Monday, October 27, 2014

Los colectivos del Fürher

En: Recibido por email. Publicado en Tal Cual

Mario Szichman

Nueva York. Especial para Tal Cual

En junio de 1934, las SA (Sturmabteilungen o tropas de asalto), mejor conocidas como camisas pardas, sumaban en Alemania casi tres millones de efectivos. Y Adolfo Hitler, que había llegado al poder en 1933 en buena medida gracias a esas tropas malandras, empezó a descubrir que eran su principal problema.  En esa época, el ejército alemán estaba limitado a 100.000 soldados, a raíz del Tratado de Versalles firmado tras la ignominiosa derrota alemana en la primera guerra mundial.

Los colectivos tuvieron gran importancia durante el ascenso de Hitler al poder, entre mediados de la década del veinte, y comienzos de la década del treinta. Pero muchos de sus integrantes estaban sumidos en una fantasía: soñaban con hacer una revolución social. No solo eso: líderes de las SA como Ernst Röhm, querían disolver a las fuerzas armadas y reemplazarlas con un “Ejército del Pueblo”.

Los colectivos disfrazados de camisas pardas eran buenos a la hora de caerles a palos a los socialistas, a los comunistas, a los estudiantes y a los judíos, y excelsos cuando se trataba de atracar al resto de los ciudadanos, pero triviales en la tarea de proteger las fronteras alemanas. Hitler recordó entonces que existía un ejército con buenos cuadros, y pactó con sus jefes para librarse de las SA.

Por cierto, el ejército no le aseguraba una victoria en otra guerra. Ya eso se había demostrado entre 1914 y 1918. Pero las SA podían garantizar exclusivamente una estrepitosa derrota. Todavía no hay un solo ejército en el mundo que haya llegado a la victoria cuando sus filas abundan en delincuentes comunes, y la manera de reclutarlos es poner una mesita a la salida de cada prisión e inscribir sus nombres, darles uniforme y un arma apenas los ponen en libertad por buena conducta.

Entre el 30 de junio y el 2 de julio de 1934, la jerarquía nazi le pasó la factura a las SA. “El libro blanco de la purga”, publicado en 1934 por emigrados alemanes en París, dijo que durante la llamada “Noche de los Cuchillos Largos”, fueron asesinadas 116 personas. Eso incluía a varios jefes de las tropas de asalto. Minutos antes de ser acribillado a balazos en su celda Röhm tuvo una epifanía, y empezó a gritar con fervor “Heil Hitler”.

El líder del Tercer Reich aprovechó también la matanza para librarse de casi 300 de sus enemigos políticos. Los dirigentes nazis que ordenaron la purga dijeron luego que los camisas pardas, pese al aura romántica cultivada en la buena época, eran seres impresentables.

Hitler nombró a Victor Lutze para reemplazar al malogrado Röhm. Su orden, según señaló el historiador Ian Kershaw, era “poner fin a la homosexualidad, la depravación, la borrachera y la buena vida” de las SA. Hitler le indicó a Lutze que las SA gastaban el dinero de su presupuesto en limusinas, banquetes y bacanales. Eso era intolerable.

El Führer no puso fin a los colectivos de las SA, pero redujo drásticamente la cifra de afiliados y los dejó bien mansitos. La tarea de amedrentar a la oposición y aterrorizar a los alemanes fue transferida a las Schutzstaffel (SS, o camisas negras) y a la Gestapo, la policía secreta del régimen. Tal vez fue un mal inclusive peor, pero al menos consolidó su poder. Además, impidió que los malandros reinaran en Alemania y desalojaran a los malhechores con patente.

Vía Tal Cual

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