En: http://www.lapatilla.com/site/2014/10/12/moises-naim-que-le-pasa-a-la-politica/
Moisés Naím
“Toda la política es local”. Esta afirmación del congresista
estadounidense Tip O’Neill sintetiza el hecho de que, con frecuencia, lo
que más interesa a los votantes es que los políticos les alivien sus
problemas más inmediatos. Según esto, los gobernantes que se concentran
en grandes asuntos nacionales o internacionales compiten en desventaja
contra rivales que se ocupan de los problemas más concretos de los
electores.
Desde hace un tiempo, sin embargo, la política local se ha
globalizado. No es que a los votantes ya no les interese que les tapen
los huecos en las calles de su barrio, que la basura sea recogida, las
escuelas mejoradas, o el crimen combatido. Ahora, estas expectativas muy
locales se combinan con inquietudes, desencantos y enfados que
trascienden los problemas inmediatos. La corrupción, la desigualdad
económica o la incapacidad de los políticos para ponerse de acuerdo son
solo tres ejemplos de las preocupaciones que se han vuelto más comunes y
más globales.
Es sorprendente ver cómo en países tan diferentes como India, Reino
Unido, Indonesia, Francia, Sudáfrica, Brasil o Hungría, la conversación
nacional es muy parecida. Además, en todos ellos, propuestas y
personalidades políticas que antes eran marginales hoy son centrales. Y
cómo las grandes maquinarias políticas de siempre están a la defensiva
frente a votantes indignados y a nuevas organizaciones que los desafían.
El ejemplo más reciente es Hong Kong.
» La antipolítica. “¡Que se vayan todos!” es un
deseo vehementemente expresado en las manifestaciones que periódicamente
brotan en las calles de Buenos Aires, Roma, Lagos o Washington. Pocos
creen en la honestidad o el altruismo de los políticos, y los partidos
ya no son el hogar natural de los idealistas. No obstante, hay países
—por ejemplo EE UU, Alemania, Brasil, Corea del Sur, México, Japón— en
los que las maquinarias políticas tradicionales tienen todavía mucho
poder. Pero el caso de Italia o de Venezuela, donde poderosos partidos
históricos han sido borrados del mapa, es aleccionador: sin llegar a
estos extremos, en muchos países los partidos están enfrentando nuevos y
sorprendentes rivales. El ascenso del Tea Party en Estados Unidos, el
Partido del Hombre Común (AAP) en India, UKIP en Reino Unido o el Frente
Nacional en Francia son buenos ejemplos de lo que vendrá, o ya está
aquí.
» El populismo. Este es uno los antídotos que
partidos y líderes políticos utilizan para protegerse de la
antipolítica. Motivar a los electores enalteciendo las virtudes del
pueblo y denunciando las élites corruptas y depredadoras que causan las
adversidades de la sufrida nación es una estrategia muy antigua. Y
funciona. Rindió grandes dividendos políticos a los coroneles Perón,
Chávez y Putin, por ejemplo. Sus prácticas son conocidas: prometerle al
pueblo lo que le gusta oír, aunque sea imposible o irresponsable cumplir
esas promesas. Y los resultados del populismo también son conocidos:
alta popularidad temporal del caudillo y daños permanentes a la economía
del país. Y el surgimiento de una nueva élite tanto o más corrupta que
la anterior.
» El nacionalismo. Azuzar las pasiones nacionalistas
que siempre están a flor de piel también da resultados. El 87% de
popularidad de Vladímir Putin entre los rusos se debe a que no se limitó
a dar discursos sobre la necesidad de recuperar la grandeza de Rusia
sino que invadió Crimea y amenaza con tomarse el este de Ucrania. Acusar
al enemigo externo de los males del país es también un truco común.
Además, para los virtuosos del nacionalismo los enemigos externos no son
solo otros países y sus Ejércitos. También lo son los inmigrantes
irregulares o los trabajadores asiáticos cuyos bajos salarios, dicen,
“destruyen buenos empleos” en Europa o EE UU. O las invasiones
culturales que, aseguran, “corroen los valores de la nación” y
“contagian al pueblo de consumismo, libertinaje y secularismo”. Esta
narrativa política también se ha globalizado y, de Uganda a Turquía, la
vemos con diferencias en muchos países.
» ¿Por qué? El desempleo, la caída de los ingresos y
el freno a la movilidad social de las mayorías son fuente de grandes
frustraciones populares en los países más ricos. La incapacidad del
Estado para satisfacer las crecientes demandas de servicios públicos
agita los ánimos de las nuevas clases medias en los países emergentes.
La globalización es percibida como una amenaza. La corrupción, artimañas
e hipocresía de los poderosos son ahora más difíciles de ocultar
gracias a las nuevas tecnologías de comunicación e información. Las
injusticias y la creciente desigualdad son ahora más visibles. La
competencia política no se basa en contrastar ideas sino en destruir la
reputación del contrincante. La polarización del debate, la crispación y
la dificultad de los líderes políticos para lograr acuerdos nutren la
alienación política de la gente.
Gobiernos paralizados y partidos políticos estancados siguen sin dar
respuestas creíbles a las nuevas demandas de unas sociedades en
efervescencia, que están cambiando a una velocidad inalcanzable para
quienes operan con ideas del pasado.
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