Moisés Naím/Él País.com
Hace unas semanas asistí a una reunión en Bruselas que, casualmente, coincidió con la cumbre en la cual los líderes europeos acordaron un plan para estabilizar sus economías. También por casualidad, mi reunión tuvo lugar en el mismo hotel donde se alojaban varias de las delegaciones a la cumbre. Así, al final del día, o durante el desayuno, resultaba natural conversar con amigos economistas de distintos Gobiernos que apoyaban con sus propuestas la negociación entre sus líderes. Sus historias, angustias y agotamiento (vienen trabajando sin parar durante meses dominados por emergencias, malas noticias y frustraciones) me trajeron muchos recuerdos.
En una carrera anterior, a inicios de los años noventa, fui ministro en mi país, Venezuela, cuando el Gobierno tampoco podía pagar sus deudas y la economía estaba postrada. Después trabajé en el Banco Mundial y estuve cerca de negociaciones similares en otros países. En muchas de estas experiencias, los fracasos fueron más frecuentes que los éxitos. Y sabemos que los fracasos enseñan mucho.
En las conversaciones informales con mis amigos europeos, los parecidos de su crisis con las que sacudieron a otros países resultaban obvias. Pero tan sorprendente como esos parecidos era la poca disposición de mis interlocutores a reconocer que en las experiencias y errores de América Latina hay lecciones importantes para el manejo de la crisis europea. “Europa es diferente”, era su reacción casi automática. “Tenemos el euro, nuestras economías y sistemas financieros son diferentes, así como nuestras instituciones y cultura”, me insistían. Todo esto es cierto. Pero hay otras realidades que también son ciertas.
Entre los años 1980 y 2003, América Latina sufrió 38 crisis económicas. La región, sus autoridades, sus políticos y hasta su opinión publica han aprendido de la experiencia de estos dolorosos episodios. Tal vez la lección más importante es lo que se podría llamar "el poder del paquete". El paquete es un conjunto de medidas económicas que es completo, coherente, creíble y políticamente sostenible en el tiempo. Además, y esto es muy importante, no sólo ofrece recortes del gasto público y austeridad, sino también una justa distribución de los costos del ajuste económico entre diferentes grupos sociales, el fortalecimiento de las redes de seguridad social para los más vulnerables, reformas estructurales que generen más empleo y, sobre todo, esperanzas para un futuro mejor.
Lamentablemente, tan potente como el efecto curador de un paquete amplio y coherente es la tentación de evitarlo. El error más recurrente en América Latina fue tratar de atender las crisis con medidas parciales y fragmentadas y pensar que es posible posponer indefinidamente las decisiones más impopulares. Esto es lo que ha venido pasando en Europa. Basta ver lo que está sucediendo en Italia o en Grecia para reconocer la experiencia de Argentina, por ejemplo. Pero más temprano que tarde, la realidad se impone y las medidas parciales fracasan. Esto allana el camino para hacer esfuerzos simultáneos en las áreas enfermas de la economía: deudas excesivas y gasto público desenfrenado, bancos poco capitalizados y mal regulados, políticas fiscales y monetarias descoordinadas, baja competitividad internacional y leyes que inhiben la inversión y la creación de empleo. Atacar uno o varios de estos males dejando intactos a los demás no funciona. Y prometerle a un país austeridad casi perpetua para pagar las deudas a los extranjeros tampoco.
Cuando algunos críticos afirman despectivamente que Europa se está pareciendo a América Latina tienen en mente la América Latina del pasado, la que estuvo plagada de crisis económicas. Pero hay otra manera de verlo: lo mejor que le puede pasar a Europa es parecerse a la América Latina de hoy. La que ha sabido navegar por la crisis mundial sin descarrilarse, que maneja sus finanzas públicas con prudencia y sabe regular sus bancos. Los mejores países de la región, como Brasil, Chile, Colombia y otros, vienen creciendo, generando empleo y ampliando su clase media en los últimos años. Además, y para sorpresa de muchos, “América Latina tiene hoy el sistema financiero más solido del mundo”, según afirma José Juan Ruiz, economista del Banco Santander y agudo observador de la escena financiera mundial.
No se trata de que Europa tienda hacia la pobreza, desigualdad, corrupción y violencia tan comunes en Latinoamérica. Se trata de que aprenda de los errores y aciertos de una región que sabe más que ninguna otra de crisis económicas, hundimientos bancarios, shock externos y los efectos del despilfarro, el alto endeudamiento y las vacías promesas del populismo. Ojalá que Europa maneje su crisis como lo aprendió a hacer la nueva América Latina. En este sentido, la latinoamericanización de Europa es un buen deseo.
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