MIGUEL BAHACHILLE M. | EL UNIVERSAL
lunes 9 de enero de 2012 12:00 AM
Ninguna sociedad agoniza por mero juicio de sus integrantes. Es frecuente oír la expresión nada hay hacer para reflejar la desazón del venezolano respecto a su presente y futuro. Otra vez en busca de algún iluminado que provea respuestas a sus requerimientos. Nada nuevo. Ya el profesor de filosofía (Halle-Alemania), Leibniz Hans Vaihinger (1852-1933), ilustra el "como si" esgrimido en épocas difíciles como oportuno atuendo para obviar los conflictos de fondo. El pobre, consciente o no, se ha ido educando a esta aciaga filosofía mientras otros afianzan la tesis de que con la fatídica era histórica iniciada hace 13 años Venezuela vive los últimos días del presente. ¿Cómo opera el como si?
Actuamos como si desde una cómoda silla, con jactado dominio del control de TV, podemos reformar nuestro estatus social en gran parte desapacible. Admitimos las dádivas de las Misiones como si con ello pudiera estimularse el sistema productivo del país. Aplaudimos la intervención oficial sobre el control de precios como si de esa manera se contiene el fenómeno de la inflación. Desandando el tiempo, la mayoría eligió un presidente carente del bagaje mínimo necesario para ejercer la jefatura del Estado cómo si su condición de militar fuere más eficaz y disciplinada, de orden superior, para subsanar las carencias acopiadas. Una lista de razones análogas haría interminable la aciaga lista. La historia enseña que el como si, trágico por su ironía, podría inducirnos un amargo despertar.
La traza de malestar parece ser nuestro el eterno acompañante. El progreso personal y colectivo ya no lo relacionamos con los índices de desarrollo humano y económico reconocidos sino con las irreflexivas ocurrencias del presidente. Entretanto la rebelión de los manifestantes ha dejado de ser velada para expresarse públicamente con el cierre de calles o en las puertas de entidades públicas. Sin embargo el régimen insiste en negar todo acceso al escrutinio público mientras malgasta el tiempo rebuscando alegatos que razonen su fracaso.
Ninguna comunidad puede aseverar que está en sus últimos días a menos que padezca el rigor de la naturaleza como la ciudad de Pompeya que desapareció enterrada bajo la lava del volcán El Vesubio (79 D.C.); o de la Isla Krakatoa (1833) que se desintegró por una explosión equivalente a 10.000 bombas atómicas de Hiroshima. Europa estaría en ruinas si en la posguerra se hubiese refugiado en el aciago como si. Venezuela dispone de enormes recursos humanos y materiales para resurgir de esta desazón. No podemos negar a nuestros herederos la posibilidad de progresar porque hoy, episódicamente, el país está a merced de un presuntuoso que se cree dueño de la voluntad colectiva. Ciertamente vivimos una etapa histórica infortunada; pero nada es eterno.
Algunos se refugian en el aislamiento. Otros juzgan pero no actúan mientras las instituciones, por su parte, fraguan sus acciones bajo el mando de un autócrata que se esfuerza por ocultar las miserias acumuladas en 13 años valiéndose de una retahíla de camuflajes ideológicos. Su meta es seguir seduciendo a los más necesitados. Los relatos, en fin de cuentas, no son más que influjos personales en las que el ponente, en este caso el presidente que, como llanero, concluye más por su propia ficción que por el contexto real del país. Es experto en el arte de disociarse de los conflictos más notorios como la inseguridad y corrupción mientras el pueblo se hunde en la pobreza y el caos.
Promete viviendas, salud, dinero, y hasta felicidad recurriendo a su doblez a sabiendas de las miserias que pasa una madre pobre para obtener apenas un paquete de leche. Busca omitir su débito instituyendo la anarquía como forma de vida. Nunca se implica en los hechos deformantes de su gestión para que el pueblo pierda la aptitud de orientase socialmente; de allí que con frecuencia recurra a la estupidez ilustrada. Los culpables son otros: el imperio; el clima; la oposición apátrida; antes Bush, ahora Obama, y lo que se le ocurra en sus fantasías oníricas. Llegó la hora de la verdad. Hay que deslastrarse del miedo y del estigma envolvente del régimen. Este año electoral es la gran ocasión para sepultar esta contrariedad histórica
Actuamos como si desde una cómoda silla, con jactado dominio del control de TV, podemos reformar nuestro estatus social en gran parte desapacible. Admitimos las dádivas de las Misiones como si con ello pudiera estimularse el sistema productivo del país. Aplaudimos la intervención oficial sobre el control de precios como si de esa manera se contiene el fenómeno de la inflación. Desandando el tiempo, la mayoría eligió un presidente carente del bagaje mínimo necesario para ejercer la jefatura del Estado cómo si su condición de militar fuere más eficaz y disciplinada, de orden superior, para subsanar las carencias acopiadas. Una lista de razones análogas haría interminable la aciaga lista. La historia enseña que el como si, trágico por su ironía, podría inducirnos un amargo despertar.
La traza de malestar parece ser nuestro el eterno acompañante. El progreso personal y colectivo ya no lo relacionamos con los índices de desarrollo humano y económico reconocidos sino con las irreflexivas ocurrencias del presidente. Entretanto la rebelión de los manifestantes ha dejado de ser velada para expresarse públicamente con el cierre de calles o en las puertas de entidades públicas. Sin embargo el régimen insiste en negar todo acceso al escrutinio público mientras malgasta el tiempo rebuscando alegatos que razonen su fracaso.
Ninguna comunidad puede aseverar que está en sus últimos días a menos que padezca el rigor de la naturaleza como la ciudad de Pompeya que desapareció enterrada bajo la lava del volcán El Vesubio (79 D.C.); o de la Isla Krakatoa (1833) que se desintegró por una explosión equivalente a 10.000 bombas atómicas de Hiroshima. Europa estaría en ruinas si en la posguerra se hubiese refugiado en el aciago como si. Venezuela dispone de enormes recursos humanos y materiales para resurgir de esta desazón. No podemos negar a nuestros herederos la posibilidad de progresar porque hoy, episódicamente, el país está a merced de un presuntuoso que se cree dueño de la voluntad colectiva. Ciertamente vivimos una etapa histórica infortunada; pero nada es eterno.
Algunos se refugian en el aislamiento. Otros juzgan pero no actúan mientras las instituciones, por su parte, fraguan sus acciones bajo el mando de un autócrata que se esfuerza por ocultar las miserias acumuladas en 13 años valiéndose de una retahíla de camuflajes ideológicos. Su meta es seguir seduciendo a los más necesitados. Los relatos, en fin de cuentas, no son más que influjos personales en las que el ponente, en este caso el presidente que, como llanero, concluye más por su propia ficción que por el contexto real del país. Es experto en el arte de disociarse de los conflictos más notorios como la inseguridad y corrupción mientras el pueblo se hunde en la pobreza y el caos.
Promete viviendas, salud, dinero, y hasta felicidad recurriendo a su doblez a sabiendas de las miserias que pasa una madre pobre para obtener apenas un paquete de leche. Busca omitir su débito instituyendo la anarquía como forma de vida. Nunca se implica en los hechos deformantes de su gestión para que el pueblo pierda la aptitud de orientase socialmente; de allí que con frecuencia recurra a la estupidez ilustrada. Los culpables son otros: el imperio; el clima; la oposición apátrida; antes Bush, ahora Obama, y lo que se le ocurra en sus fantasías oníricas. Llegó la hora de la verdad. Hay que deslastrarse del miedo y del estigma envolvente del régimen. Este año electoral es la gran ocasión para sepultar esta contrariedad histórica
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