Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia, suerte de frente legal, pero clandestino, inspirado en los planteamientos de Hugo Chávez.
Pero la estampa del guerrillero ilustrado, teórico y discutidor, que representaba la contrafigura del guerillero brutal ("con filosofía no se va a la guerra"), encarnado por el Mono Jojoy, no se correspondía con la realidad y contra él pesaban más de 200 órdenes de captura, incluyendo una por la masacre del Club El Nogal. Su afinidad ideológica con el chavismo se ha echado al olvido, aunque los secuestros, el cobro de vacuna y otros desmanes de los cuales las FARC son protagonistas, siguen ocurriendo en la frontera venezolana.
Ahora su silencio cómplice, ante la caída de Cano, pone en evidencia la profundidad de los acuerdos con Santos. Olvídense de insultos, de movilizaciones de opereta, discursos dolidos o de minutos de silencio por el sacrificio del guerrillero heroico caído en combate. Chávez puede pasar de los tormentos histriónicos y del frenesí indignado a la más yerma de las indiferencias, si eso le otorga algún tipo de rédito. Y hace ya un buen rato que les dijo adiós a las FARC, convencido, finalmente, de que el futuro, ahora presente, que le esperaba (y mucho más luego de su felonía) era una muerte lenta, pero inexorable, como lo patentiza la triste parábola de Cano.
La orfandad, el aislamiento y la indefensión de un Cano a la hora de su muerte, puede ser, también, la de una legendaria guerrilla colombiana, devenida en grupo terrorista y trasnacional de la droga, reducida ahora a un movimiento descuadernado, disperso y divorciado de los principios y valores que animaron su creación y de los cuales, se suponía, Cano era (junto con el también difunto Jacobo Arenas) el mejor exponente.
No en balde, mientras Tiro Fijo y Reyes daban la cara en la farsa de los acuerdos de paz, nunca alcanzados, durante el gobierno de Andrés Pastrana, "el ideólogo" (irreductible, impermeable en su planteamiento) se dedicaba a fortalecer el poderío militar de las FARC y a la creación del Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia, suerte de frente legal, pero clandestino, inspirado en los planteamientos de Hugo Chávez.
Pero la estampa del guerrillero ilustrado, teórico y discutidor, que representaba la contrafigura del guerillero brutal ("con filosofía no se va a la guerra"), encarnado por el Mono Jojoy, no se correspondía con la realidad y contra él pesaban más de 200 órdenes de captura, incluyendo una por la masacre del Club El Nogal. Su afinidad ideológica con el chavismo se ha echado al olvido, aunque los secuestros, el cobro de vacuna y otros desmanes de los cuales las FARC son protagonistas, siguen ocurriendo en la frontera venezolana.
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