Monday, October 13, 2014

Con dinero se puede ejercer de héroes sin arriesgar el pellejo

En: http://konzapata.com/2014/10/con-dinero-se-puede-ejercer-de-heroe-sin-arriesgar-el-pellejo/

    

Esto de verdad se llama la cursilería heroica o la revolución sin héroes. Hubo un tiempo en que procuraron convertir a Danilo Anderson en su principal mártir heroico, pero una condenada máquina de contar billetes hallada en su apartamento hizo muy difícil la tarea.


Por Ezio Serrano Páez.-

De acuerdo con Iris Atma, el término kitsch aparece en 1860 en Munich. La palabra en cuestión es de origen alemán y significa cursi, pero el tiempo habría de mostrar su sentido como tendencia artística y estética, es decir, como asunto de la apreciación particular, y por lo tanto perteneciente al reino de la subjetividad. Lo cursi pronto habría de extenderse como fenómeno de la cultura de masas alcanzando notoriedad y lucimiento lo cual emparenta el kitsch con la esfera pública. Pero no menos cierta es su persistencia dentro de la esfera de lo estimativo individual. Como asunto subsistente en torno a los gustos, la estética y la apreciación artística, ha mantenido una conexión con la esfera de lo privado. En la Venezuela Bolivariana lo cursi no sólo es público y notorio sino que se ha convertido en política de estado. El ridículo presta sus poderosos músculos a la revolución bolivariana sedienta de notoriedad, pues en definitiva se trata de un proceso esencialmente mediático.
1.- La cursilería nuestra de cada día
Definir lo cursi no es tarea fácil y menos aún en tiempos en que se reconoce la liberación de la subjetividad y cuando los instintos compiten con cualquier orden normativo racional. En las psicopatologías del momento, no importa saber expresar lo que se piensa, pero resulta de vida o muerte poder expresar lo que se siente. De este modo, se le da rienda suelta a una emocionalidad otrora guardada en las alcobas o en los resquicios de la privacidad. El rubor estimulado por el ridículo se desvanece frente al desparpajo militante que no repara en el mal gusto. Pero además, cada sociedad en medio de sus circunstancias, puede darle un sentido peculiar a lo cursi. Ocurre como en los sistemas económicos, capaces de mantener formas arcaicas de producción. Las sociedades pueden conservar estilos y formas expresivas que, a pesar de su anacronismo o estar fuera de lugar, no suscitan el repudio colectivo sino todo lo contrario. Es más, se puede ser absolutamente cursi y además exitoso. Distintas manifestaciones de lo cursi se asocian con aquello que aparenta ser una cosa pero es otra, lo anacrónico fuera de lugar, sobrecargado, desarmonizado, sólo de apariencia superior a la realidad, de mala calidad, de pacotilla o de mal gusto.
Se dice que el reconocimiento de lo cursi asociado al ridículo (lo risible como sanción moral), depende del nivel cultural de la sociedad (el desprecio colectivo sólo aparece cuando las aguas de la cultura media superan esa marca). Pero la cursilería no tiene ámbitos de ocurrencia predefinidos. Por ello la encontramos en la amistad, en las prácticas sociales formales, en el amor o en la política. Esto también
Se relaciona con el éxito o el fracaso de las expresiones cursis. En Venezuela y América Latina se hicieron célebres, por exitosas, las expresiones de cursilería vertidas en el género tele novelesco. Pionero de tales expresiones fue el cubano Félix Benjamín Caigne. Su Derecho de Nacer habría de conmover y producir una verdadera lloran tina continental, para horror de las élites cultas enfocadas en honduras temáticas. Pero ya Hollywood y sus finales felices se habían impuesto no solo como una estética modeladora del gusto popular sino como fuente esencial de imaginarios colectivos.
2.-La Cursilería Bolivariana
Mientras el Derecho de Nacer hacía de las suyas configurando gustos e impulsando una estética peculiar, un historiador venezolano, Germán Carrera Damas, reflexionaba profundamente sobre otros aspectos de la cultura y el pensamiento arraigados en nuestro ser nacional. Y es que el Culto a Bolívar y su lectura a moco suelto, nos exaltaba con relatos heroicos que sólo podrían equipararse con el género tele novelesco. La épica que nos describía Eduardo Blanco, casi al calco de los clásicos griegos, conducía a los arrebatos patrióticos de una sociedad que sobre estimaba el arrojo, la fuerza y la belicosidad. Fantasías rurales para una sociedad que se hacía urbana con pretensiones de modernizarse. Sentimientos y sentimentalismo atizados por gobiernos personalistas, usualmente encabezados por militares. Aquellos relatos de la historia patria mostraban un Bolívar agonizante en Cartagena, víctima de la traición e incomprensión, muerto y enterrado con camisa prestada, cuestión que nos enervaba hasta el llanto. Nos prevenía el Doctor Carrera sobre los peligros de aquel culto religioso oficialmente admitido y de una iglesia bolivariana, cuyos sumos sacerdotes eran nada más y nada menos que los militares, el brazo armado de la república.
Estos sujetos alimentaban el contenido patético del discurso bolivariano ya advertido por Luis Castro Leiva. Como es usual en las religiones, los sumos sacerdotes militares entretejen la vida con la muerte, aunque se procure que esta última sea imaginaria o no les alcance más allá del discurso patriotero. De manera que para el 4 de febrero de 1992 el terreno de la cursilería y el ridículo estaban perfectamente abonados, tal vez por partida doble. Tanto el género tele novelesco como el culto al padre fundador ya se habían encargado de promover lo cursi asociado a sensaciones que pertenecen a la esfera de lo conmovedor, lo sentimental y lo emotivo. Piénsese en aquello que aparenta ser una cosa pero es otra, lo anacrónico y fuera de lugar, desarmonizado, sólo de apariencia superior a la realidad, de mala calidad, de pacotilla o de mal gusto, pero eso sí, muy emocional. De no ser por estar emparentados con la muerte y el dolor humanos, uno podría reírse sin ningún pudor de la extravagancia y anacronismos de unos sujetos asaltando el poder legítimamente constituido, para luego, sin reconocer su infinita estupidez, amenazarnos con aquél Por Ahora. Es decir, no pudimos pero no desistiremos en la tarea de acabar con este país. Tenemos la razón para hacerlo, nos aplaudió la cursilería patriotera. El tiempo habría de darles una nueva oportunidad para continuar su labor de elefantes en cristalería.
3.-Cursileria heroica o revolución sin héroes
De modo que lo peor no había pasado y la amenaza habría de cumplirse. Los cursis llegaron al poder y para completar su culebrón intentaron cubrir con mantos de heroicidad su bárbara y primitiva actuación. En eso han invertido la riqueza y el tiempo del país: procurando convertir a un mentiroso compulsivo en héroe mundial, junto a una pandilla de saqueadores. Pero en definitiva no hubo combate, no hubo muerte gloriosa con entrega total del último suspiro frente a un enemigo despiadado. Se trató más bien de una muerte rodeada de misterio, de cuestiones ocultas con su familia y allegados exhibiendo groseros proventos obtenidos del poder. Hasta su hora postrera el héroe dispuso sin limitaciones de los recursos públicos para salvarse en un hospital extranjero, en tanto los ciudadanos comunes morían de mengua en los hospitales públicos nacionales. Se echó mano al patetismo, al culto a la muerte y se estimuló la irracionalidad complaciente de las masas agradecidas por el reparto de lo público. Pasará largo tiempo para que la sociedad venezolana logre dimensionar la tragedia vivida y prohijada por su propia ceguera llorona.
El Che Guevara decía ser parte de “una rara especie de hombres dispuestos a ofrendar su pellejo para probar sus verdades”, pero los revolucionarios bolivarianos hallaron en la renta petrolera el mejor método para probar que estaban en lo cierto: con billete se puede ejercer el patriotismo sin exponer el pellejo. Hubo un tiempo en que procuraron convertir a Danilo Anderson en su principal mártir heroico, pero una condenada máquina de contar billetes hallada en su apartamento recién adquirido hizo muy difícil la tarea. A pesar del abono prestado por la cursilería bolivariana y novelesca, nada fácil ha resultado convertir en héroes a los pillos contumaces que integran la pandilla de saqueadores. Su anacronismo y ridiculez ostensibles quedan desnudos con sus prácticas reales y tangibles. Aparentar una cosa y ser otra, se pone de bulto con la actuación de los próceres del ridículo. De nada vale el empeño para convertir a los actuales milicos en los actores de la segunda parte de un culebrón revolucionario, con tantos capítulos que se habría iniciado en el siglo XIX. De hecho, los milicos nacionales se asumen como el ejército heredero de la gloria de Bolívar. Se consideran a sí mismos, los receptores del fuego sagrado de nuestro Prometeus. Los sumos sacerdotes son aquellos oficiales bajo el fuego inclemente de la rutina burocrática. Ni hablar de los matraqueros de autopista, expertos en mordidas en nombre de los más caros intereses de la patria. Cualquier lugar es bueno para ejercer el culto a los bolívares.
Otros ilustres difuntos se han agregado a la lista de lo que pudo haber sido y no fue, una galería de héroes admirados por su entrega y patriotismo: Otayza, Serra, Montoya, Odreman. Inútiles resultan las arengas antiimperialistas, las acusaciones a Uribe o la apelación al viejo truco de la conspiración y el enemigo externo. El familiar de una de las víctimas, sobreponiéndose al dolor, lo expreso de modo certero: Esta revolución está podrida. Es la síntesis de un proceso que estuvo mal desde el principio pero que aún no ha mostrado toda la purulencia que transporta en sus entrañas. Por lo pronto el gobierno de los cursis procura explotar políticamente el dolor, el sentir, su inefable y originario patetismo. Pero ya no es una telenovela lo que se exhibe. En los tiempos que corren, el culebrón ha derivado en drama de suspenso protagonizado por mafias enquistadas en el poder, aunque se sigue privilegiando el sentir, la emoción y los arrebatos por encima de la verdad y la razón.
Parece simple metáfora: Quién podría imaginar que la cursilería sensiblera de Félix Benjamín Caignet, un cubano notable, habría de aliarse al culto religioso bolivariano para destruir al país de Bolívar con la imposición de un modelo político, cubano por añadidura. Y por si fuera poco, a falta de héroes nacionales, debemos conformarnos con los prestados por la gesta heroica isleña. Fidel, El Che, Raúl, vaya cursilería revolucionaria para una pandilla que no logra superar su propio ridículo. Por allí vimos al Che venezolano, con su moto de alta cilindrada otorgada como premio por hacer el ridículo y atropellar los derechos de los ciudadanos pues de eso trata una revolución podrida.

No comments:

Post a Comment