ARGELIA RÍOS | EL UNIVERSAL
viernes 25 de noviembre de 2011 12:00 AM
Ya parece haber aceptado la finitud de la vida. Las secuelas de su enfermedad ya son inocultables a los ojos de todo el país. Aunque no son pocos quienes creen que su dolencia es una maquinación de los propagandistas del "proceso"; aunque otros piensen que su padecimiento no es mortal y aunque no falten quienes aceptan las indulgentes versiones sobre su curación, el Presidente, finalmente, ha comenzado a insinuar la verdad... Lo que Chávez ha hecho es administrar las malas nuevas a la espera de dos grandes milagros: como es lógico, implora a la providencia que le devuelva la salud perdida y, también, que su final, si ha de ocurrir, llegue sólo después de que su sustituto -cualquiera que sea el elegido- se halle en condiciones de heredar al menos una porción importante de su inmenso capital político.
Pero el tiempo es terco y le exige adelantar preparativos que ya son impostergables. A cinco meses desde que se conoció la noticia, nadie logra despuntar como una promesa. El endoso, la necesaria transferencia de liderazgo, todavía parece un imposible. La impaciencia le resta la tranquilidad que necesita: sólo se irá tranquilo si consigue ganarle meses al desahucio. Cada día es un esfuerzo para el traspaso, pero ninguno de los incluidos en el catálogo muestra tener el "con qué" que las circunstancias exigen... La vida de Chávez es un hilo delgado: una semana perdida en el intento de hallar al heredero es una tragedia que se suma al drama personal. No tiene otra opción que mantenerse en pie mientras su deterioro no se lo impida. La tarea es extenuante y su resultado lleva un ritmo que su salud no tolera.
Sin un delfín a la mano, ahora le toca hablarle al pueblo, al que le admite que no podrá ver el futuro de la Venezuela por la que apostó. Empleando los mimos con que suelen darse las noticias infaustas, imparte órdenes a sus seguidores, para que, en su ausencia, todo marche conforme a sus últimos deseos. A contrapelo de la versión que asegura su prodigiosa mejoría, ha comenzado a dictar su dote. A los universitarios les ha encargado que, tras su partida, se esfuercen en mantener las agitaciones de las que se ha nutrido su proyecto político. A la militancia "patriótica" le ruega conservarse unida. A los trabajadores les pide que no lo olviden: que le recuerden siempre como el hombre que restituyó la retroactividad de las prestaciones sociales. Y, desde luego, como cabía esperar, también legisla en otras materias, pensando en la posteridad. Sin amagos, habla como quien anuncia su fin: "defiendan lo que les heredo"... " que nadie les quite lo que les estoy legando"... Es obvio que el comandante-presidente está apurando el inevitable testamento.
Pero el tiempo es terco y le exige adelantar preparativos que ya son impostergables. A cinco meses desde que se conoció la noticia, nadie logra despuntar como una promesa. El endoso, la necesaria transferencia de liderazgo, todavía parece un imposible. La impaciencia le resta la tranquilidad que necesita: sólo se irá tranquilo si consigue ganarle meses al desahucio. Cada día es un esfuerzo para el traspaso, pero ninguno de los incluidos en el catálogo muestra tener el "con qué" que las circunstancias exigen... La vida de Chávez es un hilo delgado: una semana perdida en el intento de hallar al heredero es una tragedia que se suma al drama personal. No tiene otra opción que mantenerse en pie mientras su deterioro no se lo impida. La tarea es extenuante y su resultado lleva un ritmo que su salud no tolera.
Sin un delfín a la mano, ahora le toca hablarle al pueblo, al que le admite que no podrá ver el futuro de la Venezuela por la que apostó. Empleando los mimos con que suelen darse las noticias infaustas, imparte órdenes a sus seguidores, para que, en su ausencia, todo marche conforme a sus últimos deseos. A contrapelo de la versión que asegura su prodigiosa mejoría, ha comenzado a dictar su dote. A los universitarios les ha encargado que, tras su partida, se esfuercen en mantener las agitaciones de las que se ha nutrido su proyecto político. A la militancia "patriótica" le ruega conservarse unida. A los trabajadores les pide que no lo olviden: que le recuerden siempre como el hombre que restituyó la retroactividad de las prestaciones sociales. Y, desde luego, como cabía esperar, también legisla en otras materias, pensando en la posteridad. Sin amagos, habla como quien anuncia su fin: "defiendan lo que les heredo"... " que nadie les quite lo que les estoy legando"... Es obvio que el comandante-presidente está apurando el inevitable testamento.
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