JORGE LINARES ANGULO | EL UNIVERSAL
martes 10 de enero de 2012 12:00 AM
Invictus es el film que narra la vida de Nelson Mandela electo presidente de Sudáfrica después de su liberación en febrero de 1990. Mandela estuvo recluido durante 26 años en un presidio de trabajos forzados. El motivo fue el de su lucha en contra del apartheid, uno de los regímenes de segregación racial más oprobiosos de los últimos tiempos. Mandela comenzó muy joven y promovió métodos de no violencia. En la cárcel se le aisló, se le obligó a trabajar en una cantera de cal, y sus derechos le fueron reducidos al máximo: sólo podía recibir una visita y cartas cada seis meses, y con frecuencia éstas no se le entregaban. En 1969 el Servicio Secreto Sudafricano preparó una falsa operación de fuga cuyo fin era asesinarlo pretextando resistencia a la captura. Esta maniobra fue detectada por el Servicio de Inteligencia Británico que, ante la alevosía de la misma y la perspectiva de una violenta reacción de la mayoría negra con la consiguiente represión, la hizo abortar.
Cuando se le excarceló, derrotada la política del apartheid, se produjeron disturbios. Se temía la guerra civil pues los desmanes de la segregación hacían suponer un afán de revancha por parte de la gente de color. Fue entonces cuando se explayó la grandeza moral de Nelson Mandela y su visión de estadista. Se dirigió a la zona de conflicto y pidió una tregua para ser escuchado. De su alocución una frase rasgó el aire y conmovió a sus seguidores: "Tomen las armas en sus manos, cojan su ira almacenada en sus corazones, y aviéntenlas al mar". Le hicieron caso. Cuatro años después, en las primeras elecciones democráticas de sufragio universal en Sudáfrica, Mandela fue electo presidente con abrumadora mayoría. Ya juramentado esto dijo a la nación: "Jamás, jamás, y nunca jamás, esta hermosa tierra será oprimida por unos o por otros. Ni sufrirá la indignidad de ser la escoria del mundo".
Invictus como film ha sabido dar una síntesis de cómo Mandela fue desarmando la ira contenida de los antiguos oprimidos y el peligroso temor de los antiguos opresores. Abrir la espita a favor de unos u otros, por muy cuidadosa que fuera la forma, hubiera significado más inestabilidad y derramamiento de sangre. Se trataba de reconciliar a la nación salvaguardando las conquistas de la mayoría y los derechos de la minoría blanca. Porque eso era Sudáfrica: un histórico conjunto de etnias de color y población blanca, la esencia de la nación. De allí la necesidad del perdón, sabiamente auspiciado por Mandela. "El perdón libera el alma. Remueve el temor. Por eso es un arma tan poderosa", dijo a unos y a otros. Aprovechó todas las oportunidades que fueron surgiendo para la reconciliación y la unidad. Una de ellas fue la de la permanencia del equipo nacional de rugby, el Springboks, cuya desaparición querían los nuevos dirigentes negros del deporte. El Presidente se opuso, porque ello habría sido una decepción demoledora para los blancos. Se trataba más bien de que el equipo fuera acogido por todos y se convirtiera en símbolo de la nueva Sudáfrica integrada. Las palabras con que persuadió a los dirigentes negros son una lección para la humanidad: "Les probaremos (a los blancos) que no somos los que ellos temían que nos convirtiéramos. Tenemos que sorprenderlos con la compasión, con auto-restricciones y generosidad. No es el momento de celebrar una venganza. Es hora de construir nuestra nación, de romper toda barrera que no nos deje hacerlo aunque sus ladrillos sean de arcilla u oro".
Cuando en Venezuela oímos al Sr. Chávez predicando la división e imprecando la reconciliación no podemos sino añorar a Mandela. ¡Qué contraste, qué vergüenza, qué lastimoso!
Cuando se le excarceló, derrotada la política del apartheid, se produjeron disturbios. Se temía la guerra civil pues los desmanes de la segregación hacían suponer un afán de revancha por parte de la gente de color. Fue entonces cuando se explayó la grandeza moral de Nelson Mandela y su visión de estadista. Se dirigió a la zona de conflicto y pidió una tregua para ser escuchado. De su alocución una frase rasgó el aire y conmovió a sus seguidores: "Tomen las armas en sus manos, cojan su ira almacenada en sus corazones, y aviéntenlas al mar". Le hicieron caso. Cuatro años después, en las primeras elecciones democráticas de sufragio universal en Sudáfrica, Mandela fue electo presidente con abrumadora mayoría. Ya juramentado esto dijo a la nación: "Jamás, jamás, y nunca jamás, esta hermosa tierra será oprimida por unos o por otros. Ni sufrirá la indignidad de ser la escoria del mundo".
Invictus como film ha sabido dar una síntesis de cómo Mandela fue desarmando la ira contenida de los antiguos oprimidos y el peligroso temor de los antiguos opresores. Abrir la espita a favor de unos u otros, por muy cuidadosa que fuera la forma, hubiera significado más inestabilidad y derramamiento de sangre. Se trataba de reconciliar a la nación salvaguardando las conquistas de la mayoría y los derechos de la minoría blanca. Porque eso era Sudáfrica: un histórico conjunto de etnias de color y población blanca, la esencia de la nación. De allí la necesidad del perdón, sabiamente auspiciado por Mandela. "El perdón libera el alma. Remueve el temor. Por eso es un arma tan poderosa", dijo a unos y a otros. Aprovechó todas las oportunidades que fueron surgiendo para la reconciliación y la unidad. Una de ellas fue la de la permanencia del equipo nacional de rugby, el Springboks, cuya desaparición querían los nuevos dirigentes negros del deporte. El Presidente se opuso, porque ello habría sido una decepción demoledora para los blancos. Se trataba más bien de que el equipo fuera acogido por todos y se convirtiera en símbolo de la nueva Sudáfrica integrada. Las palabras con que persuadió a los dirigentes negros son una lección para la humanidad: "Les probaremos (a los blancos) que no somos los que ellos temían que nos convirtiéramos. Tenemos que sorprenderlos con la compasión, con auto-restricciones y generosidad. No es el momento de celebrar una venganza. Es hora de construir nuestra nación, de romper toda barrera que no nos deje hacerlo aunque sus ladrillos sean de arcilla u oro".
Cuando en Venezuela oímos al Sr. Chávez predicando la división e imprecando la reconciliación no podemos sino añorar a Mandela. ¡Qué contraste, qué vergüenza, qué lastimoso!
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